No quieren publicidad.
La referencia al aforo del presidente es una burla.
El aforo se puede ampliar, como se hizo el del jucio a los golpistas
(esos, sí), los de la guardia tejeriana, del 23 de febrero, que se
celebró en un pabellón de Campamento, en donde cupieron observadores
internacionales, periodistas y público en general. Y aquel juicio no era
más importante que este.
Pretextar
el aforo de una sala del Supremo es un acto de cinismo cuando todo el
mundo sabe que la abarrotarán con fieles a la causa nacional, pagados,
si es necesario, pues por la patria se hace lo que sea, sobre todo con
dinero público. Los fondos de reptiles dan para mucho. Así que no se
pretexte el aforo y trasládense las sesiones a un lugar en el que quepan
todos.
Porque ahí sí que no ha lugar a impedir los observadores
internacionales, aunque no tengan el reconocimiento del tribunal, como
si eso significase algo. Los observadores internacionales son
observadores porque están internacionalmente acreditados y reconocidos.
Otra cosa es si este tribunal se cuenta entre los de los Estados
civilizados del mundo.
La
negativa a los observadores internacionales equivale a un juicio a
puerta cerrada. Argumentan que se da por TV. Pero eso suscita dos
cuestiones en orden de importancia: 1ª ¿Qué televisión? ¿Una o varias? Y
eso, ¿quién lo decide? 2ª Sea una o sean varias, las televisiones
cuentan historias. Todas.
Ver un juicio por televisión no es lo mismo
que verlo en directo, ni mucho menos. Igual que no es lo mismo ver
Hamlet en el teatro que en la televisión. Lo que el espectador ve no es
un juicio, sino el relato de un juicio. Cierto, mejor que si lo hiciera
un mensajero que llegara a caballo, pero no muy distinto en su
contenido.
El
Supremo no quiere publicidad. Y con razón. No le gusta nada servir de
escenario de las sucesivas proclamas independentistas de los presos
políticos. Pero no puede evitarlo. No puede hacer un juicio a puerta
cerrada, que es lo que le pide el cuerpo.
Dice que no tiene nada que
ocultar pero, como se ve, restringe cuanto puede la vigilancia
internacional imparcial. Quien de verdad no tiene nada que ocultar no
impide la presencia de observadores. Y, al revés, los observadores
rechazados lo primero que harán será decir que el Tribunal Supremo no
quiere observadores imparciales.
Empieza
bien el proceso a puerta semicerrada. Y aun así, será un escándalo
mundial. Porque todo el mundo sabe que se trata de una farsa en la que
unos jueces tienen orden de calzar un delito inventado para condenar una
ideología y un programa políticos apoyados por más de dos millones de
votantes.
A esa convicción general ayuda mucho el ataque a la bayoneta
calada contra todo lo que huela a independentismo ordenado por el
ministro de Asuntos catalanes, que mueve presto sus alguaciles,
alguacilillos, monagos y monaguillos para que defiendan el buen nombre
de España, Estado democrático de derecho, erigido sobre más de cien mil
fosas comunes de asesinados/as por razoness políticas a quienes no sse
ha hecho justicia y qque, para mayor carácter hispánico, cuenta también
con presos/as políticas y exiliadas/dos políticos.
¡Qué
papel el de estos bufones al servicio de una oligarquía
nacional-católica y corrupta, incapaz de adaptarse a la Europa del siglo
XXI!
No
es por los artículos invocados del Código Penal, que se retorcerán lo
que sea menester. Aunque tenga dificil la corte superar la hazaña del
juez Llarena de considerar violencia el hecho de sufrirla. Este juicio
es un proceso a nueve personas por ser independentistas. Es un juicio al
independentismo disfrazado de juicio penal por hechos objetivos
supuestamente delictivos. Y es más que eso: es un juicio a la Catalunya
independiente que es ya una realidad.
¿La
prueba? Que el contenido de la sentencia es irrelevante desde el
momento en que el independentismo niega al Estado legitimidad para
juzgarlo. Tanto si los presos políticos/as son absueltas como si no, el
procés seguirá su curso, con nuevos profetas desarmados porque no se
acaba en la liberación de las presos que, caso de condenada, dependerá
de que continúe y crezca y se imponga.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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