Los CDR (Comitès de Defensa de la República) entran en
acción. No pretenden sustituir a la ANC (Assemblea Nacional Catalana),
pero dan otra dimensión a la movilización soberanista: acciones rápidas
que no requieren la participación de grandes masas. Volvemos a los años
setenta.
Hay más de doscientos CDR locales o de barrio, que pueden
movilizar a unos cuantos miles de personas con notable agilidad y
sincronía. Ayer lo demostraron. Cortaron carreteras y vías de tren y
magnetizaron a muchos estudiantes. Cuentan con el impulso primordial de
la CUP, pero van más allá de esta organización política, que ha
demostrado una notable sagacidad en los últimos años.
Un poco
franciscanos, un poco libertarios, un poco leninistas, y no todos
nacionalistas, los fraticelli han marcado el ritmo a
convergentes y republicanos, prisioneros de su insomne competición. Los
cuperos han explotado con gran habilidad la pugna entre PDECat y ERC por
la hegemonía. El fenómeno es único en Europa. Único. Es como si una
reencarnación de Lotta Continua estuviese marcando en estos momentos los
ritmos políticos de la ciudad de Milán y la entera Lombardía.
Los CDR cortaron ayer carreteras y vías de tren para dar
proyección internacional a una huelga que apenas tuvo impacto en las
fábricas y en los despachos. Los CDR están intentado reanimar la
narrativa rupturista.
La cúpula del soberanismo llegó rota a la fallida
declaración de independencia del 27 de octubre. Carles Puigdemont estuvo
a un minuto de convocar elecciones el día anterior, pero se lo
impidieron desde ERC y desde un sector de su partido. “¡Traidor!”, le
dijeron. Se rompieron las lealtades y la DUI acabó siendo un funeral.
Se
aplicó el artículo 155 y nadie llamó a la movilización. Los CDR aún no
estaban del todo maduros. Ningún país ha reconocido la república
catalana. Ninguno. Ayer le negó el reconocimiento el Parlamento de
Flandes. El independentismo se precitaba a finales de octubre hacia un
gran vacío narrativo, pero el guión de la serie Catalunya dio un giro inesperado: Puigdemont se marchó a Bélgica y la Audiencia Nacional encarceló a nueve consellers.
Los CDR se pusieron ayer al servicio del guionista
Puigdemont, que podría acabar anunciando una “lista del president”,
capaz de poner en apuros a ERC. (La batalla por las listas aún no se
puede dar del todo por cerrada.) Los Mossos y la Policía Nacional apenas
actuaron ayer para evitar imágenes duras –los vídeos del 1-O dando la
vuelta al mundo aún atormentan al Gobierno de España–y para enviar un
mensaje a los miles de catalanes que se enfadaron en las colas
kilométricas: esto es lo que os espera si no reconducís la situación en
las urnas.
Catalunya es en estos momentos la serie televisiva más
seguida por los europeos politizados. Cada día que pasa queda más claro
que el encarcelamiento de los consellers ha sido un colosal error del
Estado español. En el capítulo de hoy, la presidenta del Parlament y la
Mesa comparecen en el Tribunal Supremo.
(*) Periodista y director adjunto de La Vanguardia
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