Así, persiguiéndolo sin descanso,
pretendiendo encarcelarlo, como ya tiene a sus compañeros de gobierno e
ideología; y quizá consiguiéndolo. Encerrándolo en alguna prisión de la
ancha Castilla. Incomunicándolo. Un sueño de los represores que recuerda
a aquel fiscal fascista italiano, Isgró, que quería encerrar a Gramsci
para evitar que su cerebro funcionara en los siguientes veinte años.
La
idea de que reprimir, perseguir, encarcelar a la gente sirve para
detener un movimiento social masivo, democrático y pacífico como el
catalán es típica del autoritarismo en general y español en concreto. Se
cree que con la policía, los jueces y las cárceles se acabará con
opción política legítima sostenida pertinazmente, durante años, por
millones de personas. En concreto, más de dos millones en las últimas
elecciones cuyo resultado se niega a reconocer el B155 contra toda razón
y derecho.
Y
eso es falso. Esos diez presos políticos (y el resto de los
represaliados y encausados en otros niveles que se acerca ya a mil) son
un símbolo del movimiento independentista, un elemento de movilización
continua que, contra lo que cree el gobierno no va a cejar. No hace
falta ser un lince para vaticinar que la situación catalana no se
normalizará mientras haya presos políticos. Cuando deje de haberlos,
probablemente tampoco, pero ese es otro asunto.
El presidente Puigdemont ha delegado el voto y la mesa del Parlament, es de suponer, se mantendrá en el cumplimiento del acuerdo de proponerlo candidato. Casus belli para
el gobierno. A partir de aquí, todo son conjeturas. De hacer lo que
gustan las derechas del B155 (PSOE incluido), se entra a saco en
Catalunya, se suspende el autogobierno, se declara el estado de
excepción y, si hay que ir más lejos, se va. Truculencia hispánica
típica que no podrá mantenerse cara al exerior porque tampoco se
mantendrá cara al interior.
De ir por otra vía, las partes se enredarían en lo que cabe llamar, una interfaz en bucle o
una especie de ping-pong simbólico en los próximos meses. Algo parecido
al delicioso epistolario entre M. Rajoy y Puigdemont para esclarecer si
cuando este había declarado la independencia, había declarado la
independencia, como aquello tan manido de Gertrude Stein, "una rosa es
una rosa es una rosa" y así hasta la convocatoria de unas elecciones en
Catalunya a las primeras de cambio.
Esas
elecciones serán la quinta versión del referéndum que el gobierno y el
B155 llevan diez años tratando de evitar. Los otros cuatro fueron: la
consulta del 9N de 2014, las elecciones autonómicas de diciembre de
2015, el referéndum del 1 de octubre de 2017 y las elecciones de 21 del
mismo mes y año. Su punto central será la libertad de los presos y eso
se va a notar mucho en los resultados.
Por
supuesto, dada la situación, no cabe descartar que haya cruces entre
las dos opciones, la más previsible que la campaña electoral se vea
distorsionada por la actividad represiva del Estado. Para esto será
importante que la convocatoria electoral incluya la presencia de
observadores extranjeros.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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