sábado, 1 de junio de 2019

Polémica sobre Juan de la Cierva / Ángel Viñas *

En Murcia ha estallado un debate público sobre si dar o no el nombre del inventor del autogiro al aeropuerto regional. Las proezas tecnológicas e ingenieriles que conllevó el desarrollo del aparato, precursor del helicóptero, serían motivos más que suficientes para justificar dicho galardón. Un ilustre hijo de la autonomía se vería así recompensado póstumamente. 

Pero, a veces hay un pero, tan ilustre personaje (que ya da sus nombres a conocidas becas de investigación postdoctoral y a un Premio Nacional) no está exento de sombras. Entre ellas figura en lugar destacado su papel en el alquiler del avión más famoso de la historia contemporánea de España, el Dragon Rapide. Hay más.

Hace algunas semanas me llamaron de Murcia para que dijera algo sobre la actividad del ilustre inventor en este sentido. Lo hice de forma, a lo que parece, insuficiente. Como he escrito en varias ocasiones sobre su actividad no ingenieril creo que conviene resumir lo que puede y debe ponerse en claro. Lo que sigue es una sucinta valoración en tres posts. Me apresuro a señalar que, para escribirlos, he hecho ante todo lo que probablemente han hecho también muchos participantes en la controversia de Murcia: ver lo que se dice en Wikipedia.

Esto no significa que crea que lo escrito en Wikipedia es palabra de Evangelio. En el presente caso, un dato común a la entrada española e inglesa es que Juan de la Cierva, después de varios intentos aeronáuticos en España, se marchó en 1925 a Inglaterra. Probablemente consideró que en un país mucho más avanzado tecnológicamente que el suyo podría tener más éxito. Al fin y al cabo, la aviación británica, civil y militar, se había desarrollado a toda velocidad en el curso de la primera guerra mundial. En Inglaterra permaneció hasta 1936. ¿Consecuencia? 

El ingeniero Juan de la Cierva no participó personalmente en los debates ideológicos y políticos españoles de la primera mitad de los años treinta. Su intervención se limitó a mediar en el alquiler del Dragon Rapide sin saber a ciencia cierta para qué serviría. No lo digo yo. Lo dice la Wikipedia en castellano. Cito: no se ha "confirmado nunca si Juan de la Cierva era conocedor del destino del avión, máxime cuando falleció en diciembre de 1936 y llevaba años viviendo en Londres y alejado de la política nacional".  Esto es, con perdón, una estupidez producto bien del deseo de embaucar o de la ignorancia más roma.

Cualquier historiador hubiera podido, y debido, analizar algo del trasfondo. En Wikipedia se dice simplemente que la mediación la hizo a petición de Luis Bolín, corresponsal de ABC en la capital británica. Es no haber leído ni siquiera las memorias del intrépido periodista, por muy falaces que sean.

Hagamos un sucinto recorrido. El período 1931-1936 fue tumultuoso en España. Hubiera resultado sorprendente que los españoles asentados en Londres no se hubiesen visto interesados o incluso afectados por lo que pasaba en la madre patria. De la Cierva, de familia de recia raigambre monárquica, no estuvo al margen. 

Formó parte activa del mundillo, más o menos cerrado, de los clubes londinenses en el que existía una pequeña tertulia que agitaba contra la República española. La mayoría eran ingleses y con capacidad de influir sobre la opinión pública. Todos ellos se movieron mucho desde el fracaso en 1932 de la "Sanjurjada" para "vender" a los lectores sus peculiares ideas sobre la “inquietante” dirección en que se movía España.

El fundador fue sir Charles Petrie, historiador y católico a machamartillo. Si el lector echa un vistazo a su entrada en Wikipedia en inglés verá que flirteó con el fascismo, que escribió un libro laudatorio sobre Mussolini, que era un ferviente admirador de sir Oswald Mosley (el líder fascista inglés), que defendió la política de apaciguamiento británica hacia los dictadores fascistas, que fue un encendido propagandista de la ulterior "España nacional" en la guerra civil, etc. etc. 

