sábado, 30 de marzo de 2019

In angustiis / Ramón Cotarelo *

¡Qué tiempos estos atribulados para la patria! El Nuevo Mundo se alza como némesis póstuma de un imperio basado en la conquista, la rapiña y la destrucción. Por la boca de AMLO habla un pasado de los muertos que pesan sobre la conciencia de los vivos, como decía Marx.

En su maiden voyage ministerial, Borrell se lanzó él solo contra la hidra de la leyenda negra, al igual que un indómito Cyrano de Bergerac hizo frente sin otra ayuda que su espada a cien sicarios. Y ese combate, el de Borrell, lleno de episodios bufos, lo llevó a esto, a enfrentarse con la memoria histórica de hace quinientos años, el origen mismo de esa leyenda negra que, tras el paso de Borrell por el ministerio es hoy leyenda azabache.

¡Tener ahora que defender la obra heroica de Cortés, Pizarro, Balboa, Orellana, Cabeza de Vaca! La sana doctrina de Salamanca, la evangelización, las encomiendas. La lengua, la religión, la Santa Inquisición que hicieron del subcontinente la maravilla que es hoy.

Con la lengua fuera de tanto esfuerzo defensivo, le llega al bravo guerrero hispano otro reto de más atrás. No de quinientos años, sino de más de mil. Se reclama que el rey de España pida perdón por la reconquista. Esto ya encrespa a las secas tierras del páramo castellano. ¡Pedir perdón por recuperar lo que era nuestro y nos fue arrebatado por las armas! 
 
Insultar la memoria de don Pelayo, Fernando el Santo, el Cid, Jaime I. Es agotador luchar por mantener una visión del pasado que no comparte nadie más. Agotador con unas pizcas de ridículo.

Y no acaba ahí la cosa. Apenas desligado de la pez de tiempos pretéritos el maltrecho reino de España, impulsado por una fuerza misteriosa, se estrella contra un futuro que no alcanza ni a vislumbrar. La propuesta del presidente Torra será recibida con las habituales descalificaciones unionistas. 
 
Los más caritativos la tildarán de utópica, lo cual no quiere decir casi nada porque, dada la afición española al inmovilismo desde los tiempos más remotos, cualquier propuesta, por pegada a la tierra que sea, sentará plaza de utópica. ¡Qué decir, además, de una  que, en dos renglones, acumula tres imposibles metafísicos: "naciones", en plural; "ibérico", en singular; y "autodeterminación", en polimorfo.

Obviamente, tiene tantas posibilidades de prosperar como de que el bálsamo de Fierabrás cure a alguien de algo. Pero es esencial que se haga, que se vea que hay una actividad propositiva permanente, de iniciativa política continua; que no se nos pueda acusar de falta de interés por encontrar una solución a un problema que no se solucionará mediante la represión.

Y que la otra parte se niega al diálogo y hacer propuesta alguna, en primer lugar porque no la tiene y, en segundo, porque no quiere tenerla.



(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED

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