Por segundo año consecutivo, el movimiento feminista
ha dejado una impronta imborrable en la gran mayoría de las capitales
del mundo. Si el año pasado fueron para algunos una cierta sorpresa las
imponentes movilizaciones que se produjeron y el cariz transversal de
las reivindicaciones, este año la convocatoria ha superado la prueba de
fuego de no quedarse atrás respecto a lo ganado en 2018.
En Catalunya, no solo fueron las 200.000 mujeres que
acudieron a una multitudinaria manifestación en la Gran Via de
Barcelona sino las cientos de miles que se manifestaron en actos
diversos durante toda la jornada. Lo mismo sucedió en Lleida, Girona y
Tarragona, donde se concentraron miles de personas o en otras tantas
ciudades de Catalunya. En Madrid, la Delegación del
Gobierno elevó a 375.000 personas la participación en la principal
marcha.
Más allá del tradicional baile de cifras, ha habido una marea
lila en muchas ciudades, dejando así constancia de que la fuerza del
cambio es imparable y que las actitudes machistas pueden ser
derrotadas... si, al final, todo no queda en una manifestación
multitudinaria y un día de protesta.
Revertir la situación actual es una
obligación de los poderes públicos dispuestos a manifestarse en la
calle junto a los que protestan -y más, cuando hay elecciones a la
vista- y, en cambio, mucho menos dispuestos a adoptar medidas radicales
que conduzcan a lograr el objetivo deseado. Siempre ha sido más fácil
predicar que dar trigo.
Fuera de este carril central de la sociedad quedaron fundamentalmente PP, Vox y la CEOE.
En el caso de los populares es especialmente grave ya que los pocos
pasos que habían dado en esta materia en los últimos años están
desandándolos por el temor a que Vox les acabe arrebatando una parte del
electorado.
Así, no acudieron a ninguna de las manifestaciones
celebradas en España, ofreciendo pobres explicaciones que evidencian el
alejamiento de los populares de la derecha europea que, obviamente,
sí ha estado en las movilizaciones que se han producido. Sí que se sumó Ciudadanos,
aunque fuera con la boca pequeña, sin duda temeroso a quedarse sin
ninguna bandera que le pudiera diferenciar del duelo PP-Vox.
Pero pagó
en la calle sus escarceos permanentes con la derecha extrema, por
ejemplo, en la configuración del gobierno autonómico de Andalucía, y sus
militantes fueron en muchos casos abucheados con insistencia cuando
portaban símbolos que eran reconocibles.
Y en un día especialmente significativo, metió el remo la CEOE, desnortada desde que fue elegido presidente el vasco Antonio Garamendi,
quien anda camina sobre problemas desde que se fijó un sueldo de
300.000 euros anuales que considera un salario humilde.
Pues bien, la
patronal española, en un día tan especial como este 8 de marzo ha tenido
a bien presentar un informe en el que considera que los rasgos
psicológicos y las habilidades no cognitivas de las mujeres explican la brecha salarial
con los hombres. También a que las mujeres arriesgan menos y negocian
peor.
Es espantoso que una organización patronal pueda decir impunemente
tales barbaridades y quizás sería el momento de no dejar pasar ni una a
quienes lo manifiestan si realmente se quieren revertir las
dificultades objetivas que aún sufren las mujeres.
(*) Periodista y ex director de La Vanguardia
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