No extrañará que destacara en el mundillo intelectual londinense por sus estruendosos ataques al decadente liberalismo y porque solía saludar efusivamente a las viriles potencias del futuro Eje. Por sus amigos los conocerás es una máxima aplicable en este caso a Juan de la Cierva.

Otro de los tertulianos fue el marqués del Moral, angloespañol y también denodadísimo defensor de Franco cuando llegó el momento. Figuraba igualmente el duque de Alba, de rancia estirpe aristocrática española y escocesa, posterior "embajador" de la España de Franco. Hubo un diputado conservador, Victor Raikes, derechista furibundo, que cuando Hitler ocupó militarmente Renania en la primavera de 1936 destacó por oponerse a cualquier tipo de cooperación franco-británica porque podría llevar a la guerra. Un patriota de vía estrecha. 

Para nuestro tema el tertuliano fundamental fue Douglas Francis Jerrold, católico a machamartillo y que intervino en el asunto del Dragon Rapide. Participaron también Luis A. Bolín y Juan de la Cierva, únicos españoles de pura cepa. Tan insignes personajes contaban con acceso ilimitado a varios diarios de derechas como el MorningPost, el DailyMail y el DailyTelegraph. Muy combativos todos ellos contra la experiencia republicana.

Como es lógico, este grupito filofascista ha sido objeto de estudio detallado en la historiografía. Sus resultados no nos interesan porque en ellos los tertulianos españoles no suelen destacarse. Sí nos interesa subrayar que Jerrold, el marqués del Moral y Bolín reelaboraron un opúsculo escrito por el político Don José Calvo Sotelo. El lector comprenderá que el opúsculo difícilmente era una obra científica. La reelaboración en forma de librito, The Spanish Republic, se publicó en 1933 y tuvo gran éxito en el mercado británico. Se trató de un ataque despiadado contra el nuevo régimen español. Ello animó a los tres autores a unirse a la tertulia de Petrie.

En algún momento se incorporó también Juan de la Cierva. Para entonces la empresa que había fundado en Londres desarrollaba un programa de pruebas en cooperación con el Ministerio del Aire. Esto lo ponía en contacto con militares británicos. No es exagerado afirmar que, con el apoyo intelectual y de contactos de Bolín y De la Cierva, los tertulianos se plantearon como objetivo fundamental contribuir a la salvación de España del inminente "peligro comunista". Esto, como es sabido, constituyó el leit-motiv de los conspiradores españoles. La historiografía ha demostrado que se trató de una superchería, pero que sigue moviendo en España a almas cándidas.

A finales de mayo de 1936 el conde de los Andes, uno de los activistas más emperrados en derribar a la República y del que diré algo en un próximo libro, comunicó a Bolín en Londres que en España se estaba tramando una cosa seria. Era verdad. No sabemos si el corresponsal de ABC pasó tal noticia a De la Cierva, pero sería sorprendente que no lo hubiese hecho. Al fin y al cabo, pocos días más tarde Bolín dio, el 8 de junio, una interesante charla en un famoso hotel londinense. ¿Sería demasiado ilusorio suponer que de la Cierva no habría ido a escuchar a su amigo? 

La tesis que el eminente, pero falaz, periodista fue que en España existía un estado de guerra civil latente. Es decir, salvo que se demuestre que De la Cierva era más impermeable que el plexiglás al medio que lo rodeaba, hemos de suponer que el encargo del Dragon Rapide no le sorprendería demasiado. En cualquier caso, su fe monárquica se vería robustecida poco después cuando pudo charlar con el exrey Alfonso XIII en su visita a la capital británica. También estaba al corriente de lo que se preparaba y es difícil, por no decir imposible, que no charlaran de ello.  El lector puede suponer cuál sería la respuesta del ingeniero De la Cierva.

