A falta de año y medio para las elecciones autonómicas, el
estudio de opinión pública que ‘La Verdad’ publica este domingo refleja
un toque de atención de la sociedad murciana a sus políticos. Casi la
mitad de los encuestados opina que la situación política es mala o muy
mala (el 60% cree que es similar a la de los tiempos de Valcárcel) y
está sumida en una enquistada inestabilidad. Aunque más del 50% piensa
que es positiva la existencia de un gobierno sin mayoría absoluta, tres
de cada cuatro personas manifiestan que los partidos regionales no están
siendo capaces de colaborar entre ellos por el bien de la ciudadanía.
Ninguno de los líderes regionales sobresale o alcanza el aprobado. Solo
un 10% considera que los políticos actuales son mejores que los de
anteriores legislaturas. De hecho, para el 62% son iguales a los de hace
unos años. A unos les votarán más y a otros menos, pero en esta
fotografía panorámica nadie sale favorablemente retratado. La aparición
de dos nuevos partidos (Ciudadanos y Podemos) no ha supuesto a la postre
una mejora en la percepción pública. El efecto de la ‘nueva política’
que abanderaban las formaciones emergentes se ha diluido con gran
rapidez. Si existe realmente otra forma de hacer política, la gente no
la percibe.
Superado el ecuador de la legislatura, todavía marcada por
la grave crisis a causa de la imputación y renuncia del expresidente
popular Pedro Antonio Sánchez, este estudio deja un sabor amargo porque,
en definitiva, ahí sigue la brecha de desafecto entre los ciudadanos y
sus representantes electos, lo cual sigue siendo tremendamente negativo
para el bien común e injusto para muchos políticos, de todos los
partidos, que han asumido con honradez y voluntad de servicio una tarea
que hoy no resulta gratificante (basta con asomarse a las redes
sociales), salvo para aquellos que no tienen otra alternativa mejor en
sus vidas.
Las razones son múltiples y complejas porque
en muchos aspectos la calidad democrática ha experimentado en la Región
de Murcia una clara mejoría en muy poco tiempo. Tenemos una Asamblea
Regional claramente revitalizada y en el centro del debate público, la
lucha contra con la corrupción ha salido reforzada, se han dado pasos
(aún insuficientes) en transparencia y participación, y ha habido un
innegable esfuerzo de los partidos por abrirse a la sociedad y mejorar
sus mecanismos de participación interna (en algunos casos). Pero dicho
todo eso, persisten los viejos vicios partidistas y la sensación de que,
en términos generales, los mejores y mejor preparados no están
presentes en la vida política murciana.
Los partidos parecen haber
olvidado que, estando en franco retroceso los vínculos de identificación
ideológica o sentimental, lo que prima hoy en la ciudadanía es una
relación instrumental con los políticos. La mayoría social desea
simplemente que sus representantes resuelvan los problemas colectivos
por la vía del acuerdo y el consenso. Que sean parte de la solución y no
generadores de nuevos conflictos que sometan a la vida pública a una
tensión adicional a la ya existente por una recuperación económica que
dista de haber llegado a todos los murcianos.
Resulta descorazonador
para muchos observar que en algunos asuntos relevantes para la Región
haya tanta incapacidad, y voluntad, para alcanzar posiciones comunes y
superar desafíos que hasta ahora parecían consensuados. Dado que las
elecciones autonómicas asoman ya en el horizonte, no conviene hacerse
ilusiones. Al contrario, es muy posible que las posiciones y actitudes
se fortifiquen. A estas alturas nadie le regalará nada al adversario. No
hay nada peor que una sociedad sin pulso y nervio político que entre en
un indeseable adormecimiento. Pero tanto, tanto ruido y tan pocas
nueces es igualmente frustrante.
Estos días asistimos,
con aflicción, al lastimoso resultado de un proyecto de ingeniería
social iniciado hace décadas por los nacionalistas catalanes para
desgajar una parte del territorio español. Las aspiraciones de los
separatistas, legítimas pero labradas a fuerza de adoctrinamiento,
sectarismo y atajos en las leyes, desembocaron a la postre en un golpe
ilegal y antidemocrático que ha causado a Cataluña una honda fractura
social, ha dañado a su economía y ha terminado por limitar temporalmente
su propio autogobierno.
El Estado de derecho permitirá recuperar el
orden constitucional, pero quién sabe si harán falta varias generaciones
para restañar las heridas abiertas en el tejido social. La política es
una arma poderosa para transformar la sociedad. Hagamos buen uso de
ella. A veces produce desastres de incalculables consecuencias.
(*) Periodista y director de La Verdad
No hay comentarios:
Publicar un comentario