El Estadi Lluís Companys, el de los Juegos Olímpicos, el de los
Mundiales de Atletismo, el de los grandes y multitudinarios conciertos
que se celebran en la ciudad de Barcelona, ha reunido este sábado a un
público diferente y con un motivo diferente. No era una tarde de
celebración, sino de recuerdo. No era una tarde para la nostalgia, sino
contra el olvido. Era una tarde en defensa de las libertades y contra
los presos políticos. ¡Qué paradoja!
Costó una
verdadera batalla política, pero sobre todo ciudadana, recuperar el
nombre de Lluís Companys para el Estadi Olímpic. A finales de los años
80, el president fusilado por el franquismo seguía siendo, en muchos
ambientes de la ciudad, un político conflictivo. Casi tres décadas
después de la inauguración del estadio, ¿quién iba a pensar que serviría
para un concierto en defensa de los presos políticos en las cárceles de
Estremera, Alcalá Meco y Soto del Real, y del president Puigdemont y
los consellers exiliados en Bruselas?
La Catalunya en blanco y negro y en formato 155 se
ha apoderado de la política en el país. Nada es normal desde que se
iniciaron los encarcelamientos, primero de los dos Jordis, Sánchez y
Cuixart, y después del vicepresident Oriol Junqueras y siete miembros
del Govern, que este sábado han cumplido un mes privados de libertad.
¿En qué ciudad europea decenas de miles de personas llenan un estadio
exigiendo la libertad de los miembros de su gobierno? En ninguna. O ¿en
qué país europeo muchos de sus principales cantantes suben a un
escenario y se comprometen con un acto solidario y político, en formato
de concierto, que lo que hace es recordar al Estado que en Catalunya hay
una ausencia creciente de libertades que ha desembocado en presos
políticos en una democracia? ¿En qué país europeo se crea una caja de
solidaridad ciudadana para pagar multas y fianzas de miembros del Govern
o del Parlament.
Por eso, no era ni un concierto normal, ni una tarde normal. De
hecho, nada es normal desde hace un tiempo en una Catalunya que ha
perdido sus instituciones de autogobierno y donde el gobierno español se
ha erigido en dueño y señor de la situación, atribuyéndose incluso la
potestad de convocar elecciones en el país el próximo día 21.
Unos
comicios que van a ser decisivos y trascendentales para los próximos
años. No es exagerado decir que Catalunya se juega su desaparición. No
su desaparición física, claro está, sino que el nervio del país que le
ha hecho puntera en muchas disciplinas en el mundo sea maniatado por
aquellos que quieren que sea simplemente una región de España.
Es una opinión legítima y es evidente que sus partidarios son ahora
mucho más visibles, pero supondría un cambio de rumbo histórico
en varios siglos si descontamos los periodos de las dictaduras.
El catalanismo, en sus diferentes acepciones, ha
sido el motor del progreso, el defensor de la lengua y la cultura y
sobre el que se ha asentado la nación catalana. España se siente fuerte
para acabar con todo ello, y diferentes partidos unionistas han aceptado
el envite de estas elecciones como un verdadero cambio de rumbo. Por
eso, en los comicios del 21-D hay en juego tantas cosas. Muchas más de
las que a simple vista parece.
(*) Periodista y ex director de La Vanguardia
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