II


En relación con el aspecto fundamental de si el inventor del autogiro sabía o no sabía la finalidad para la cual se le pidió que procurase un avión inglés el autor o autores de la entrada de Wikipedia fueron unos merluzos, por decirlo suavemente. No solo ignoraron los resultados de la historiografía sino también los dos libros de memorias que han alumbrado, aunque no del todo, el episodio. Se citan una y otra vez, pero ya se sabe que no vale iluminar a quien no quiere ver. 

Así, por ejemplo, Douglas Jerrold contó lo que sabía de cómo se embarcó a De la Cierva y para qué en sus memorias aparecidas en 1937. También Bolín aportó su granito de arena en las suyas, aparecidas treinta años más tarde. Para quienes aspiren a nota podrían acudir igualmente a las del marqués de Luca de Tena, propietario de ABC, que siguieron un poco después. Es más, si "fuentes" lejanas en el tiempo hubiesen resultado difíciles para tan audaces autores, podrían haber utilizado el librito de un periodista, Peter Day, publicado en España hace pocos años. Resume, acríticamente por cierto, lo escrito por los dos primeros y muestra que sabrá mucho de Inglaterra, pero poco o nada de España.  

Entre los tres primeros autores mencionados puede reconstruirse la operación (aunque con lagunas, porque Jerrold no conocía el trasfondo español y los dos patriotas no quisieron contar todo lo que sabían). Aparte de lo que escribió Jerrold, las versiones de Bolín y Luca de Tena difieren algo (afán de protagonismo del periodista, deformación y cuidadoso silencio en el segundo), pero lo que está absolutamente claro es que Juan de la Cierva supo desde el primer momento para qué iba a servir el Dragon Rapide

Y, enemigo de la República como era, no le pareció nada mal. No pretendo en estas líneas darme autobombo, pero al tema le he dedicado parte de tres libros y para el avión he contado con la inapreciable ayuda de mi primo hermano y expiloto Cecilio Yusta. Sobre el trasfondo monárquico de la operación (de lo que algunos creen que ya se sabe todo) todavía queda bastante por decir. Dentro de unos meses daré a conocer un grueso libro en el que expondré los manejos de la trama civil de cara al 18 de julio.



Por el momento baste con decir que a Juan de la Cierva le llamó días más tarde Alfonso XIII para que se desplazara desde Londres a Roma. La misión, que no explicó pormenorizadamente en carta a Mussolini, estribaría en convencer a los italianos de que el golpe que esperaban desde hacía varias semanas era el preparado por los monárquicos. 

El 20 de julio anunció el viaje al Duce brevemente: "Le supongo enterado de la enorme importancia del movimiento español. Faltan elementos modernos de aviación y con objeto de adquirirlos van a Roma Juan la Cierva [sic] (inventor del autogiro) y Luis Bolín, personas de mi entera confianza. El marqués de Viana [ayudante] portador de la presente le explicará todos los detalles y la ayuda que espero nos prestará".

Es una misiva que se conoce desde hace más de cuarenta años, pero no se ha encuadrado suficientemente. Implica una triangulación telefónica entre el exmonarca, de vacaciones en Austria, y sus dos mensajeros. Bolín le habría anunciado el viaje bien desde Lisboa o desde Biarritz mientras que De la Cierva probablemente seguía en Londres. Sus implicaciones no se han explicitado. Para hacerlo hay que recordar que Bolín silenció cuidadosamente la presencia del ingeniero, que tuvo que llegar a Roma después de él. 

A decir verdad, también puso en segundo plano a Viana, que según el intrépido periodista no pintó absolutamente nada. Solo él, Bolín, arrancó a los italianos el compromiso de enviar aviones a Franco. Una estupidez como un pino que ha teñido gran parte de la historiografía. Las ventajas de ser un embustero consumado y un cínico de gran calibre. Cuando publicó sus memorias (España: los años vitales) en español y en inglés (aunque, por motivos no explicados, las dos versiones no siempre coinciden) De la Cierva llevaba casi treinta años criando malvas. 

Quien pudo desmentir a Bolín no lo hizo por razones que ignoramos. Se limitó a escribir una gélida referencia solapada que el experiodista no llegó a leer porque murió a los pocos años de publicar su panfleto. Es indudable que, como ya había hecho con el para él glorioso vuelo del Dragon Rapide, quiso llevarse para sí el triunfo histórico de desencadenar la ayuda italiana a Franco.

No sabemos si De la Cierva llegó a ver a las autoridades romanas. Es probable que no. Hasta ahora no se ha encontrado ningún papel que lo documente.  Así que no tuvo más remedio que regresar a Londres. Si informó al exrey del resultado de su viaje tampoco es conocido. En aquel momento era difícil que pudiera pensar que, treinta años más tarde, Bolín iba a tener el tupé de alzarse con todo el mérito.

En Londres, ya metido de lleno en las labores de ayuda a los sublevados, hizo lo que sabía hacer. Gracias a sus contactos con el mundillo del transporte aéreo procuró adquirir aviones civiles para pasárselos a Mola. La sublevación había estallado sobre una Europa bastante desprevenida (no en los casos de Italia e Inglaterrra), pero ya el 25 de julio Hitler había decidido enviar ayuda a Franco. Pocos días después dos aviones italianos tuvieron que hacer un aterrizaje forzoso en la zona francesa de Marruecos. 

La noticia apareció en grandes titulares en la prensa internacional. En el ínterin el consejo de ministros francés dudaba en si ayudar o no a la República y cómo. A principios de agosto, lanzó la idea de la no intervención, una forma de cordón sanitario para evitar que los países europeos apoyasen activamente a los contendientes. Con ello escondía la incapacidad francesa de ayudar al Gobierno legítimo de la República.

Alemania e Italia hicieron caso omiso y durante agosto procuraron retrasar la puesta en práctica de la no intervención mientras enviaban armas, municiones y militares a Franco y Portugal prestaba una preciosa ayuda diplomática, sobre todo en Londres. Aquí el gobierno tory incluso se adelantó y el 19 de agosto la proclamó unilateralmente. 

El ingeniero pudo apañarse, en un plazo sumamente corto de unas tres semanas, para según Gerald Howson adquirir unos diez aviones civiles (a Barcelona llegaron 14).  No le faltó dinero. Se ignora de dónde lo obtuvo. Pudo ser de March (que había pagado a toca teja los italianos). Tal vez del propio exrey. No en último término de monárquicos agradecidos.

Le ayudaron dos circunstancias: el nuevo embajador en Londres, Julio López Oliván, siguió una conducta sinuosa de doble juego. Demoró en todo lo posible los encargos que le hacía el Gobierno de Madrid (una forma de sabotaje) y pintó en negros colores al británico lo que pasaba en España. Mientras tanto, casi todo el cuerpo diplomático español asentado en Londres, incluidos los agregados militares, se pasó a los sublevados salvo contadas excepciones. A principios de agosto hubo que enviar a un jefe, el comandante Carlos Pascual Krauel. Sus comunicaciones fueron rápidamente descifradas por las autoridades británicas.

Sin duda a Juan de la Cierva la exploración del mercado inglés no le llevó todo su tiempo. Así que miró hacia el continente. Por fortuna, he encontrado un documento -conocido, pero mal interpretado- que permite echar luz sobre sus andanzas en la Alemania nazi. Lo expondré en el próximo y último post.  

En el ínterin más detalles sobre lo tratado hasta ahora pueden encontrarse en tres de mis libros La soledad de la República, La conspiración del general Franco y El primer asesinato de Franco (escrito al alimón con Cecilio Yusta Viñas y Miguel Ull Laíta). Todos en CRÍTICA. Daré infinitamente mucha más información en el previsto para esta primavera.

