Camino de la plaça de Sant Jaume, un veterano independentista de la época no tan lejana en que esta ideología política no llegaba a los dos dígitos de respaldo ciudadano le comenta a su compañero de manifestación, mucho más joven, y asistente esporádico a este tipo de concentraciones: "No puedo con esta oscuridad". Su amigo no acaba de comprenderle, y, antes de que pueda responderle, le vuelve a decir: "Esa oscuridad acabará con nosotros si no somos capaces de poner luz a nuestras dudas". 

Al fin, le ha captado: la bruma del desencuentro independentista le ha superado, los presos continúan en la cárcel, los exiliados privados de libertad y, a partir del lunes, una nueva lista de dirigentes independentistas comparecen como investigados ante el juez Llarena con todas las incógnitas de este tipo de situaciones.

La concentración de la plaça de Sant Jaume por los dos Jordis, que han cumplido cuatro meses en Soto del Real, o sea, 123 noches, es una suma de rabia y de impotencia. Las miles de personas allí reunidas y que se desplazan a pie hasta la Modelo ni saben, ni comprenden. Pero están allí. Y seguirán estando allí. Son un representación de la Catalunya que no olvida y de la Catalunya que ha perdido la sonrisa. 

Curiosa paradoja: los organizadores de las multitudinarias manifestaciones que desde 2012 han asombrado al mundo por su pacifismo y que han sido reconocidos como los responsables de la revolución de las sonrisas están entre rejas mientras las risitas han mutado de bando y son los carceleros los que disfrutan de la situación.

Y, además, está el 155, que permite cosas fastuosas. Increíbles. Que el gobierno del PP que tiene tan solo cuatro diputados en el Parlament de Catalunya de 135 escaños tome decisiones trascendentes que solo afectan a los catalanes. Y, cuando ello sucede, pasa eso tan perverso que tiene la política. Los que han propiciado el 155 y han fulminado la autonomía de Catalunya culpan a los que lo han perdido todo y les apremian a un acuerdo inmediato. Sorprendente... si no fueran políticos.

La oscuridad tiene estas cosas. Que hasta que se hace la luz todo el mundo puede, más o menos, esconderse de sus responsabilidades. Y, en este caso, hay mucha más luz en Soto del Real, entre aquellas cuatro paredes donde habitan desde hace demasiado tiempo dos hombres buenos a los que si algo les pesa es la dignidad de estos últimos cuatro meses. 


(*) Periodista y director de La Vanguardia