Como en la fábula de la
rana metida en una olla al fuego. Contenta en el agua fresquita primero,
a gusto cuando está tibia, adormecida según va calentándose y muerta al
empezar a hervir. Y de repente, las fotos que fecha a fecha muestran la
realidad. ¿Quién te ha visto y quién te ve? ¿Cómo y por qué tanto
tiempo adormecidos?
Como en el caso de la rana, salvar
el Mar Menor del colapso exige más que buenas palabras o intervenciones
puntuales. Obliga a un replanteamiento serio del modelo de desarrollo
en la comarca. Si hay una lección clara es que no es posible obviar los
límites ecosistémicos, ni mirar para otro lado. No hay desarrollo ni
prosperidad si aniquilamos el capital físico sobre el que se asientan, y
el problema no se resuelve despreciando a los mensajeros que tantas
veces y durante tantos años lanzaron advertencias y recomendaciones.
El debate sobre la supuesta incompatibilidad entre
economía y protección del medio ambiente terminó hace años. Terminó,
pero algunos no lo entendieron. En algunas ocasiones no se ha
comprendido que a veces se trata de una cuestión de matiz, de ponderar
equilibrios complejos… Y en otras se aprecia un desconocimiento o una
voluntad clara de ignorar los riesgos y daños a medio y largo plazo.
Pero eso no cambia las leyes de la física y la química, que acaban
imponiéndose como una pesada carga para nosotros y nuestros hijos.
En el
Mar Menor, asistimos a un ejemplo de libro de lo que acabo de citar. La
acumulación de presiones sobre un ecosistema frágil ignorando las
consecuencias que, antes o después, se materializan. Hasta cuando la
laguna ha mandado avisos serios –como hace dos años– se optó por negar
la evidencia.
La situación actual del Mar Menor es
enormemente preocupante. Además del desastre ambiental, vemos a los
pescadores sin poder faenar y a un sector turístico comprensiblemente
inquieto por su futuro. Desde el Gobierno de España y, en concreto,
desde el Ministerio para la Transición Ecológica, debemos reforzar
nuestra capacidad de actuación.
Esto significa hacer un esfuerzo
adicional por velar por el cumplimiento de la normativa de aguas y
costas, fortaleciendo nuestros recursos y equipos en materia de
vigilancia, inspección y sanción de las ilegalidades que puedan existir
sobre el terreno, y activar las herramientas de seguimiento satelital,
información pública y debate informado sobre opciones, buscando una
progresiva disminución de la carga que soporta el Mar Menor.
Debemos
aplicar fórmulas que permitan disminuir drásticamente las aportaciones
de aguas contaminadas y plantear un estricto deslinde del dominio
público hidráulico y marítimo terrestres, añadiendo un recordatorio
estricto de las limitaciones de uso en las zonas adyacentes. Necesitamos
darle una oportunidad de regeneración a la laguna y al acuífero.
Tenemos que aplicar con escrupuloso rigor y celeridad las normas, sin
aceptar el desánimo que a veces nos produce la incomprensión o el recelo
de los afectados frente a la actuación ambiental.
Como
suele ser habitual, el mal estado de las masas de agua tiene su origen,
esencialmente, en tierra, así que conviene repasar el potencial listado
de causas y las medidas más eficaces para responder. Ley de Aguas y Ley
de Costas, acompañadas de decisiones basadas en el mejor conocimiento
de la ciencia –incluidos organismos señeros como el Instituto Español de
Oceanografía, el CSIC, el IGME o el CEDEX– son nuestra referencia
inicial.
Y debemos ser además valientes a la hora de suscitar preguntas
complejas: ¿Cabe todo lo que hay o debemos "esponjar" el territorio, hoy
ocupado por actividad agrícola o construcciones, con humedales
artificiales y filtros verdes? ¿Se limita el uso de fertilizantes
nitrogenados? ¿Ha de reforzarse la inversión en depuración y
saneamiento?
Pero nada de esto funcionará si no hay un
debate y una reacción serios a nivel local: una sociedad que reclame un
cambio en el orden de prioridades y unas instituciones locales
comprometidas con un modelo de desarrollo distinto. Ha implosionado la
laguna pero, sobre todo, ha implosionado un modelo de desarrollo
económico insostenible, basado en una falacia –la de creer que la
naturaleza tiene capacidad infinita de carga– defendida con ahínco y un
agresivo despliegue de medios para convertir en hereje a quien
cuestionara el modelo.
Nadie culpa de la DANA al
secretario general del PP, señor García Egea, pero cuidado con las citas
de la hemeroteca porque ahí sí hay una gran capacidad documental para
entender cómo la rana pasó del agua fresquita a la cocción. ¿Quién paga
ahora? Todos, así que lo mejor es ponernos manos a la obra para hacer
del problema una gran oportunidad de aprendizaje y reorientación, para
convertir la regeneración del Mar Menor en otro ejemplo de libro, en el
ejemplo de futuro y prosperidad sostenibles que nos reclaman los
ciudadanos.
(*) Ministra para la Transición Ecológica. Jurista. Profesora universitaria. Técnico de Administración Civil del Estado.
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