III

En la diversificación de actividades del ingeniero, que verosímilmente se acentuó en la segunda mitad de agosto de 1936, lo que ha podido documentarse (y que servidor reinterpreta) es que hizo caso, como era lógico, a una orden de Mola para viajar a la Alemania nazi con el fin de aclarar la situación en materia de suministros. 

Hitler había decidido apostar por Franco. Sus emisarios llegaron a Berlín mucho antes que los de Mola, que se había basado en viejos contactos monárquicos generalmente de tipo comercial e industrial. Franco, desde Tetuán, apostó por la línea del partido, tras una primera aproximación por la vía de un militar conocido suyo. Es un tema sobradamente conocido.

El resultado es que Franco recibió armamento desde el exterior por dos vías. La alemana y la italiana. Esta última esencialmente por razones logísticas pues era más fácil enviar a Marruecos por vía aérea y marítima. A Mola no le quedó más remedio que aguantarse, aunque tras hablar con algún militar italiano logró que una pequeña parte se le remitiera a Vigo.  

Más tarde optó por hacer sus propios pinitos en Alemania. Lo que podía esperar era utilizar otras vías. No necesariamente las de los arsenales, sino las de los traficantes o mercaderes de armas. Las primeras las controlaba Göring rígidamente tanto en el plano militar como en el económico. Las segundas daban margen. ¿Quién era la persona de que Mola podía fiarse? Juan de la Cierva.  



El hecho es que en septiembre Juan de la Cierva estuvo en Berlín. El 19, al día siguiente de su regreso a Londres, escribió a mano una carta a Mola en la que rindió cuenta de los resultados de su misión. Había sido un viaje azaroso que emprendió desde París y en el que, mientras dormía en el coche-cama del tren que lo llevaba a la capital alemana, intentaron robarle papeles y dinero. Es imposible saber si se trató de un caco o de otra alternativa.

Nada más llegar, De la Cierva se puso en contacto con Canaris. Lo identificó como la persona "que se encarga de la ayuda al Movimiento". No creo que ya lo hubiera visto antes porque esta descripción fue totalmente inexacta. La ayuda dependía del operativo militar montado por Göring. El servicio secreto militar de Canaris (Abwehr) se ocupaba de otras materias colaterales. Por ejemplo, de la coordinación con la ayuda italiana. A principios de agosto se había encontrado en Bolzano con el general Mario Roatta, director del SIM (Servizio Informazioni Militare) que conocía perfectamente las circunstancias en las cuales Mussolini había decidido ayudar a Franco.

La carta de Mola no se ha encontrado en ningún archivo. Al menos que servidor sepa. Tampoco es de extrañar porque después de su accidente mortal en junio de 1937 todos sus papeles, su diario de guerra y los materiales con los que al parecer estaba escribiendo una historia del "Alzamiento" se esfumaron por arte de magia -y de un pelotón de soldados- de su cuartel general.

Ahora bien, el informe de su enviado a Mola revela que estaba al tanto de los arreglos hechos tanto en Berlín como en la España controlada por Franco en relación con la ayuda alemana. Gracias a que Canaris lo puso en contacto con otras personas se enteró además de que el marqués de las Marismas del Guadalquivir (José Ignacio Escobar, posteriormente marqués de Valdeiglesias) había encargado cinco millones de cartuchos de 7 m/m. La entrega se había concertado para agosto, pero le dijeron que se trataba de un error y que la fecha prevista era realmente septiembre. 

Esto permite comprobar que, efectivamente, Escobar había contratado el suministro en uno de sus viajes cuando Mola intentaba, por su cuenta, allegar armamento. El señor marqués (un pronazi de cuidado) se expandió con multitud de detalles ya de difícil contrastación en sus propias memorias (pero sí indicó que el suministro previsto era de diez millones y que se fabricarían en Alemania).

