domingo, 17 de septiembre de 2017

"Las tesis de Soraya sobre Cataluña ganaron", dice García-Margallo


MADRID.- José Manuel García-Margallo (Madrid, 1944) está de gira estos días. Acaba de presentar su libro Por una convivencia democrática (Deusto), en el que analiza los problemas de España y defiende una reforma de la Constitución. El libro no sólo incluye como anexo la reforma que el exministro de Exteriores llegó a proponer a Mariano Rajoy, sino que también indaga en las causas y consecuencias de la crisis independentista abierta en Cataluña. Margallo enmarca estos hechos en la ola populista que vive Europa. "Independentismo es populismo", asegura.

El exministro recibe a EL ESPAÑOL en su despacho del Congreso después de una semana larga de conflicto institucional entre el Estado y la Generalitat. Dice que apoya al Gobierno y que confía en que no haya referéndum el 1 de octubre. Asegura que, si lo hay, Carles Puigdemont declarará la independencia al día siguiente. El ex jefe de la diplomacia defiende su implicación y opiniones sobre Cataluña durante su etapa en el Gobierno. Admite que al entorno de la vicepresidenta, a la que nunca nombra, no le gustaba demasiado.

Usted dice que lo que está ocurriendo en Cataluña es un golpe de Estado perpetrado desde instituciones legítimas como el Parlament o la Generalitat. ¿Hay algún precedente?
Tiene el precedente en Cataluña de 1934, en el que también el quebrantamiento del orden lo hace el presidente Lluís Companys. Es el único precedente, y es la primera diferencia con los golpes de Estado digamos modernos. La segunda diferencia es que el golpe de Estado tradicional, al menos en términos de frecuencia y estadística, lo que hace es cargarse las reglas de funcionamiento y organización de un Estado, pero en Cataluña lo que se pretende es cargarse el Estado. Y la tercera característica, derivada de que sean las propias instituciones les que den el golpe, es que las instituciones teóricamente deben representar a la totalidad y no solo a una parte del pueblo de Cataluña.

¿Ha actuado demasiado tarde el Estado?
La primera resolución formal fue la declaración del 23 de enero del 2013 del Parlament, que declara a Cataluña como sujeto soberano. Yo creo que a partir de 2013 ya es la crónica de una muerte anunciada. El proceso ha vivido dos fases desde entonces y ahora entramos en una tercera. Hay una primera etapa de bloqueo, de enroque en términos ajedrecísticos. No hay diálogo posible entre el Gobierno de la nación y la Generalitat, porque la Generalitat solo quiere hablar de independencia, cosa que el Gobierno de la nación no puede permitir. Después se produce la ruptura, que se vivió en los debates de las leyes de referéndum y transitoriedad en el Parlament. Y ahora entramos en una tercera fase que puede ser de enfrentamiento. Esperemos que haya una cuarta fase en que las aguas vuelvan a su cauce y se restablezca el diálogo institucional.

¿Este enfrentamiento puede derivar en algún conflicto violento?
Estamos en conflicto, lo que no hay es violencia callejera. Existe un conflicto desde el momento que hay actos continuos de desobediencia. Estamos en un proceso de sedición. Si la pregunta es si este conflicto puede ser violento, que haya guantazos o que haya heridos, yo espero que no. Espero que las partes controlen todo esto. 

¿Ve usted a Puigdemont declarando la independencia de Cataluña?
Sí.

¿Desde un balcón como en el 34 o por Twitter?
Lo que quieren es New York Times y BBC. Será el balcón, será una manifestación de gente en la calle, serán escraches, será ocupación de espacios públicos tipo Maidan (Ucrania).... Pero si hay urnas el día 1 de octubre, esto es lo que pasará el día 2. Si no hay urnas, puede pasar otra cosa. Pero esto sí que son especulaciones.

¿Qué le parece la respuesta que está dando el Gobierno?
La obligación patriótica es ponerse detrás del Gobierno, que tiene que ir eligiendo en cada momento. Hay un arsenal a su disposición. Está el artículo 116, excepción y sitio; está el artículo 155 que es tan constitucional como cualquier otro; la ley de Seguridad Nacional, recursos al Tribunal Constitucional y la Fiscalía. La respuesta es "haga usted lo que tenga que hacer". 

En su libro propone algunas soluciones, entre ellas la reforma constitucional, una nueva financiación autonómica y una ley de lenguas. ¿Hay margen o hemos iniciado un camino sin retorno hacia la ruptura?
Desde luego es más tarde que cuando propuse estas reformas hace cuatro años, pero es mucho antes de lo que puede ser el año que viene. Es decir, aquí el tiempo no va a arreglar nada, sólo va a empeorar las cosas. Yo creo que pase lo que pase el día 1 de octubre, que yo espero y deseo que no haya urnas, habrá un día 2 de octubre, un día 3 y un día 4 y tendremos incidentes continuos. Mientras siga subsistiendo esta falta de empatía entre la Generalitat y el Gobierno de la nación habrá incidentes permanentes.
Lo que hay que hacer de una vez es intentar encajar a Cataluña en el resto de España. Y eso es el gran problema catalán tradicional. Ortega hablaba de conllevar, Cambó hablaba de encauzar. Y eso pasa por un cuadro normativo nuevo, una reforma constitucional nueva y su vez una reforma de todas las instituciones que habría que hacer con o sin Cataluña. Tenemos que plantear el debate en otros términos, con límites materiales y con límites de actitud. Un límite material es que no se puede discutir y no se va a discutir de los preceptos que marcan la identidad constitucional: la unidad, la integridad, la igualdad y la solidaridad. Eso no se puede tocar.

