El conflicto catalán ha entrado en una
fase de enfrentamiento institucional y configura lo que Palinuro
aventuraba hace una semana (casi un año para tiempos de normalidad) como
una situación de poder dual.
Más o menos, lo que está configurándose en la actual pugna entre el
poder del Estado y el de la Generalitat.
Este parece consistir en
realidad en el que ejerzan quienes no acaten la decisión del gobierno de
destituirlos. Se perfila un liderazgo fuertemente pesonalizado en las
figuras de Puigdemont y Forcadell y que cuenta con una apoyo social
generalizado. Solo así entiende el mensaje del presidente pidiendo una
oposición pacífica y perseverante al 155. Es un mensaje dirigido a la
sociedad en su conjunto.
La
suspensión de la autonomía catalana (pues suspensión es, diga Rajoy lo
que diga) no va a ser fácil de gestionar. Si las autoridades catalanas
se niegan a acatar su destitución y siguen tomando medidas en infracción
de la decisión de la autoridad, esta tendrá que emplear medios
coercitivos mayores, sin que quepa excluir la detención, el
encarcelamiento del Presidente y, quizá otros cargos. En ese momento se
habrá acabado la historia del poder dual. Desde la cárcel, se puede
poco.
¿O
no? Para quien las toma (el gobierno y sus aliados del triunvirato
nacional) las medidas represivas contra las personas en rebeldía,
resolverán el problema catalán porque desmovilizarán la resistencia
social. De hecho, la permanencia en prisión de los dos Jordis, presos
políticos, demuestra que la represión funciona. Insisto. O no. O esas
medidas deben ampliarse a otras autoridades y cargos menores en otros
niveles que también se nieguen a cooperar.
Por ejemplo, es imaginable
que muchos colegios que abrieron el 1/10 para el referéndum prohibido
piensen ahora en cerrar para una elección decidida por una autoridad
extranjera. Y no serán los únicos casos de desobediencia punible. De los
700 alcaldes independentistas muchos se negarán a acatar otra autoridad
que no sea la Generalitat. Habrá que procesar o sancionar a media
Cataluña.
Es
el famoso poder de los sin poder, una vez que tienen un objetivo por el
que movilizarse y sacrificarse y cuentan además con unos líderes
competentes.
Hoy
hay en Barcelona una manifestación por la unidad de España convocada
por la Societat Civil Catalana, una organización conservadora con tintes
reaccionarios, al menos en su fundación. Se prevé sea multitudinaria,
para mostrar la fuerza del nacionalismo español. Acuden representantes
de todo el abanico político, desde el extremo comunismo de Paco Frutos a
la tibia socialdemocracia, por la izquierda. La asistencia de la
derecha está toda garantizada.
A saber hasta dónde, si hasta la extrema
derecha, que suele hacerse presente agrediendo a alguien. Eso también
dependerá de la cantidad de autobuses que lleguen. Esta vez Borrell no
habla, pero llama a participar. Ignoro si, además, se ha pedido que los
asistentes no lleven demasiados símbolos franquistas.
Es
un conflicto político y constitucional. Ya se vio que no podía tratarse
como un mero problema de orden público, con medidas represivas
ordinarias. Ha habido que intensificar la represión y no hay trazas de
arreglo sino de lo contrario, de agudización de la crisis. Y eso con un
gobierno embadurnado de la corrupción de la Gürtel hasta las entretelas,
empeñado en que Cataluña pague el coste de ocultar su implicación y
responsabilidad en una trama criminal.
Así que sí, sigue, el poder dual.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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