El éxito de la movilización de ayer ha
generado asombro en los medios. Asombra, en realidad, que no lo
previeran. El movimiento feminista es mucho más sólido y profundo de lo
que se ve en las peripecias y conflictos cotidianos, violencia machista,
discriminación, fetichización, etc. Es sólido y profundo porque es
antiguo.
En
estos días se han escuchado propósitos y despropósitos sobre el
sufragio femenino en España en 1933 que, entre otras cosas, se pagó con
la pérdida del derecho de sufragio de todos, hombres y mujeres, durante
cuarenta años.
Hace 101 años, en 1918, la Representation of the People Act
reconocía el sufragio universal masculino (21 años de edad) y femenino
(30 años) en el Reino Unido. Dos años después, la 19ª enmienda de la
Constitución de los EEUU establecía el sufragio universal femenino. Hace
cien años. Y la historia había empezado antes, a fines del siglo XIX,
concretándose en diversos lugares, como Nueva Zelanda, Australia,
Finlandia, etc. Los británicos equipararían derechos masculinos y
femeninos en 1928.
Viene
de antiguo y queda mucho, muchísimo, por caminar: varios países
europeos (Suiza, San Marino, Mónaco, etc) solo reconocieron el sufragio
femenino en la segunda mitad del siglo XX. Y Arabia Saudita acaba de
hacerlo, como quien dice, en 2015.
Estamos
hablando del más elemental de los derechos, el de votar. Los otros no
andan mejor. Y, a pesar de eso, las reacciones están siendo bestiales.
El patriarcado contraataca con ferocidad valiéndose de una eficacia
terrible, que son las propias mujeres. Desde el momento en que el
feminismo es, por necesidad, un conflicto de géneros, el apoyo al
patriarcado de sectores de mujeres complica extraordinariamente la
situación.
Y eso permite que puedan formularse auténticos delirios, como
el que encierra la expresión feminazi por el cual se vincula el feminismo con el nazismo, una filosofía y política que reservaba a las mujeres "las tres K", Kitchen, Kirche, Kinder (cocina, iglesia e hijos). Es difícil imaginar algo más idiota.
Pero
eso mismo revela que la lucha es descarnada y nada puede darse por
ganado. Además, cuanto más se avanza, más cuesta avanzar.
Hay
un acuerdo general, al menos en Occidente, sobre la igualdad de género
como principio. También respeto por el feminismo en cuanto agente de ese
principio y a excepción de los más machirulos del lugar. Pero, ¿qué
pasa con las instituciones?
En este siglo, el caso de discriminación más
escandaloso es el de la iglesia católica, como siempre, un muro contra
todo progreso, con tanta cerrazón que raya en la misoginia. La
definición del Papa de que el feminismo es el machismo con faldas es
tan misógina y brutal que solo queda esperar que no la haya dicho
ex-cathedra. Porque, ¿cómo justificar hoy la exclusión de las mujeres
del clero sin manosear la voluntad divina? Pueden ya las mujeres servir
en los ejércitos del rey ¿y no servirán en el de Dios?
Lo
que queda es escarpado. Hay que feminizar la cultura. "Remasterizar"
las lenguas, que tienen el patriarcado y el machismo inserto en las
mismas estructuras lingüísticas. Solo la literatura es un piélago de
cuestiones. Si se repasa con perspectiva de género no sé si quedaría
alguna obra.
La mujer de Putifar, responsable indirecta del destino del
pueblo elegido, seguirá sin tener nombre por los siglos de los siglos.
Todos los personajes femeninos creados por hombres: Fedra, Antígona,
Electra, Ofelia, Desdémona, doña Inés, Margarita, Bovary, Karenina,
Ozores, perpetúan la subalternidad. Y los personajes reales, incluso
cuando han destacado en un mundo hostil: Lucrecia, Juana de Arco,
Christine de Pizan, Mary Wollstonecraft, Olympe de Gouges, Marie Curie,
etc, han arrastrado los hándicaps de género.
Abrigo
la esperanza de que el feraz venero de la literatura caballeresca no
sufra igual descalabro. Es verdad que la obligación del caballero de
proteger a su dama suena a patriarcal y machista. Salvo que se entienda
que, en los lances del amor, como en todos los lances, el caballero
exigirá siempre igualdad que implica la misma libertad de que él goza.
Es el contenido de la acertadísima intervención de don Quijote, espejo
de caballerías, en el episodio de Grisóstomo y la bella Marcela, primer
manifiesto rotundamente feminista en literatura que conozco.
Todo esto es muy antiguo. Por eso es tan fuerte.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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