La idea con que se topó De la Cierva fue que los nazis pensaban aprovechar el viaje de retorno a España de un barco a punto de llegar a Hamburgo, el Girgenti, cargado de cobre. Es un caso muy conocido ya que se trató del primer envío de Franco a cuenta de la deuda que representaban los primeros suministros de armas. De la Cierva insistió en que había que darse más prisa y convenció a sus interlocutores para utilizar otro barco en el que se cargaran inmediatamente cuantos cartuchos pudieran apañarse. De todas maneras, no era posible enviar las cinco toneladas. Con dos habría que aguantarse. Esto significa que el Estado alemán no estaba detrás de la operación.

La gestión del ingeniero resultó en que el 19 de septiembre salió para Vigo el Kamerun, con los dos millones de 7 m/m, dos mil fusiles del 7,92 con otros dos millones de cartuchos y 875.000 cartuchos de pistola.

Había otro pedido en tramitación que había hecho un exagregado naval, el capitán Génova, de 1750 fusiles alemanes y que De la Cierva aceptó a aumentar a 2.000. Abonó los gastos extra porque prácticamente todo lo demás ya se había pagado desde Londres. Los 3 millones de cartuchos de 7 m/m restantes saldrían para Vigo poco más tarde y el cargamento lo completarían 1 500 toneladas de carbón.

La complejidad de estas operaciones clandestinas se manifiesta en que fue entonces cuando el ingeniero se enteró de que los cartuchos los suministraba una fábrica austríaca y no polaca como habían dicho los intermediarios. (Notó que la cosa no hacía gracia a los alemanes). Encargó, por si las moscas, otros cinco millones en Alemania a entregar en un plazo máximo de tres semanas. Hacia el 5-10 de octubre llegarían a Vigo. El pago también se efectuaría desde Londres.

Nada de lo que antecede tenía que ver con Franco. Canaris informó al ingeniero que a este se le enviarían semanalmente cinco millones de cartuchos, según había pedido, y que se tardaría de 10 a 15 días en hacer la primera expedición. De la Cierva insistió en la urgencia. La respuesta fue que si los españoles proporcionaban una muestra de cartuchería se ahorrarían dos o tres días pues pensaban enviar un aeroplano a España para recogerla. 

"Saqué del bolsillo lo que V. me dio y entonces me dijeron que estaban casi seguros de poder hacer el primer envío en una semana", escribió De la Cierva. También se enteró de que alguno de los traficantes nazis de armamento había arreglado compras de armas en Finlandia para la República y que pensaba, tras cobrarlas, quitar algunas partes de su mecanismo para inutilizarlas (un ejemplo de sabotaje que se repitió innumerables veces).

Cumplida esta misión, el ingeniero se dispuso a cumplir otras que tanto Mola como Franco le habían encargado. Se puso a sus órdenes con un ¡Viva España! En diciembre Juan de la Cierva pereció en un accidente de aviación. Salvo que se demostrara que en aquellos cometidos no hubo hecho gala de su proverbial energía sería difícil argumentar que Juan de la Cierva no puso toda su lealtad al servicio del autodenominado "Movimiento Nacional".

Por lo demás, hasta ahora se ignora que poco después de la entrevista Canaris se desplazó rápidamente a España, en donde habló con Queipo de Llano y Franco. Que sepamos fue su primera visita tras la sublevación. Un militar italiano lo escoltó a su partida. De lo que departieron no se ha encontrado constancia.

(La carta a Mola, escrita a mano, se encuentra en el Fondo Maiz, en el Archivo Real y General de Navarra donde la consulté. El Centro Documental del Bombardeo de Gernika guarda una copia. La reprodujo Maiz en sus memorias póstumas Mola frente a Franco, pp. 331-334, y le dio una interpretación delirante. La ligó a conexiones previas, nunca demostradas, de la Abwehr con los conspiradores antes de la sublevación, aunque nada de ello se desprende de la carta misma).


(*) Historiador


(Artículo original del blog de Ángel Viñas www.angelvinas.es)

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