domingo, 15 de abril de 2018

Libertad de los/as presas/os políticas/os / Ramón Cotarelo *

Mi tocayo, Ramón de Mesonero Romanos (1803-1882), madrileño como yo, además de muy estimable escritor, era un tipo inquieto y por eso firmaba a veces como el curioso parlante. Anduvo curioseando por muchas partes para escribir sus interesantísimas Escenas y tipos matritenses, fuente de documentación sobre cómo eran Madrid y los madrileños a mediados del XIX y como son ahora en buena medida. 
 
Algo parecido me pasa con Barcelona. Pero confieso que, si hubiera de escribir unas Escenas barcelonesas, lo tendría más fácil que Mesonero porque hace años que Barcelona ha sustituido a Madrid como manifestódromo. Si no en cantidad, sí en calidad. No porque las barcelonesas sean mejores que las otras en ningún sentido sino porque son las más reiteradas y frecuentes en el ámbito político decisivo hoy en España: independencia de Catalunya sí o no. Manifestaciones, movilizaciones, concentraciones en favor y en contra de la independencia con evidente frecuencia. 

Un juego interesante luego es comparar las manifestaciones pro y contra la independencia respecto a varios asuntos: cantidad de asistentes, organizaciones convocantes, violencia sí o no, agresiones a viandantes sí o no, limpieza y cuidado del mobiliario urbano sí o no, agresividad y amenazas en los discursos sí o no, tratamiento equilibrado en los medios sí o no. Y, con eso, cada cual saca luego sus conclusiones.

Hoy hay una enésima manifestación independentista en Barcelona específicamente dedicada a reclamar la libertad de los presos, los exiliados y los embargados por razones políticas. Promete ser un acto de enorme asistencia y seguro que es de muy civilizado recorrido y sin incidentes, salvo los que puedan seguirse de provocaciones externas. Es una manifestación con un doble mensaje: al interior y al exterior. 
 
Al interior va directamente a Bassa, Forcadell, Junqueras, Forn, Turull, Rull, Romeva, Sánchez y Cuixart, sobrevolando los cientos de kms que los separan de su casa y haciéndoles sentir al cariño y el aliento de un pueblo. Al exterior se dirige a Gabriel, Rovira, Puigdemont, Ponsatí, Borrás, Comín y Serret con el mismo significado y también a la comunidad internacional. Es una manifestación para hacer ver al mundo la falta de libertades en una España que dice ser Estado de derecho pero funciona como una dictadura de hecho.

Una manifestación gigantesca, probablemente como no la haya habido hasta ahora, con dos consecuencias una dependiente de la otra. La primera la unidad del movimiento independentista es tan fuerte como siempre y eso se observa en que no hay diferencias entre detenidos y represaliados: son gentes de PDeCat, JxC, ERC y CUP. Todos. 
 
Unidad que hace gala de un apoyo social inmenso, un grado de implicación de la sociedad civil (la de verdad) nunca antes visto y un compromiso que garantiza la solidez del movimiento (incluso económica porque funcionan a todo meter las cajas de resistencia) y su reproducción en la medida en que cada lugar que quede vacante por procesamiento será cubierto por otra persona hasta que el Estado acabe negociando una solución a la desobediencia civil que no sea acusarla de terrorismo. Cosa que ya ha visto que no puede hacer.

La segunda consecuencia: el fracaso rotundo del plan gubernativo de represión. El bloque del 155 aplicó este artículo ilegalmente y convocó elecciones creyendo que las ganaría los llamados "constitucionalistas", o sea, unionistas. Las perdieron. No quieren reconocerlo ninguno, ni PP ni C's ni PSOE; pero las perdieron y, mientras no lo reconozcan, la situación no tendrá arreglo. 

Además de este fracaso se da el mucho más sonoro del plan de sofocar el independentismo a sangre y fuego, aplicando aquí la plantilla del País Vasco. Dijeron (lo dijo Sáez de Santamaría) que, encarcelando a las "cabezas" del independentismo, no pasaría nada: un par de semanas de algaradas y luego tranquilidad, como en el País Vasco. Llevamos cinco meses y la presión y movilización sociales no solo no disminuye sino que aumenta. Fracaso absoluto.

Tan absoluto que ahora lo han intensificado, aplicando a Catalunya la plantilla País Vasco/ETA y por eso el fiscal empezó la tirada pidiendo imputación de terrorismo para Tamara Carrasco, miembro de un CDR. El intento de criminalizar a los CDR e imputar al conjunto del movimiento una violencia inexistente pero que necesitan todos como agua de mayo, sobre todo los jueces, para poder construir unos imaginarios delitos de rebelión y disfrazar de judicial una decisión puramente política: encarcelar a los adversarios del gobierno.

Tampoco van a conseguirlo, como se verá por la manifestación de hoy en Barcelona, masiva y pacífica y su eco en el extranjero.
 
 
Ayer se estrenó el drama de Marcel Vilarós El meu avi va anar a Cuba en el Foment Mataroní, de Mataró. Me parece que fue un éxito para como anda el teatro hoy, pero no me corresponde juzgar. Palinuro pronunció una breve arenga al tomar posesión como Valeriano Weyler, capitán general de Cuba al comienzo de esa guerra que condujo a lo que la historia de la Gran Nación de la banda de ladrones llama El Desastre, origen de la generación del 98, timbre, al parecer, de gloria patria. 
 
Las excelentes fotos son de Joan Safont. Palinuro había escrito el prólogo al libro que contiene drama íntegro de Marcel y un estudio histórico de Victor Camprubí, esencial para entender el contexto de aquella guerra. Y en un aspecto que el público español no suele tener en cuenta: que en el siglo XIX, por razones que son conocidas pero largas de explicar, hubo una especial relación entre Cuba y Catalunya. 
 
Una relación también comercial que tuvo un elemento turbio en el asunto de la trata de esclavos pero que no se agotaba ahí.  Dejando volar un poco la imaginación podría decirse que, en cierto modo, Catalunya heredaba para gestionar los últimos jirones del perdido imperio colonial español. Jirones que también desaparecieron en aquella guerra indescriptible, dirigida por imbéciles como este tal Weyler. 
 
El binomio nace aquí: Catalunya gestiona lucrativamente una colonia (al margen de consideraciones morales que nosotros hagamos ahora) y los ineptos de los españoles la pierden, a pesar de que allí fueron a luchar voluntarios catalanes. El "desastre" explica dos cosas, siempre en alas de la especulación e imaginación: de un lado, el impacto de la pérdida en Catalunya y, de otro, la indiferencia con que España reaccionó ante la pérdida de Cuba. De ahí sale una visión alternativa de la historia.

En todo caso la obra está muy bien y sigue tejiendo hilos sutiles relacionando la lucha por la independencia de Catalunya hoy día con la de Cuba antaño. Seguro que tendrá muchos más éxitos.
 
 
 
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
 

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