En días como este lunes se ve hasta qué punto se había degradado la
democracia en España. Era imposible algo tan sencillo como que el
president de Catalunya pudiera explicar directamente al presidente del
Gobierno español desde la cuestión del derecho a la autodeterminación
hasta el referéndum del 1 de octubre y la declaración de independencia llevada a cabo por el Parlament el 27-O.
Todo eso y, por ahora, poca cosa más ha pasado en el Palacio de la Moncloa al recibir Pedro Sánchez a Quim Torra.
No ha habido renuncias y tampoco avances substantivos. Muchos
temas quedaron en el terreno de las promesas, "lo estudiaremos", "no me
opongo", "mi gente me dice"... y cosas por el estilo.
Pero hablaron
durante más de dos horas y el presidente catalán explicó su hoja de ruta
y el mandato parlamentario que tiene y entró en la Moncloa con el lazo
amarillo de apoyo a los presos políticos catalanes y de denuncia de
falta de libertades. El mismo lazo, dicho sea de pasada, que el
españolismo quiere retirar de las playas y las calles de Catalunya por
considerarlo ofensivo.
El bloque del 155 se ha resquebrajado aunque sea
tácticamente porque el inquilino de la Moncloa necesita oxígeno y
construir, si puede, su propio relato. Mientras la reunión se celebraba,
la España intolerante acusaba a Sánchez de traidor, de dinamitar el
Estado y de venderse al independentismo.
Y lo hacía con estruendo. El
mismo con que aplaudió el nefasto discurso de Felipe VI el pasado 3 de
octubre. La ratafía que le regaló el president de la
Generalitat es tonificante y ayuda a la circulación de la sangre pero es
claramente insuficiente ante la algarabía desatada en Madrid.
Por cierto: ¿qué pensará el Rey de los quiebros de Sánchez respecto
al quietismo de Rajoy? ¿Repetiría su intervención televisiva? Incómodo
debería estar, ya que hoy forma parte del envoltorio duro de PP y
Ciudadanos y se evidencia cuán desacertada fue su intervención y el
triste papel de su equipo directo de asesores. En el fondo, aquellos que
creían llegado el momento de Rivera y que ahora se han quedado solos en el alambre y haciendo frikadas.
Como Arrimadas,
negándose a reunirse con el president de Catalunya por tener una
pancarta pidiendo la libertad de los presos políticos o hablando de Quim
Torra como "el cobrador de lazo", una frase idiota de un o una spin doctor en horas bajas.
Después del encuentro entre Sánchez y Torra ninguna de las dos partes
se hace grandes ilusiones respecto al futuro. Es normal que sea así: al
final, la política siempre se da de bruces con la realidad. Pero tiene
que ir quemando sus etapas y el independentismo no puede dejarse
arrebatar unas cuantas banderas propias: adalides del diálogo hasta el
final y en cualquier foro, la defensa de los derechos civiles y
políticos de los catalanes y del pacifismo como la vía para conseguir
los objetivos políticos.
Acabada la reunión, Pedro Sánchez proclamó vía Twitter, en castellano
y en catalán, que "una crisis política requiere una solución política".
Es una frase importante. Pero no más que una frase. Y en un momento de
sus explicaciones, el president Torra pareció conceder a su interlocutor
en la Moncloa un plazo de dos meses para evaluar si la vía abierta
puede tener algún recorrido. Dos meses sería el 9 de septiembre, dos
días antes de la Diada.
Veremos si la puesta en escena de este lunes llega hasta entonces...
(*) Periodista y ex director de La Vanguardia
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