La retirada de camisetas amarillas con lemas independentistas, globos y silbatos amarillos, pancartas con lemas como "Llibertat presos polítics"
y banderas esteladas por parte de la policía a los aficionados
blaugranas desplazados a Madrid para asistir a la final de la Copa del
Rey, en el Wanda Metropolitano, es una mezcla de final de régimen y de
ridículo.
Cuarenta y un años después de las primeras elecciones
democráticas de 1977 y después de una larga dictadura, la imagen de la
policía retirando a los aficionados blaugranas camisetas amarillas como
si fueran bengalas o cualquier objeto de material inflamable, si no algo
peor, son la cara negra de un Estado que expresa en la actualidad de
una manera grotesca su sentido de la libertad de expresión.
Que todo eso haya sucedido en la semana en que el Estado ha
implosionado por una guerra sin cuartel entre un juez, la Guardia Civil y
un ministro, es una agria metáfora de la España de hoy: desnuda ante
Europa por la invención de unas acusaciones tan graves como son los
delitos de rebelión, sedición y malversación contra una quincena de
personas, todos ellos miembros del Govern destituido por el 155, la ex
presidenta del Parlament Carme Forcadell y los dos Jordis, Sànchez y
Cuixart.
Parece que nada bueno tiene que esperar España de unas
euroórdenes cursadas a diferentes países que ven como uno de los
supuestos delitos es incluso negado por el ministro Montoro.
Casi nadie duda a estas alturas de que el juez Llarena, empecinado en
unos delitos inexistentes, ha puesto al Estado en un problema con una
instrucción repleta de errores. El comunicador Xavier Sardà,
radicalmente contrario a las tesis independentistas, ha escrito este
sábado un artículo pidiéndole al magistrado de TS "que lo deje estar",
ya que "el Estado está perdiendo la partida".
Eso sí, las papeleras, repletas de camisetas amarillas como epitafio
de los políticos que necesitan demostrar qué es la autoridad.
¡Qué triste!
(*) Periodista y ex director de La Vanguardia
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