viernes, 25 de octubre de 2019

Poder y debilidad: así será Europa tras el Brexit / Pablo R. Suanzes *

En noviembre de 2008, con la crisis financiera mundial ya en marcha, la reina Isabel II visitó la London School of Economics (LSE), uno de los grandes templos del saber del continente. Allí, rompiendo su habitual neutralidad, le planteó a Luis Garicano, hoy eurodiputado de Ciudadanos y entonces director de departamento, una cuestión que millones de personas se hacían cada día: "Si las cosas estaban tan mal, ¿por qué nadie hizo nada? Si son tan listos, ¿por qué no lo vieron venir?".

Si la reina, a la que se le atribuyen pulsiones rupturistas en privado, hiciera hoy una pregunta equivalente sobre el Brexit, la respuesta más ajustada que se le podría dar es similar a la que Garicano desglosó entonces: lo que quebró el sistema fue el exceso de confianza. Hay, claro, numerosos factores que explican lo ocurrido en Reino Unido antes y desde 2016, cuando David Cameron convocó y perdió un referéndum por el que tampoco había peleado demasiado hasta hoy. 

Internos y externos, de relaciones públicas, filosofía y contenido. Hay elementos que se repiten por todo el mundo, desde la Filipinas de Duterte a los Estados Unidos de Trump. Lo que elaboró más tarde la propia LSE en una misiva al palacio real, afirmando que «fue principalmente un fracaso de la imaginación colectiva de muchas personas brillantes para comprender los riesgos para el sistema en su conjunto» se antoja bastante cierto aquí también.

En los últimos 24 meses, la reputación de Reino Unido en Europa ha recibido un palo quizá sin equivalente desde el desastre de Suez en 1956. Su gestión política, parlamentaria, a nivel de medios y sociedad civil, ha sido un despropósito que se ha llevado por delante a dos primeros ministros, decenas y decenas de miembros del Gobierno, y ha polarizado el Parlamento y al conjunto de la ciudadanía. 

Los británicos, durante décadas tan respetados como insoportables en las instituciones, han estado infinitamente por debajo de lo que se esperaba de ellos. Y la reacción, que durante un tiempo osciló entre la estupefacción y la rabia, mezclado con muchos momentos de hastío, ha pasado a ser una mezcla de nerviosismo, impotencia y condescendencia.

La relación entre ambas partes se podría comprender leyendo cualquiera de las maravillosas obras de P. G. Wodehouse. Reino Unido es Bertie Wooster: rico, inconsciente, hiperconfiado en sus habilidades y conexiones, apegado a las tradiciones, a los apellidos y los clubs. Indiferente a la lógica y a la realidad, pero fiel a sus viejos principios. Orgulloso de su pasado y despreocupado por su futuro. Siempre le ha ido bien y no tiene razones para pensar que el porvenir vaya a ser diferente a pesar de lo que las noticias de fuera de su agradable y anacrónica burbuja apunten.

La UE haría las veces de Jeeves, su profesional, servicial y fiel valet (sirviente). El cerebro, el que conoce las normas, cómo funciona el mundo y las infinitas limitaciones de su jefe. Jeeves, ejemplo de control y flema, siempre logra improvisar un plan que apela a los sentimientos, al corazón, a los deseos más íntimos, para mantener a su empleador a flote. Y arregla todos los desaguisados que la imprudencia de esa casta de ricos y nobles salidos de Eton y Oxbridge provoca un día tras otro.

El Brexit va a ser un desastre económico de consecuencias imprevisibles. Para Reino Unido podría suponer más de un 5% de su PIB y hasta potencialmente un 10% de la renta per cápita, en el peor escenario. Siempre se ha dicho que si la ruptura se hacía sin acuerdo los efectos a corto plazo podrían ser devastadores. Colas infinitas en aeropuertos y puestos fronterizos, kilómetros y kilómetros de retenciones por tierra para los camiones. Fin del reconocimiento de los derechos de permanencia o residencia para millones de personas. Inseguridad jurídica... Esto no es un divorcio por las malas, ni una amputación: se intenta una separación a nivel celular de algo que lleva medio siglo forjándose. No sabemos hasta qué punto hará daño, y ni siquiera sabemos si se puede llegar a hacer.

Pero más allá de los efectos económicos y sociales en los próximos meses y años, de los derechos de cientos y cientos de miles de personas, de la pesadilla de aduanas, convalidaciones y libertad de movimientos, para Europa el golpe alcanza otras dimensiones también. Reino Unido ha sido un dolor constante, un problema. Nunca han estado del todo dentro, se quejaba por miles de cuestiones, bloqueaba, permanecía al margen de temas clave en Interior o inmigración. 

Pero aportaba una visión mundial que nadie, ni Francia, tiene en Europa. Una tendencia promercado y a favor de la limitación regulatoria que compensaba las derivas de muchos otros miembros. Una presencia y una primacía de los temas de Seguridad y Defensa que será muy añorada. Un enlace fantástico para el vínculo transatlántico. Una eficiencia notable en temas de gestión en las instituciones. Una perspectiva y un equilibrio de poderes frente al eje franco-alemán que ha servido para formar alianzas alternativas en momentos clave.

El momento es lúgubre, las perspectivas nefastas, pero si hay algo que tienen claro a ambos lados del canal es que esta pesadilla ionesca debe terminar de una vez. Como sea, pero terminar. Quizá sea resignación, quizá hartazgo o deseos de venganza, también algo de temeridad sustentada en el falso sueño de una Unión más férrea y convencida a 27, pero en Bruselas hay un sentir cada vez más generalizado al que Wodehouse en El inimitable Jeeves puso palabras hace casi un siglo exacto: «He descubierto como regla general de vida que las cosas que crees que serán las más escalofriantes casi siempre resultan no tan malas después de todo».


 (*) Sociólogo e historiador


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