Parece que, tras las
elecciones, estamos volviendo a recuperar altos niveles de tensión
política. La abierta confrontación ideológica se traslada a cuantos
asuntos forman parte de la actualidad: las negociaciones para formar
nuevo gobierno, la situación en Cataluña, la violencia de género, la
conformación de la Mesa del Parlamento, etc.
Cualquier asunto sirve de
excusa para que desde los sectores más extremistas de la derecha se
insista en elevar el tono del debate público. Esa batalla por incendiar
la coexistencia civilizada parece arrastrar a sectores más moderados que
inevitablemente acaban por verse involucrados en la escalada hacia un
clima difícilmente respirable. No es accidental.
La
llegada de Trump al poder en Estados Unidos sirvió de paradigma para
entender cómo puede articularse una estrategia eficaz para
desestabilizar el propio sistema democrático desde dentro. Asaltarlo
desde fuera es imposible hoy en Occidente. Por eso se extienden
procedimientos para hacerlo resquebrajando el modelo desde vías
supuestamente democráticas. Veamos uno de los patrones más empleados por
los grupos nacional populistas en diferentes países y, ahora, también
en España:
1/ Invención del estado de emergencia.
Resulta clave convertir los problemas del país en supuestos males
terribles que amenazan su propia subsistencia. Aquí vale todo. No hay
límite para la hipérbole con tal de trasladar a la ciudadanía un estado
de angustia y ansiedad que le lleva a reclamar auxilio urgente. Estos
días ya hemos oído de todo. Se ha llegado a defender que, pese a lo
dictado en los tribunales, en Cataluña ha existido un golpe de Estado en
toda regla de mayor gravedad que el 23-F. Asimismo, se extiende la idea
de que un gobierno del PSOE con UP con la abstención de ERC llevaría a
España al abismo.
2/ Declaración de guerra.
A continuación, se recurre a forzar al máximo la polarización. Sólo se
admiten dos posicionamientos, la adhesión a quienes se autoproclaman
como salvadores de la patria o el resto donde se asegura que se
encuentran todos los que representan el enemigo a derribar. La
consecuencia directa es la polarización absoluta. Todo se resume a dos
bandos en conflicto abierto. O estás con nosotros o contra nosotros. Un
curioso ejemplo al respecto tiene que ver con la conformación del nuevo
gobierno. Los partidos de la derecha han anunciado, en contra de lo
afirmado en la campaña electoral, que no van a facilitar la formación de
un nuevo gobierno.
Entienden que es responsabilidad del ganador de las
elecciones, el PSOE, y de sus socios preferentes, UP y los
nacionalistas, llevarlo a cabo. A la vez, se llevan las manos a la
cabeza e imploran de rodillas que ese acuerdo no se produzca porque
supondrá la caída a los infiernos. Hay dos bandos, los supuestos
defensores de España (que no piensan hacer nada para contribuir a su
estabilidad) y los que la quieren destruir (dedicados a buscar acuerdos
para conseguir una mayoría democrática que haga frente a los retos que
nos amenazan).
3/ Máxima hostilidad.
Los radicales intentarán elevar la tensión al límite. Saben que cuanto
más se tense la discusión y suba en mayor grado la crispación más
posibilidades tendrán de justificar la veracidad de los dos puntos
anteriores. Si consiguen llegar hasta aquí, tendrán buena parte de la
conflagración dominada. Este es su territorio preferido. La
descalificación personal, la bravuconería, la ridiculización, el
desprecio… todo vale para intentar transformar el debate democrático en
pura contienda descarnada. El vandalismo verbal se extiende y los
oponentes políticos pasan a ser considerados como políticos inmorales y
antipatriotas como primera aproximación. A partir de ahí se inicia la
conversación.
"Si algo claro se deduce del estudio de
las quiebras democráticas en el transcurso de la historia es que la
polarización extrema puede acabar con la democracia". La frase no es
mía. Está extraída de un interesante libro titulado 'Cómo mueren las
democracias', editado hace unos meses, del que son autores dos
politólogos norteamericanos, Steven Levitsky Y Daniel Ziblatt. Según su
planteamiento, los sectores involucionistas en el mundo occidental
siguen extendiendo su influencia, aunque han cambiado su estrategia.
A
la vista de que recurrir a los tradicionales golpes de Estado a través
de intervenciones militares ha quedado fuera de uso, en la política
actual se ha desarrollado una moderna técnica para acabar con el orden
democrático imperante. Se trata se llegar a imponer sus políticas
totalitaristas desde dentro del sistema aprovechando los resquicios que
la propia democracia habilita.
Afirman Levitsky y
Ziblatt cómo "la paradoja trágica de la senda electoral hacia el
autoritarismo es que los asesinos de la democracia utilizan las propias
instituciones de la democracia de manera gradual, sutil e incluso legal
para liquidarla".
Y concluyen: "En la actualidad, el retroceso
democrático empieza en las urnas".
(*) Periodista. Catedrático de Comunicación en la Universidad Rey Juan Carlos. Especialista en Comunicación Política.
No hay comentarios:
Publicar un comentario