viernes, 25 de octubre de 2019

Un buen día para recordar al cardenal Tarancón / Enric Juliana *

Francisco Franco sale del valle de Cuelgamuros con el beneplácito de la Iglesia católica, aunque los monjes de la basílica benedictina se oponga a la exhumación. Por encima del abad están el arzobispo de Madrid y el Papa de Roma. La actitud de la Iglesia católica, la gran aliada del régimen del general Franco durante décadas, es muy importante en la jornada de hoy.

Con la Iglesia católica en contra, los restos del dictador habrían permanecido más tiempo en el Valle de los Caídos. Con el cardenal Antonio María Rouco Varela todavía al frente de la archidiócesis de Madrid, las cosas habrían discurrido de otro modo. En los muros de algunas parroquias de la capital de España han aparecido estos días pintadas que dicen: “Osoro, Judas”. [Carlos Osoro es desde hace cinco años arzobispo de Madrid, en sustitución de Rouco Varela.]

El cardenal Rouco, hoy jubilado, no es un franquista. Sería injusto adjudicarle una adhesión nostálgica a la dictadura. El prelado con mayor vocación política que ha tenido España en los últimos decenios fue siempre un conservador rocoso, enfrentado al laicismo de las izquierdas y al credo de los nacionalistas catalanes y vascos. Nos hemos de remontar unos treinta y tantos años atrás para entenderlo mejor.

En la primavera de 1982, el papa Juan Pablo II llamó a Roma a los dos principales referentes del episcopado español, Vicente Enrique y Tarancón y José María Bueno Monreal, para reprenderles severamente por su actitud durante la transición democrática en España. Ambos habían abogado por la neutralidad política de la Iglesia católica. Muy odiado por los ultras, Tarancón se había negado a oficiar los funerales de Franco acompañado de todos los demás obispos españoles. No quiso volver a 1939. No quiso que el entierro del dictador pareciese un cuadro de El Greco.

Karol Wojtyla les recriminó no haber defendido con más energía la esencia católica de España, permitiendo una Constitución que el Papa polaco consideraba adversa a la Iglesia. Tarancón y Bueno Monreal fueron jubilados. Wojtyla ordenó fortificar las defensas de la Iglesia en España y, entre otras medidas, se inició un largo proceso de beatificaciones de eclesiásticos y seglares asesinados durante la Guerra Civil por su condición de católicos. 

La Iglesia intentaba recuperar poder y autoridad en España. Con Juan Pablo II en el Vaticano hoy no habría exhumación en el Valle de los Caídos. Con Benedicto XVI, quizá tampoco.

El papa Francisco ha retomado la mirada del cardenal Tarancón.


(*) Periodista y director adjunto de La Vanguardia 



No hay comentarios: