PALMA.- A los tres cuartos para las tres de la madrugada, se iluminó de manera
repentina la atmósfera por un gran lucero de un resplandor que eclipsaba
la luna, y que caminaba del Mediodía al Norte». «Vi descender un globo de fuego brillantísimo y de hermosos colores,
que no parecía sino que descendía a la Tierra una de las estrellas del
cielo. Pasó por encima de esta ciudad a tan poca distancia de la torre
de la catedral, que pareció que iba a tocar en la linterna de dicha
torre, pero no sucedió así, sino que recorrió unas tres leguas más,
salvando esta ciudad y su término», recuerda El Mundo.
Estos son algunos de los testimonios
sobre el mayor meteorito caído en España del que se tiene constancia y que forman parte del relato de Rafael Martínez Fortún, vecino del municipio murciano de Molina de Segura, en cuyas tierras impactó el objeto celeste la Nochebuena de 1858.
Muchas personas observaron en directo el fenómeno y las que no lo
vieron, sintieron el estruendo, similar al de un cañonazo, que hizo
temblar la tierra, acompañado de un temblor de tierra. Unos días después
del suceso, recuperados del susto, algunos curiosos se acercaron hasta
el lugar donde creían que había impactado, pero no hallaron nada; no fue
hasta la época de la siega, cuando los agricultores vieron un hoyo por
el que asomaba un cuerpo duro y, al escarbar, descubrieron una extraña
piedra rectangular de color negruzco y de un peso extraordinario
comparado con su volumen. Les llamó mucho la atención porque ninguno de
ellos había visto hasta entonces ninguna de aquellas características.
Una gran bola
El fenómeno que vieron los vecinos de Molina de Segura durante la Nochebuena fue la caída de un meteorito, precedida
por una gran bola de fuego que dejó una estela luminosa y un gran
estruendo. En la historia de la humanidad estos eventos celestes nunca
han pasado desapercibidos y, generalmente, se interpretaban como señales
divinas. Pero, a finales del siglo XVIII, comenzaron a estudiarse de
manera científica.
El físico alemán Ernst Chladni, que fue el pionero de la investigación moderna sobre estos objetos, proponía en su obra Sobre el origen del Hierro de Pallas y otros similares, y algunos fenómenos naturales asociados,
que los meteoritos procedían del espacio exterior, afirmación que le
supuso no pocas burlas, ya que por entonces se creía que eran de origen
volcánico; el tiempo acabaría por darle la razón. En el siglo XIX se
aceptó su origen extraterrestre.
Cuando Martínez Fortún,
propietario de la finca sospechó que se trataba de un objeto del espacio
exterior, encargó un informe que detallara pormenorizadamente las
circunstancias que acompañaron a su caída y posterior hallazgo,
obtenidas a partir de las declaraciones de diferentes testigos ante el
juez, además de toda la información relativa a sus características. El
documento recoge que «su peso ascendía a diez arrobas, ocho libras y dos
onzas castellanas», unos 144 kilos.
Tras la certeza de que se trataba de un meteorito, lo envió al Museo de Historia Natural -el MNCN actual- para
ponerlo a disposición de los hombres de ciencia. En 1863, cinco años
después del impacto, la reina Isabel II aceptó su donación para que
entrase a formar parte del Museo Nacional dirigido por Mariano de la Paz
Graells, según se recoge en la documentación del archivo.
Los
científicos de la época lo estudiaron y extrajeron varios fragmentos
para su análisis. Tres años más tarde, el meteorito se exhibió en la
Exposición Universal de París de 1867.
Posteriormente, algunas piezas pequeñas se repartieron por diferentes instituciones del mundo, como el Museo de Historia Natural (Reino Unido), el Museo Field de Chicago (Estados Unidos) o la colección de meteoritos del Vaticano. El
intercambio de piezas era una práctica habitual en los museos de
historia natural para mejorar e incrementar las colecciones.
En el
Archivo del MNCN se conserva una nota manuscrita del geólogo Lucas
Fernández Navarro, fechada en 1922, donde indica que se cortaron varios
trozos del meteorito, que por entonces pesaba 117 kg, que sumaban 3.270
gramos y proporcionaban material de cambio abundante y apreciado.
Un viaje de millones de años
Los aerolitos -para ser meteoritos tienen
que tocar la tierra- se desprenden de sus cuerpos progenitores tras
grandes colisiones, y vagan por el espacio interestelar, a veces durante
millones de años. La mayoría son más antiguos que las rocas más viejas
de nuestro planeta y contienen información clave de la historia del
Sistema Solar, que nos ayuda a comprender su origen, formación y otras
cuestiones, como la síntesis de compuestos orgánicos o la presencia de
agua en la Tierra.
Molina, nombre oficial de este objeto en la Meteoritical Bulletin Database, es una condrita del tipo H5,
por su alto contenido en hierro, y por pertenecer al tipo petrológico
'5' (número que indica el grado de alteración sufrido en el 'asteroide
progenitor').
Lo más probable es que proceda de la fragmentación de las
capas más externas de los asteroides localizados entre las órbitas de
Marte y Júpiter, donde se originó hace más de 4.000 millones de años y,
tras un largo viaje, cayó sobre la localidad murciana el día de Navidad.
El fragmento más grande, de 112,5 kilos, es el que actualmente se
muestra en el Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN), en Madrid.
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