¿Se puede negociar con Puigdemont y Junqueras?
Es obvio que no se puede discutir con un grupo faccioso como es el Gobierno de la Generalitat en tanto en cuanto no abandone su amenaza de secesión. Uno no discute con un presidente de la comunidad de vecinos que quiere prender fuego al edificio. Ellos tienen que aceptar que esto no es un hotel que uno se va cuando le da la gana. España es una cosa más seria y 500 años hay que tomárselos con un poquito de formalidad.
Hay muchas cosas que pueden mejorarse a nivel general y en la situación de Cataluña en particular. Mientras exista un caldo latente de desafección, el independentismo seguirá de una manera o de otra. Hay que conseguir que el independentismo esté en el 25%, que es su cota natural, y para eso hay que hacer una oferta a la sociedad catalana que no es independentista. 

¿Qué opinaba Rajoy de todo esto?
Es obvio que hemos tenido posturas discrepantes, porque el presidente se ha inclinado por las posturas del entorno diferente al que yo representaba. No hemos coincidido, por lo menos hasta ahora, en la necesidad de una reforma constitucional y en la reforma del sistema financiación. Y probablemente este otro entorno no veía qué pintaba yo en el tema catalán. Pero, claro, es que si eres ministro del Gobierno, te enfrentas el problema más grave que tiene España y estás ocupando la cartera de Exteriores sabiendo que el partido se juega fuera y, simplemente, no tienes nada que decir... Pues para eso me quedo navegando a vela o me dedico a leer las últimas creaciones literarias francesas. Yo no era el director general de Correos.

Se puede decir entonces que ganó el entorno de la vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría.
De momento, sí. Pero parece que algunas de mis tesis empiezan a abrirse camino. Ya se habla de financiación autonómica, se habla de reforma constitucional y se habló de una operación diálogo… Es verdad que de un perímetro ligeramente indefinido.

A usted, y perdone la expresión, le han llegado a calificar en alguna ocasión como "tonto útil del independentismo" por su participación e implicación en la cuestión catalana. ¿Qué responde a esos comentarios?
Me parece una perfecta idiotez. No haber comparecido en Cataluña y dejarles el terreno libre y permitir que expandiesen un mensaje sin contraposición me parece un disparate. Me parece que intervenir para desmentir algunas cosas y decir que la Unión Europea contradice esto o lo otro es bastante útil. Y también sería bastante útil que los que dicen eso publiquen algún libro y expliquen cómo ven el problema y cuál es la solución.

Vayamos a los orígenes. ¿Cree usted que la sentencia del TC contra el Estatut es el verdadero origen del conflicto?
En un conflicto como éste, lo importante no es lo que yo crea sino lo que crea esa parte, en este caso Cataluña. En el libro cito las declaraciones de (Jordi) Pujol en las que dice que ese (la sentencia) es el momento en el que se da el paso a la independencia. Hay también matizaciones de Roca, que yo sepa no es independentista, pero sí habla de un cierto punto de inflexión. Eso es así. Y no es nada extraño. En 1934, el enfrentamiento entre la República y la Generalitat se desencadena después de una sentencia del Tribunal de Garantías Constitucionales sobre la ley de Cultivo. En los dos casos lo que ocurre es que se convierte una cuestión jurídica en una cuestión política. ¿Está justificado o no? A mi juicio, no.
El recurso del PP al Estatut impugnaba 114 artículos y el Tribunal Constitucional sólo declaró inconstitucionales 14. En el resto daba la razón a la Generalitat. No es una sentencia que resulte excesivamente desequilibrada. En segundo lugar, los 14 artículos que se declaran inconstitucionales se referían en su mayor parte a la organización de la Justicia.

¿Qué otro momento identifica en este conflicto?
El segundo punto de inflexión, en mi opinión ya formal, es en la visita de Mas a Rajoy pidiéndole un pacto fiscal. Cuando se le explica que el pacto fiscal no es posible, que no hay amparo constitucional y que eso abriría un proceso de emulación por el resto de las comunidades autónomas es cuando él anuncia que inicia el proceso independentista. Entonces vienen las resoluciones del parlamento, la consulta, la otra resolución del parlamento, las elecciones y todo el plan se pone en marcha sin posibilidad de que haya marcha atrás.

