Pedro
Sánchez y Pablo Iglesias se pusieron ayer de acuerdo en empezar la
campaña del 26 de mayo con un mensaje positivo para el sentimental
pueblo de izquierdas. No hay pelea, por ahora. Vaporosa expectativa de
un acuerdo entre el Partido Socialista y la coalición Unidas Podemos
sobre la gobernación de España los próximos cuatro años, sin entrar en
más detalles.
La campaña no empezará como el rosario de la aurora
socialista. Ni Juan Negrín, ni Julián Besteiro. Ni certeza de un nuevo
Frente Popular, ni cláusula de exclusión atlantista. Buen rollo y en
junio ya veremos.
El acuerdo consiste en no montar el número ante unas
elecciones locales que se presentan difíciles para la conjunción de las
izquierdas. Por dos motivos. En primer lugar, porque el 26 no será el
28. La gran movilización electoral de las generales (75,75% de
participación) no será fácil de reproducir en los comicios municipales,
autonómicos (en doce comunidades) y europeos de finales de mayo.
En
segundo lugar, porque en los ayuntamientos y en la mayoría de las
autonomías, el campo es más abierto, sin las restricciones que han
afectado a Vox en las provincias más pequeñas, al quedar clasificado
este partido en quinto lugar. La suma de las tres derechas puede ser más
fácil de conseguir en el ámbito local, puesto que basta con superar el
5% de los votos para obtener representación en los consistorios locales y
en la mayoría de las asambleas autonómicas.
Vistos los resultados de las generales, el miedo o el
recelo ante la extrema derecha no será tan intenso el 26 de mayo, y a su
vez Vox echará menos votos a la papelera. Sin la restricción de las
circunscripciones electorales pequeñas, el modelo Andalucía tiene más
posibilidades de reproducirse.
Con menos del 10% de los votos
–devolviendo electores defraudados a la casa madre del Partido Popular–,
Vox podría conseguir el 26-M una mayor cuota de influencia política que
la obtenida en el Congreso, donde sus 24 diputados van a tener una
función testimonial. (Función que no habría que menospreciar, puesto que
el Congreso puede convertirse estos próximos cuatro años en un
excelente portavoz para el partido ultra).
Pensemos por ejemplo en la Asamblea de Madrid, en la que
sería perfectamente posible una mayoría de las tres derechas, totalmente
condicionada por Vox, frente a una izquierda dividida en tres ofertas:
PSOE, Unidas Podemos y la plataforma Más Madrid, encabezada por Íñigo
Errejón, plataforma que puede tener dificultades para superar el 5% de
los votos.
Que nadie se haga ilusiones, en ningún lugar está escrito que
las elecciones municipales y autonómicas vayan a ser un paseo triunfal
para las izquierdas. Otra cosa son los comicios al Parlamento Europeo,
en los que el PSOE, con la bandera europeísta bien amarrada, puede
llegar a superar el 30% que no consiguió alcanzar en las generales.
En pocas palabras, Sánchez e Iglesias han pactado mantener
intacto el capital acumulado el 28 de abril para intentar transformarlo
en alcaldías y mayorías parlamentarias en las asambleas autonómicas. Con
toda seguridad hablaron bastante de Madrid: de la Comunidad y del
Ayuntamiento. Madrid será la piedra del toque del 26 de mayo.
Tácticamente, la ronda de contactos en Moncloa ha
sido beneficiosa para Sánchez. Ha sido una ronda cesarista. El líder
socialista ha exhibido su corona de laureles. Se ha reafirmado como jefe
del Ejecutivo, sin disponer todavía de un pacto de investidura.
Ha
querido apuntalar a Pablo Casado frente a Albert Rivera, y ha pactado
sin pactar con un Pablo Iglesias que está afinando su astucia.La
izquierda española lleva un año sin tirarse los trastos por la cabeza.
Estamos ante un acontecimiento histórico.
(*) Periodista y director adjunto de La Vanguardia
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