Sabido es que hay novelas, a las buenas
me refiero, que describen la sociedad de su tiempo mejor que el más
completo y agudo de los ensayos. Ha dado la casualidad de que Anagrama
publicara hace unas semanas El corazón de Inglaterra, de Jonathan Coe, y
de que la haya leído durante algunos días de la pasada campaña
electoral.
Esto me ha permitido entender el acceso de Vox aun sin
librarme del pasmo inicial de verlo convertido en la primera fuerza
política de la Región y de conquistar la tercera plaza del Estado. Nadie
está preparado, por mucho que venga advertido, para soponcios de ese
calibre, pero cuando se produce el suceso conviene disponer de un
esquema que lo explique.
La
novela de Coe tiene como telón de fondo el proceso que llevó en
Inglaterra al Brexit, pero los protagonistas viven sus propias
peripecias personales ajenos a lo que habría de venir. El sustrato de
sus relaciones (sentimentales, intelectuales, sociales) pertenece en
apariencia a una convención neutra, ajena al espectáculo de la política,
hasta que ésta determina sus vidas.
Coe describe con humor, con
delirante humor inglés, las vidas de un puñado de personas que viven en
la periferia, deprimida por la crisis económica e industrial, del
Londres cosmopolita e ilustrado, y cómo a pesar de la convivencia
interclasista se va abriendo un abismo invisible en los propios entornos
personales.
De
cómo un país que descubrió inesperadamente razones para el orgullo
nacional en aquella brillantísima ceremonia de apertura de los Juegos
Olímpicos de 2012 que maravilló al mundo decae al poco en la molicie que
produce un malestar oculto hasta que el referéndum facilita la espita
para manifestarlo con una respuesta suicida, caiga quien caiga.
Un
vaivén que pasa de la sensación de excelencia y el sentido de unidad a
la aparición de una fortísima ola social que proclama un basta ya. Una
ola que procede de los espacios más inesperados, que ocupa en las urnas
todo el abanico de las opciones políticas consolidadas y que produce tal
estropicio que apenas hay quien pueda explicar su origen.
El
autor, que sugiere pero no subraya, va dejando miguitas a lo largo de
los capítulos: el hartazgo contra la superioridad intelectual
autoproclamada, contra una corrección política asfixiante que a veces
bordea el ridículo, o contra el desdén o el paternalismo que muestran
ciertos políticos, intelectuales o partidos frente a quienes consideran
sujetos pasivos. El fenómeno reagrupa ámbitos sin conexión como la
extrema derecha política, que en toda circunstancia sería exótica o
residual, con una rebelión sorda de las masas que han llegado al
hartazón.
Esta es la razón de
que los votantes de Vox, gente del vecindario, de la familia, que
comparte muchos espacios sociales sin identificarse políticamente no sea
señalable con los epítetos que de manera maquinal se les aplica:
fascistas, franquistas o cosa parecida. Están aupados, desde luego, a un
movimiento general de extrema derecha, pero por causas muy diversas,
sin que en cada caso se dé un cosmos etiquetable.
La sorpresa ante
el acceso político de Vox procede de que la misma masa social que el
pasado abril elevó al PSOE, tras dos décadas, a primera fuerza política
de la Región, haya concedido ahora ese título a un partido como el de
Abascal. Poco tiempo para un giro tan dramático. Pero quizá es que no
hemos atendido a esa pulsión profunda sobre cuya existencia ya nos han
aleccionado otros países.
Un
ejemplo aparentemente anecdótico: hace unos meses se produjo un cierto
escándalo en Molina de Segura porque el pregonero de las fiestas, el
socialista Perico el Colorao, empresario agrícola, soltó en su discurso
alguna expresión xenófoba. Pues bien, el domingo, en esa localidad, que
revalidó en mayo una alcaldía socialista, Vox resultó la fuerza más
votada. Otro: en Cartagena, donde hace seis meses ganó Ciudadanos, éste
ha sido sustituido ahora con creces por los verdosos.
No
se preocuparán por la defensa integral del Mar Menor o por la
reposición de una farola en su barrio. Esto queda para los políticos
gestores. La ola que viene, que ha venido, va de otro palo: la
inmigración (la misma a la que han atraído y empleado a veces en
condiciones miserables algunos de los que los votan), la Ley LGTBI (que
ya existía y nunca fue aplicada por el PP) o la revisión del nuevo
Estatuto de Autonomía, en que se fortalecen derechos sociales y de
minorías. Y en ese plan. Ahora, con consentimiento pleno.
En
estos artículos me ahorro la pedantería de prodigar citas o aludir a
lecturas, pero esta vez la tentación es inevitable. Quien quiera saber
de dónde viene Vox, tiene este libro. Ahí esta todo.
(*) Columnista
No hay comentarios:
Publicar un comentario