¿Qué parte de responsabilidad histórica tiene en el Estado en lo que está sucediendo? 
Desde 1980, todos los gobiernos que se han sucedido en Cataluña han seguido la política de construcción nacional que impulsó Jordi Pujol. Esta política se traduce en un adoctrinamiento a los catalanes a través de la enseñanza y los medios de comunicación. En la escuela se empezó a enseñar el odio a España y la idea de que una Cataluña independiente sería una especie de Arcadia feliz. Esto no tiene una respuesta adecuada por parte del Estado y, en mi opinión, eso fue una omisión que estamos pagando. Hemos permitido que el Estado se convierta en invisible en Cataluña. Hay zonas en las que el Estado español no existe, lo cual es un verdadero drama. Hay comarcas que están actuando ya como si fuesen independientes de facto.
Por eso, desde el punto de vista de la transmisión de mensajes nos pusimos desde el Ministerio para que hubiese un relato alternativo al relato separatista en el exterior. Es decir, que organismo internacionales y cancillerías no recibiesen sólo un mensaje. Eso se hace con un enorme esfuerzo desde el minuto uno y se pone en marcha una guía para que los embajadores, cónsules y todo el servicio exterior sepa cuales son los argumentos de España y los contraargumentos a los argumentos que ellos exponen. Y creo que eso ha salido francamente bien.

¿Y el 9-N? Usted siempre ha dicho que debió haberse prohibido.
A esa fase de la construcción nacional y a partir de la resolución del 2013, empieza otra fase distinta, que es la organización jurídica en Estado. Es decir, se empiezan a crear estructuras de Estado para dotar de sustancia material a esa idea de nación que se ha ido construyendo. Es lo que llevan haciendo en estos últimos años con la Hacienda etc. Y creo que aquí no hemos sido lo suficientemente determinados en parar esto.
La consulta del 9 de noviembre del 2014 la hacen con la figura de proceso participativo después de la prohibición del decreto de convocatoria. Y yo creo que deberíamos haber intervenido y yo propuse intervenir la consulta. En mi opinión esa consulta no se debería haber celebrado y se debía haber prohibido. Y después de la prohibición deberíamos haber iniciado un proceso de diálogo sobre aquellos temas sobre los que se puede dialogar. Claramente no se puede hablar de la soberanía del pueblo español, pero sí se puede hablar de lenguas, de infraestructuras y sobre todo de financiación para abortar esa campaña de España nos roba.

Le voy a hacer dos preguntas sobre el Jefe del Estado. ¿Cree que hizo bien en asistir a la manifestación de Barcelona? Y, segunda, ¿cree que debería dirigirse a la nación por los acontecimientos que están teniendo lugar en Cataluña?
El rey ha tenido una presencia constante en Cataluña. Ha hecho el enorme esfuerzo de comunicarse en catalán. Ha hecho gestos continuos de afecto a Cataluña. En cuanto a si debe dirigirse o no a la nación, es algo que debe valorar la Casa Real y el Gobierno. La Corona es un gran activo en cuanto representa físicamente la unidad de España. Esto sería infinitamente más difícil con un presidente de la República.

¿Qué papel cree usted que está jugando Podemos en toda esta crisis?
Podemos es un partido que recoge el derecho a la autodeterminación, probablemente como consecuencia de su herencia leninista. La declaración de los pueblos es de Lenin y las únicas constituciones en las que se plasma son todas del bloque soviético. Todas con la boca pequeña, porque en la URSS proclaman el derecho de autodeterminación de los pueblos pero nombran comisario de las nacionalidades a Stalin. Y en cuanto algunas ejercen el derecho de autodeterminación las invaden. Y cuando los países bálticos quieren salirse de la URSS no ejercen el derecho de autodeterminación, que era muy difícil de ejercitar, denuncian el tratado Von Ribbentrop-Molotov (pacto de no agresión entre la Alemania nazi y la URSS).
Pero yendo a lo concreto, que Podemos recoja el derecho a la autodeterminación; que no está recogido en ninguna resolución de la ONU, ni en la UE ni en ningún constitución del mundo salvo en Etiopía y San Martín y Nieves; es un factor de distorsión muy importante. Podemos tiene un electorado muy significativo en toda España. Mi gran distancia con Podemos es esta. Sería más fácil si fuera una izquierda todo lo populista y revolucionaria que les pareciese bien, pero que eso no lo recogieran. Esto por ejemplo es inimaginable que lo diga Mélenchon en la Francia Insumisa. Esto es una peculiaridad de Podemos que no ayuda.

¿Cree que Iglesias nombraría un comisario de las Nacionalidades para evitar la autodeterminación de Cataluña?
Espero que Pablo Iglesias no tenga la oportunidad ni de nombrar un comisario de las Nacionalidades ni un comisario de Transportes.

En su libro aborda en profundidad el fenómeno populista en Europa.
Los populismos no son un fenómeno nuevo. En Europa y en el mundo, se ha producido el miedo a la globalización, que es el miedo a la pérdida del puesto de trabajo y el salario por la inmigración o la deslocalización. Esto explica el brexit, que es un poco el miedo al fontanero polaco; explica Trump y explica los movimientos populistas. Es verdad que hemos salvado un matchball, pero no hay que olvidar que en Francia Melenchon y Le Pen tienen el 45% del voto, que es un disparate. Wilders, en Holanda, es la segunda fuerza. Es decir, que es un tema latente.

