domingo, 1 de abril de 2018

Los pactos de ida y vuelta / Ramón Cotarelo *

Días estos de mucho recogimiento, meditación y golpe de pecho. Una ministra y tres ministros cantando a grito pelado "¡soy el novio de la muerte!" al paso del Cristo de la buena ídem a hombros de legionarios, camino de un recinto en donde aquellos y aquella le besaron reverencialmente los pies. En un país aconfesional según esa Constitución que todos deben respetar menos ellos. Las banderas, símbolo del Estado, a media asta; el Estado a media asta; España a media asta, por orden del Estado no confesional.

Regresados al siglo XXI, como era de esperar, Catalunya. No hay otra cosa en España hace ya meses, años. La procelosa investidura del president de la Generalitat, que no parece hoy más cerca que en el mes de enero, provoca propuestas y movimientos que están dictados por la desesperación antes que el cálculo racional. Como esa del "gobierno de concentración" del PSC. El nombre no es muy feliz pero el contenido resulta incomprensible: ¿qué se concentra? 
 
O la propuesta pareja de los comuns del "gobierno técnico". El canto de un duro ha faltado para el "gobierno de tecnócratas". Quién iba a decirlo, ¿verdad? Ha de ser la desesperación la que dicte estas propuestas como manifestación de la repentina fiebre pactista que padecen quienes siempre se han negado a pactar, como los seguidores de Iceta, para quienes todo independentista era un intocable. Ahora los pactos son buenos.

En cualquier caso son propuestas animadas por un espíritu realista cuyo único defecto es no coincidir con la realidad. Cualquier propuesta de gobierno distinta de la de la mayoría del 21 de diciembre exigirá que algún partido independentista se excluya o el conjunto acepte una rebaja de su programa, en realidad una renuncia, si se acepta la fórmula de desistir de la unilateralidad. Pero la realidad, se encarga el bloque independentista en señalar, consiste en su unidad de acción. Solo él puede formar gobierno y, para encabezarlo, propone a Puigdemont.

Aquí se abre un compás de espera por la situación del presidente en Alemania. La decisión que tomen los jueces alemanes condicionará el curso posterior de los acontecimientos en España de modo absoluto por cuanto el gobierno ya ha anunciado su neutralidad en el asunto. 

Queda la especulación porque no hay otra. Y en cualquiera de las dos posibilidades (extradición o no extradición) el conflicto se habrá acercado más al punto en que la mediación europea acabará haciéndose inevitable. De hecho, ya lo es. Europa ya pide a España, por boca de Schäuble, que "desescale" el conflicto. En román paladino, que suelte a los presos políticos y acabe con una disparatada judicialización.

Pero no será lo mismo la situación con Puigdemont libre en Europa o Puigdemont preso en España. 
 
Imagino que en cualquiera de los dos casos, se mantendrá la opción del Parlament: investir a Carles Puigdemont. A partir de ahí, corresponderá reaccionar al Estado. Según la intensidad de esta reacción y su carácter, podrá vaticinarse el curso posterior del proceso. 
 
Este había empezado siendo una cuestión de cuatro chiflados para ocultar una corrupción, una "algarabía" incomprensible, un suflé que se desinflaría a la primera de cambio y resultó ser un movimiento social, una verdadera marea independentista que ha tomado los caracteres de una revolución.

Y la Unión Europea cada vez más atenta a la vuelta de España por sus querencias: presos y exiliados políticos, represión, falta de libertades, dictadura.

Lo que hay.  


Liderazgo


Parece obvio, ¿no? En el exilio, en prisión preventiva, la voz de Puigdemont se escucha en Europa. La agitación en las calles lo prueba. Un 51% de los alemanes se opone a la extradición contra un 35% a favor. Los apoyos de parlamentarios y asambleas legislativas aumentan. El conflicto España-Catalunya se ha europeizado. Y, al europeizarse, se ha convertido en lo que es, un asunto político; no judicial. Es de esperar que los jueces alemanes así lo entiendan y se nieguen a avalar judicialmente un asunto político disfrazado de judicial.

Porque el pronunciamiento de Puigdemont equivale a recordar que es el presidente de Catalunya. Confía asimismo en el cumplimiento del acuerdo de la mesa del Parlament de proponerlo para la investidura. Si hubiera algún remonoleo a este respecto, merece la pena considerar las declaraciones de Elisenda Paluzie, nueva presidenta de la ANC en el sentido de que si la represión nos lleva a no asumir riesgos, lo mejor es abandonar. No se trata solamente de un pronunciamiento claro de resistencia, sino una aceptación de lo inevitable: solo hay camino hacia delante; solo admitiendo el riesgo de la represión puede ponerse fin a esta. 

Ahora solo queda esperar la decisión de la justicia alemana. Sin olvidar que, sea esta la que sea, el acuerdo de la mesa del Parlament se mantiene. Puigdemont será propuesto candidato a la investidura. Reconociéndose así al prófugo o detenido una legitimidad que el B155 no está dispuesto a admitir bajo ningún concepto, si bien es lo más sensato que podría hacer. 

Razón por la cual solo quedan quedan dos opciones: o el 155 pasa al ataque dictatorial directo y suspende de derecho la autonomía catalana pues ya lo está de hecho o bien nos preparamos para unas nuevas elecciones, según vaticinan ya los socialistas, aunque dicen que no las quieren.

Y hacen bien. Unas nuevas elecciones en las condiciones actuales clarificarían definitivamente la situación en los términos de un referéndum entre un polo independentista (formado por una lista de país y los añadidos que gusten) y otro no independentista con las opciones que sean. Por supuesto, en la lista independentista figurarán todos los dirigentes procesados/as. 

Entre tanto la Generalitat debe estar regida por un gobierno transitorio independentista. Transitorio porque se limitará a gestionar las elecciones e independentista porque es el de la mayoría. Y sin 155.
 

No parece que haya otra salida. 


(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED

No hay comentarios: