Primera sesión de la investidura de Pedro Sánchez y una conclusión después de más de 12 horas de debate en el Congreso de los Diputados: hay que hacer un tremendo acto de fe en el candidato a presidente del
Gobierno para confiar en que sus volátiles palabras tendrán una
traducción práctica a la altura de las excepcionales circunstancias
políticas del momento.
En eso, creo que hoy estaremos todos de acuerdo,
empezando por aquellos que, en coherencia con el rumbo político trazado
desde Lledoners, más arriesgan en la jugada, Esquerra Republicana. Las
palabras de su portavoz en Madrid, Gabriel Rufián, asegurando taxativamente que si no hay mesa de diálogo no hay legislatura supuran, en buena medida, la duda hamletiana de quien no las tiene todas consigo.
Pedro Sánchez estuvo cicatero con los trece votos decisivos que le permitirán la investidura. Cambió su vestimenta de lobo feroz del independentismo
hasta hace tan solo cuatro días y mutó en una especie de cordero
dispuesto a que sus palabras le sacaran lo más rápidamente posible del
atolladero. El diálogo entre gobiernos en estas condiciones no será una
cosa fácil y puede acabar siendo una nueva frustración, pero no parece
lo más inteligente no explorar si da algo de si.
Al candidato hay que
empezarle a exigir que el martes, en la segunda votación, sea, al menos,
mucho más concreto en esta cuestión, ya que el único objetivo de la
mesa de diálogo para los independentistas debe ser acordar un referéndum. Obviamente, estamos muy lejos, pero al acuerdo no se llegará solo con buenas palabras.
Mientras eso sucedía en Madrid y el frente golpista se recreaba especulando cómo se podía reventar la investidura de
Pedro Sánchez ―el cambio de voto de la canaria Ana Oramas hacia el no
ha ajustado los números de la investidura en segunda vuelta a 167 votos a
favor y 165 en contra con otras 18 abstenciones― y escarbaba en busca
de un nuevo tránsfuga que empatara la votación, en Barcelona se
celebraba el pleno del Parlament de apoyo al president Quim Torra, inhabilitado por la Junta Electoral Central.
El primer movimiento de la Cámara catalana va en la línea de la contundente defensa de las instituciones del país y del rechazo absoluto a la decisión de la JEC.
La unidad independentista es una buena señal, así como el hecho de que,
en esta ocasión, los comunes y el PSC también hayan criticado la
resolución de la JEC. Es una muy amplia mayoría parlamentaria de rechazo
a la JEC que también hay que leerla en clave de la investidura que se
desarrollaba a 600 kilómetros de distancia.
Es, por tanto, una mayoría coyuntural y habrá que ver qué grado de cohesión mantiene cuando la JEC comunique su resolución a la Junta Electoral Provincial de Barcelona
y esta al Parlament de Catalunya. Porque el cese como diputado del
president Torra con más o menos virulencia acabará ahí. En el pleno de
la Cámara catalana.
(*) Periodista y director de El Nacional
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