¿Llegó usted a ser verdaderamente un candidato a presidente de consenso en el período que hubo entre las elecciones generales de diciembre del 2015 y junio del 2016?
Nunca llegué a ser candidato... Ni candidato a presidente de mi comunidad de vecinos. Hubo una rumorología en este tema que no parece que fuese alentada por mis mejores amigos del partido. Konrad Adenauer decía aquello de que hay enemigos, enemigos a muerte y compañeros de partido. Este rumor, que nació en algún medio empresarial, se extendió deliberadamente por los medios más atentos y más proclives a recoger. Yo cada vez que oía fuentes de la Moncloa no sabía si eran las fuentes con chorrito o eran otras cosas. La verdad es que no hizo ningún favor y no tenía ningún sentido.

Es decir, que ni lo pensó ni se lo ofrecieron.
No, no. 



El periodismo basura / Ramón Cotarelo *

El periodismo se convierte en basura cuando los que lo hacen son tan partidistas, sesgados, parciales que mienten hasta cuando tratan de ser objetivos. El titular de "El País" es falso, ideológico y absolutamente parcial. El separatismo no une fuerzas ante la aplicación de la ley por dos razones:

Primera: no es la ley lo que se aplica en Cataluña sino una desaforada arbitrariedad con fines intimidatorios. Los registros, las incautaciones de materiales del referéndum por la Guardia Civil no son la ley sino un abuso de poder. La  administración no sabe cómo frenar o terminar con un movimiento que ella fue la primera en poner en marcha mediante medidas políticas demagógicas y autoritarias.

Segunda:  el separatismo no une sus fuerzas porque estas no han estado desunidas nunca. Precisamente es la unidad desde el principio la baza mayor para el logro del objetivo independentista.

Un mediano conocimiento de la situación en Cataluña hubiera llevado al diario a hacer una redacción más ajustada a la realidad, algo así como: "Las arbitrariedades en contra del independentismo permiten que este haga una exhibición de fuerza y unidad.

Pero, claro, entonces se trataría de informar de la realidad de modo objetivo. 


La lid en la tele

Breve pero enjundiosa reseña del programa de TV3 en el que Palinuro participó ayer. Hubo otros momentos no menos significativos, `pero los aquí reflejados son suficientes para hacerse una idea del asunto. Venía el dicho Palinuro de una xerrada al aire libre en compañía de Anna Serra (CUP), Albano Dante Fachín (Podem) y Teresa Jordà (ERC) en Plaça Fort Pienc sobre la República catalana, de debatir con los vecinos del lugar y quienes quisieron acercarse sobre la situación particularmente crítica que vive Cataluña en defensa del referéndum el 1 de octubre ante los ataques del gobierno central. 
 
Y la verdad es que no estaba muy de humor para andar con paños calientes con la huera propaganda de la gente del PP por muy ministros que hubieran sido. El contraste era excesivo. Cataluña está viviendo un estado de excepción encubierto, como corresponde a estos franquistas vergonzantes, que no se atreven a reconocer su amor por Franco pero, en cuanto pueden, le imitan en todo

Aquí, la reseña del programa, aunque estoy seguro de que habrá un enlace en algún lugar de la red.

A veces me preguntan por qué no me invitan a ningún medio audiovisual español. En este programa está la respuesta. Las cosas que en él dije solo pueden decirse en Cataluña.
 
 
 
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED

Los ovarios de la alcaldesa / Ángel Montiel *

Olé tus ovarios. La expresión se multiplica en el registro de entradas del wasap de la alcaldesa de Cartagena. Y no porque en ellos (en los ovarios) haya una fiesta a la espera de su inmediata maternidad, sino en sentido figurado por la expeditiva destitución de su socio del MC José López de los cargos de vicealcalde y concejal de Infraestructuras. Nunca una decisión de Ana Belén Castejón fue celebrada por tantos y tan diversos mensajeros. Qué alivio, por Dios.

No hay que subrayar que se trata de un gesto de alto riesgo. La alcaldesa ha destituido al líder del partido con el que mantiene una coalición de gobierno, pero no ha roto esa coalición. Y se trata, además, de un partido unipersonal, montado en torno al Gran Hombre. Cabría suponer que a renglón seguido de la destitución de López, la dirección de ese partido ordenaría el pase a la oposición de sus cinco concejales para dejar a su verdugo en la soledad de los seis socialistas y enfrentada a la hostilidad lopecista y del resto de los grupos adversarios, que conforman en conjunto una mayoría absolutísima con la que Castejón tendría muy complicado seguir gobernando, aunque sólo fuera por falta de manos. 

Nada de esto ha ocurrido, como sin duda previó la alcaldesa: el MC, gracias a su posición en el gobierno municipal, dispone de una veintena de interesantes sueldos, y no es cosa de tirar el pan por la ventana. De modo que la coalición PSOE-MC permanece a pesar de que el líder de este último carezca de instrumentos de gestión y su cabeza haya sido cortada en la plaza pública y arrojada a un cesto, al modo de los oportunos usos cartagineses y romanos que nuestro colaborador Sabiote tuvo el acierto de retratar en una de sus viñetas.


La ruptura vendrá después.

La coalición permanece, sí, pero muchos se preguntan por cuánto tiempo. Las concejalías están repartidas entre los dos partidos coaligados, y hay escasa comunicación entre ambos bloques por no decir ninguna. Tras la caída de López, la desconfianza se ensanchará, y es probable que se demuestre la imposibilidad de manejar un Ayuntamiento como el de Cartagena con dos equipos diferentes en contradicción interna permanente.

Pueden ocurrir dos cosas: una, que finalmente MC renuncie a sus nóminas para hacer una oposición frontal y vengativa, una posibilidad que puede retardarse más o menos, pero que se produciría sin muchas dudas antes de las próximas elecciones, para tomar carrerilla ante ellas. Y otra, que la alcaldesa, si observa que persisten los modos contra ella y su partido, dé un segundo puñetazo sobre la mesa y rompa ella misma la coalición, que justificaría en los mismos motivos por los que ha despedido a López: deslealtad y desconsideración.

Si atendemos a la personalidad de López, proclive al histrionismo, nadie hubiera sospechado que Castejón lo tenía tan fácil para quitárselo de encima. Sin López, Cartagena sigue en pie, y con el valor añadido de que ya nadie la ridiculiza institucionalmente. Visto lo visto, la alcaldesa es muy capaz de romper la coalición y quedarse sola. Cuenta para esto con la ventaja de que, mientras ella ha mantenido y mantiene una vía de diálogo más o menos amable con el resto de los grupos (PP, C's y la marca local de Podemos), López los ha despreciado públicamente a todos una y otra vez y ha elevado las discrepancias políticas a personales con portavoces y concejales, aparte de que su electorado potencial compite con los dos primeros, y esto hace más difícil la ´solidaridad´ de la oposición al PSOE con el desbocado representante del populismo localista.

Lo curioso es que poco tiempo antes de que Castejón destituyera a López, éste había llamado al secretario regional del PSOE, Rafael González Tovar, para advertirle de que estaba dispuesto a romper el pacto si no metía en cintura a Castejón. Ésta, con mucha sorna, se dirigió después a López para exponerle su perplejidad por el hecho de que hubiera recurrido a Murcia para resolver problemas propios de Cartagena cuando su política consiste en reprochar a los demás su supuesta dependencia exterior. Pero más en serio le recordó que la líder del partido en Cartagena era ella, y era ella quien tomaba las decisiones, cosa que López tuvo ocasión, a su pesar, de constatar al poco.

Sin embargo, su destitución no debió llegarle por sorpresa, ya que si su llamada a González Tovar no fue un arrebato, en algún momento previó romper el pacto de gobierno, lo que habría supuesto su dimisión y la del resto de los concejales con el objeto, claro, de hacer caer a Castejón. Lo que no dijo al secretario regional del PSOE es qué alternativa proponía como paso siguiente que no fuera entregar el gobierno municipal al PP, ya que, insisto no hay en la oposición grupo alguno que sea proclive a pactar con el jefe de MC.

Sin embargo, tampoco Castejón podrá encontrar otro socio para sustituir al partido de López en el caso de que él o ella acaben rompiendo el acuerdo de gobierno que a malas penas subsiste, sino que tendría que encomendarse a pactos circunstanciales con los demás, que no estarán dispuestos a dejarla crecer, y menos a sabiendas de que se ha revelado en poco tiempo como un inesperado animal político con extraordinarias condiciones para manejarse en esa selva a prueba de exploradores temerarios.

Fin de una convivencia tóxica.

Y no son sólo las dificultades para encontrar el respaldo necesario a sus propuestas de gobierno sino incluso para llevarlas a cabo en caso de ser aprobadas. Si sus concejales ya van hasta arriba con la acumulación de competencias que les toca gestionar ¿cómo se desempeñarían con la totalidad de las funciones? Tendría que acudir a los recursos que permite la ley de ´grandes ciudades´, y ni con esas. Pero es obvio que esa perspectiva de futuro complicado no ha supuesto una limitación para Castejón. Ha cortado por lo sano con López, y en vez de temer a sus posibles represalias lo ha amonestado maternalmente, como corresponde a su actual estado de premamá, al advertirle sobre que si se porta bien y se dedica a hacer los deberes estaría dispuesta a reponerlo en su cargo. 

Los dos años de convivencia previa, con López de alcalde, han bastado para que la inspirada Castejón analice psicológicamente el estado de adolescencia política de un personaje que se inició como adalid contra la corrupción y ha acabado, mediado el mandato municipal, imputado por los mismos supuestos delitos que denunciaba, basados en el municipalismo de amiguetes.
 
La imputación, más vergonzosa por lo prematura, no ha arredrado a López para seguir ejerciendo, como cuando gobernaba Barreiro, su incontinencia para la divulgación de dimes y diretes, ahora ya contra sus propios socios de gobierno. Y esto es lo que ha acabado con la paciencia de Castejón.

