Mal momento ha escogido Mariano Rajoy para presentar el libro de sus
memorias -más bien de su premeditada desmemoria- cuándo España se
prepara para ser gobernada por el Gobierno de coalición de Pedro Sánchez
y Pablo Iglesias, con la decisiva colaboración de Oriol Junqueras. Lo
que será posible gracias, entre otras cosas y otros actores, a la
colaboración decisiva e indolente de Mariano Rajoy.
Un personaje melifluo e inconstante al que la alta política le daba
pavor y que tiene en él debe de su balance muchas responsabilidades
negativas tanto en la acción de Gobierno como en la presidencia del PP.
Pero a buen seguro que Rajoy piensa que ‘otros vendrán -están al llegar-
que bueno lo harán’.
Sin embargo el paso de Rajoy por la presidencia del Gobierno incluye
su alta responsabilidad -por acción u omisión- en la corrupción del PP y
en el golpe catalán del otoño de 2017, así como por su espantada
durante la moción de censura y su negativa a dimitir para impedir la
llegada de Pedro Sánchez al poder.
Asuntos de la mayor gravedad que, aunque sólo fuera por pudor,
deberían impedir a Rajoy sacar, en las actuales circunstancias, sus
‘memorias’. Y menos aún hacer alarde de gracias y chistes ‘a la
gallega’, cuando este país está como está, entre otros motivos por su
responsabilidad, por su falta de arrojo y asombrosa pasividad.
En el año 2015 y tras recibir una catastrófica herencia de Zapatero
con un país al borde de la quiebra, Rajoy sufrió durante las elecciones
de ese fin de año dos infames agresiones en público: una de Pedro
Sánchez cuando en el debate electoral televisado el candidato del PSOE
le dijo, con infamia, ante toda España aquello de: ‘usted no es una
persona decente’.
Posteriormente un canalla le agredió en la cara en un paseo electoral
por su ciudad natal de Pontevedra. Y ambas agresiones provocaron una
oleada de simpatías y de apoyo a la persona de Mariano Rajoy. El que a
buen seguro es mejor persona que político. Aunque él también tuvo
momentos de cierta agresividad en las malas artes de la política, la
corrupción y en su relación con los periodistas y los medios de
comunicación.
Pero Rajoy quedó en evidencia con sus SMS a Bárcenas -‘Luis, se
fuerte’-, cuando aparecieron los 50 millones de euros de Barcenas (y
posiblemente del PP) en Suiza, y cuando luego afloró la doble
contabilidad y sobresueldos del PP.
Los que venían de los tiempos de Francisco Álvarez Cascos, Javier
Arenas y José María Aznar y del propio Rajoy que no supo cómo cortar esa
sangría. Y esos escándalos, condenados en la Audiencia Nacional están
otra vez en boga y marcados por la guerra sucia de la ‘policía
patriótica’ que ahora está bajo investigación judicial.
Sin embargo, los más graves y mayores errores lo fueron frente al
desafío catalán cuyos inicios Rajoy despreció tildando la famosa Diada
del ‘España nos roba’ de simple ‘algarabía’, sin ver el alcance y
gravedad de los hechos y sin tomarse en serio lo que se estaba fraguando
en Cataluña.
Y cuando llegó la hora de la verdad, con la aprobación en los días 6 y
7 de septiembre de 2017 de las leyes de referéndum y desconexión con
España en el Parlamento catalán, Rajoy no se atrevió, como debió, a
aplicar en ese momento el artículo 155 de la Constitución Española lo
que era su clara y constitucional obligación.
Y lo que, entre otras cosas, habría impedido el referéndum ilegal del
1-O. El que Rajoy prometió que no se celebraría en presencia de Donald
Trump y a las puertas de La Casa Blanca -no tienen urnas ni papeletas’,
dijo-, y luego la proclamación en el Parlament de la Republica de
Cataluña el 27-O. Lo que ha hecho un enorme daño a España dentro y fuera
de nuestro país.
Es verdad que Rajoy abordó con eficacia la gran crisis económica de
2008 que hundió a Zapatero, pero también es cierto que pudo haberlo
hecho con un menor coste social que fue tremendo para las clases medias
bajas y los trabajadores de este país, lo que dio alas al populismo de
Podemos y al giro radical de Sánchez en el PSOE.
Como también es cierto que José María Aznar no paró de torpedear a
Rajoy en el PP como una descarada deslealtad. La que en la insufrible
levedad de Pablo Casado lleva Aznar en su penitencia. Pero ni eso ni la
infame agresión de Sánchez televisada en 2015, ni otros aciertos y
errores de Rajoy justifican estas inoportunas memorias y las bromas que
ha lanzado con esta ocasión.
España, querido Mariano, no está para bromas. Entre otras cosas
porque los vasos ya no son los vasos y los platos no son los platos
porque la vajilla se rompió.
(*) Pseudónimo de un veterano y prestigioso periodista cordobés
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