El exalcalde ha ido soltando insinuaciones sin pruebas sobre supuestas relaciones del PSOE con Hidrogea, la empresa concesionaria de aguas, tal vez basándose en que este partido votó a favor, durante el gobierno local del PP, de la prolongación del contrato de esta empresa para mantener la gestión durante varias décadas más, una vez que concluya su actual adjudicación a finales de este año. Es cierto que esta empresa adelantó trece millones de euros al equipo presidido por Barreiro, tal vez para que el Ayuntamiento ajustara algunos sobrecostes del auditorio del Batel, y que posteriormente la Corporación le prolongó el contrato, por unanimidad, incluida IU, hasta mediados de siglo, cuando es probable que ya no vivan algunos de los que firmaron esa autorización.

Un caso que llama la atención, que Podemos ha recurrido, y cuya responsabilidad, en cualquier caso, no afecta a este partido ni al de López, ambos sin presencia institucional durante el mandato de Barreiro. Pero sería absurdo suponer que Castejón, cuya responsabilidad ejecutiva es muy reciente, pudiera tener algún compromiso inconfesable con alguna empresa concesionaria aun en el caso, sobre el que no hay siquiera indicios y menos pruebas, de que sus antecesores en la secretaría general del PSOE local se hubieran avenido a contraerlos.

La destitución de López ha tenido la virtud de desvelar formalmente la insostenibilidad de una relación política tóxica alimentada desde el principio como tal por la personalidad del líder del MC, incapaz de refrenar su heterodoxia política y acomodarla a una convencionalidad más práctica y efectiva. En el futuro más cercano, en el tiempo que resta de mandato municipal, esto introduce cierto alivio, a pesar de las dificultades para la gobernación, pero hay muchos que temen que el gesto de Castejón tenga consecuencias a la larga, pues López maneja con gran soltura los mecanismos del victimismo y podría fortalecerse como candidato electoral para 2019. Fenómenos menos previsibles se han visto en la vida política. Como contrapeso a esa posibilidad hay quienes estiman que la ´experiencia López´ ya ha tenido su momento de gloria y se ha visto lo que ha dado de sí.

Mientras tanto, el wasap de la alcaldesa rebosa de mensajes de exaltación metafórica a la potencia de sus ovarios cuando en realidad todo lo ha diseñado con su muy buena cabeza.

 

(*) Columnista



http://www.laopiniondemurcia.es/opinion/2017/09/17/ovarios-alcaldesa/860519.html

El Ejército de los Sonámbulos sigue avanzando / Pedro J. Ramírez *

No ha sido casualidad que en las declaraciones que vino a grabarme TV3, para emitirlas este sábado, yo dijera que "me duele que una parte importante de la sociedad catalana esté siguiendo a Puigdemont y sus golpistas como un ejército de sonámbulos, camino del precipicio". Aludía así al título de la novela de moda en Europa, El Ejército de los Sonámbulos, que acababa de regalarme un querido amigo, tan amante de los libros, la Historia y el periodismo como yo.

Todo en esa novela es inquietante. Desde la autoría, que es coral y corresponde a un colectivo de escritores italianos que publica bajo el seudónimo de Wu Ming, hasta su tesis pseudocientífica. Viene a desarrollar las teorías y experiencias del médico alemán Franz Anton Mesmer, padre del mesmerismo, que, alegando que existía un fluido magnético animal, capaz de curar las enfermedades, vino a descubrir, casi por casualidad, el hipnotismo.

Mi amigo me la regaló, entre otras razones, porque la acción de El Ejército de los Sonámbulos comienza el mismo día -21 de enero de 1793- que mi obra histórica sobre el periodo clave de la Revolución, publicada en España con el título de El Primer Naufragio y en Francia -atención- con el de Le Coup d'Etat. En esa fecha fue guillotinado Luis XVI, en la hoy plaza de la Concordia, ante la estatua ecuestre de su abuelo.

Fue un auto sacramental inverso. Culminaba la diástole transgresora que anegaba la Revolución en sangre y engendraba a la vez la sístole reaccionaria de la contrarrevolución. Con el mismo telón de fondo de mi libro, entre los garitos del Palais Royal, las guerras civiles de las secciones parisinas y los vanos intentos de las Mujeres Revolucionarias por ser admitidas en un mundo en el que la egalité terminaba donde empezaba el machismo, Wu Ming inventa una conspiración involucionista, basada en coger al pueblo en su papel de protagonista colectivo de los grandes desbordamientos y darle la vuelta como un calcetín.

El arquitecto del más singular golpe de Estado imaginable es un ficticio caballero de Yvres, inspirado sin duda en el legendario barón de Batz, a quien se atribuían todas las conjuras monárquicas de la época. Mesmerista declarado, Yvres sostiene que "la voluntad funciona como la electricidad". Para transmitirla a los demás hacen falta dos requisitos: "acumularla" en torno a una única idea, como si se tratara de una gigantesca pila, "pues los seres humanos tendemos a malgastarla en mil cosas" y "acercarnos a la mente ajena hasta hacer saltar la chispa".

Lo primero -la "acumulación"- es lo que han aportado desde hace cuarenta años los dirigentes nacionalistas con el planteamiento monolítico y unidimensional de afrontar cualquier conflicto -político, económico, social o deportivo- desde el prisma de la confrontación entre una Cataluña oprimida y una España opresora. Se trataba de que ningún buen catalán "malgastara" su existencia en esas otras "mil cosas" con las que nos distraemos los demás mortales.

Lo segundo -el adoctrinamiento "hasta hacer saltar la chispa"- lo han conseguido las desleales autoridades catalanas mediante los dos grandes instrumentos de hipnosis colectiva que el Estado más estúpido de Europa ha puesto sin control alguno en sus manos: los colegios y los medios de comunicación, tanto públicos como concertados. Sólo era cuestión de tiempo porque, como lúcidamente nos decía el domingo pasado Josep Piqué, "cuando los separatistas sean el 70% no habrá Constitución que los pare".

La equiparación de la cuenta atrás hacia el 1-O con la trama del libro de Wu Ming es doblemente pertinente, puesto que el nacionalismo moderno no es en su origen -Hanna Arendt dixit- sino la respuesta romántica que la tradición opone a la modernidad; y puesto que, además, el gran acierto de la novela es mostrarnos cómo la revolución y la contrarrevolución no son sino el haz y el envés de una misma manipulación de los sentimientos de las masas, para sustituir al poder establecido por otro acorde con los intereses de los manipuladores. Sólo cuando hayan destruido la España constitucional, estallará la guerra civil independentista entre los sans culottes de la CUP y los convergentes girondinos.

De hecho la novela sitúa la acción en ese momento cenital, cuando los unos ya han guillotinado a los otros y viceversa. El Ejército de los Sonámbulos, organizado para tomar el poder después de Thermidor, está formado tanto por campesinos incultos como por relamidos muscadines, miembros de la "juventud dorada", con sus elegantes chaquetas y libreas, con sus bastones de empuñadura de ébano o marfil y tan solo sémola o serrín en el cerebro.

Leyendo algunos pasajes del libro -"Eran autómatas, eran seres mecánicos a los que les habían dado cuerda", "el victimismo los convertía en carne de cañón providencial"- he pensado en la descripción que Cristian Campos hacía el martes en El Español de esos "burgueses bien peinados y mejor vestidos" que, con más "ingenuidad e infantilismo" que "visceralidad u odio", asistieron a la Diada, entreverados con payeses de la Cataluña profunda.

Su aire de superioridad, el convencimiento de que nada se interpondrá entre ellos y las urnas de la independencia, se corresponde con la actitud de las cohortes de activistas, programados uniformemente por el caballero de Yvres. Con la misma naturalidad con que los sonámbulos tienen como himno El despertar del pueblo, los sedicentes pacifistas entonan una y otra vez las estrofas sangrientas de Els segadors.

"El pueblo (de Cataluña o de París). Abstracción absurda, pero fuerza real, primigenia", escribe Wu Ming. "Durmientes que cantaban canciones sobre despertares y despabilamientos delante de otros que habían hecho del pueblo un dios, un ídolo". Por eso Pablo Iglesias se frota las manos y acusa de generar un "Estado de Excepción" al gobierno que trata de parar el golpe, utilizando la mosca de la corrupción que hay en la sopa, como coartada para jalear a quien lleva camino de romper el plato. Se jacta de ser un "patriota" español, pero no le importa hacer de conde don Julián al servicio de una horda reaccionaria, con tal de que la quiebra del orden social se produzca y la partida se juegue en la calle y no en un parlamento en el que sus trucos y mociones de censura no dan más de sí.

A juzgar por lo sucedido en la última semana y media, desde que Rajoy se rindió a la evidencia de que no tenía más alternativa que exilarse o plantar cara a los golpistas, cualquiera diría que el presidente y sus colaboradores siguen sin entender la naturaleza del enemigo al que se enfrentan. Pretender que Puigdemont se detenga ante una orden del Tribunal Constitucional o una querella del fiscal es como esperar que Kim Jong-un suspenda su programa de ensayos nucleares por las resoluciones de la ONU. Y apostar por su estrangulamiento económico equivale a esperar a que hagan efecto las sanciones de la comunidad internacional contra Pyongyang. La estrategia de Montoro hubiera tenido sentido cuando se anunció el referéndum, no ahora.

Lo que caracteriza a los soldados del Ejército de los Sonámbulos es su capacidad de encajar, impertérritos, cualquier golpe que no los derribe. Ningún alfilerazo duele cuando se deambula hipnotizado. "La fe es el fundamento de la terapia magnética", alega uno de los discípulos de Mesmer. A los miembros de la Mesa del Parlament, a los consellers, a los síndicos electorales o a los 700 alcaldes que cederán sus locales el 1-0 les basta saber que sus delitos serán amnistiados por la nueva República Catalana.

Y no sólo no les duelen los requerimientos y querellas, sino que la sensación de estar jugando al escondite de forma impune con el Estado aguza su inteligencia. "La mesmerización -añade Wu Ming- no solo confería insensibilidad, sino también la habilidad automática de adivinar los golpes y acciones del adversario". 

Faltan dos semanas para el 1-O y el Ejército de los Sonámbulos sigue avanzando. Rajoy continúa instalado en el fortín de las palabras pero permite, impávido, que un rosario de mítines ilegales vaya congregando multitudes de devotos. Cada día que pasa bajo la égida de esa ilegalidad, el triunfo de su golpe de Estado se vuelve más verosímil. Gana "momentum", por utilizar el argot electoral americano. Hasta el presidente de la Comisión Europea Claude Juncker verbaliza ya la hipótesis de que se celebre el referéndum y gane el sí; y los sublevados se permiten ofrecer "diálogo" como los sitiadores que dictan las condiciones de la rendición a los sitiados.

Rajoy no puede seguir cometiendo errores de libro de manualidades, como el permitir que se celebrara el acto de Tarragona entre el recochineo del Estado Mayor golpista. Antes de que la campaña, a la vez prohibida y tolerada, alcance su apogeo, será imprescindible suspender en sus funciones a Puigdemont, Junqueras y compañía, establecer una autoridad provisional en Cataluña -sea aplicando la Ley de Seguridad Nacional, el artículo 155 o combinando ambas medidas- y desplegar a las fuerzas de seguridad para evitar el referéndum e impedir desórdenes.

Hemos llegado al punto de no retorno y eso significa que -como también he dicho en TV3- se cumplirá inexorablemente la profecía de ese gran catalán universal que fue Xavier Corberó, cuando meses antes de morir advirtió en El Español que "a nada que vaya bien, esto terminará muy mal". Lo único que queda por dirimir es si la peor parte nos la llevaremos todos los españoles o el Ejército de los Sonámbulos.



 (*) Periodista y editor de El Español


https://www.elespanol.com/opinion/carta-del-director/20170916/247425257_20.html

Rajoy, camino de los corrales / Federico Jiménez Losantos *

"Nos van a obligar a lo que no queremos llegar", ha dicho Rajoy ante sus empleados del PP de Cataluña. Y en vez de ver la confesión de su cobardía, los medios 'asorayados' y también los melancólicamente leales a esta pobre Nación que nadie defiende y a esta Constitución que todos vulneran, lo imaginamos como el indicio de fortaleza de un Gobierno que es sólo la emanación perpleja de la resbalosa condición de su presidente.

En realidad, lo que estaba confesando Mariano es que hasta ahora no ha querido llegar a lo que sólo la tozudez de 'Cocomocho' puede obligarle a hacer, que es defender la legalidad en Cataluña. Porque nadie duda de que la reacción del gobierno este viernes tras la humillación pública del jueves en el arranque de campaña de los separatistas, que fue una burla a todas las instituciones, se ajustará a la más estricta legalidad. Pero tampoco ignora nadie que este "golpe de Estado a cámara lenta" lleva cinco años en cartel, y que hace casi dos tuvo lugar otro referéndum tan ilegal e ilegítimo como el de ahora y ante el que el Gobierno de Rajoy, este mismo Gobierno y este mismo Rajoy, no hicieron absolutamente nada: ni prevenirlo, ni castigarlo.

La cosecha de Rajoy: ni miedo ni vergüenza

Si en el parlamento de Cataluña se ciscan en todas las leyes, sean de ámbito europeo, nacional, regional o de la propia cámara, es precisamente por el precedente de estos cinco años de impunidad con Rajoy. Es verdad que la tienen desde Suárez, pero ni siquiera en tiempos del infame Zapatero se habían producido actos tan zafiamente despóticos, tan obscenamente antiespañoles, tan acostumbradamente impunes como los que hemos visto.

Sin la doctrina de que "lo único importante es la economía" sin el dogma de que "lo que hace falta en Cataluña es diálogo", sin el principio de financiar a los medios podemitas, aliados con los separatistas en el mayor desafío a España en varios siglos, ni los bandarras de la CUP ni los zuavos de Godó, ni la Gabriel ni el Juliana se hubieran atrevido a tanto. Y, de atreverse, habrían sido reprimidos por los mismos motivos que Rajoy, a quince días del referéndum, confiesa que no quiere emplear y que son los que la Ley pone a disposición de cualquier Gobierno y le impone aplicar.

La paradoja aparente es que los golpistas catalanes están siendo tan zafios que pueden empujar a la acción a su cómplice habitual por inacción. Sin embargo, no nos alegremos: lo que Rajoy confiesa es que no quiere de ninguna manera aplicar la Ley, que se niega a defender los derechos de todos los españoles, catalanes incluidos, salvo que le obliguen mucho, y aun así, poquito. En realidad, les está pidiendo, por favor, una coartada para no hacer nada, les implora que no le obliguen a moverse, les suplica que no le empujen a ejercer de presidente del Gobierno. Él ha venido a este mundo para presidirlo absolutamente todo, pero para gobernar absolutamente nada.

El pañuelo verde de la moción de censura

En los toros, cuando un toro es manso de solemnidad, burriciego, reparado de la vista, descordado, derrengado o inválido para la lidia, el presidente saca un pañuelo verde para que lo devuelvan al corral, tarea que los bueyes de la plaza realizan con lento esfuerzo, salvo los de Florito en las Ventas, que han alcanzado tal virtuosismo que apenas han salido al ruedo y ya se están yendo de él como abrazando al toraco, obediente como un ciudadano ante un inspector de Hacienda o un político ante La Sexta

Si los antitaurinos supieran algo de lo que odian, irían a las Ventas en otoño para contemplar el soñado espectáculo de un toro cinqueño, típico de la limpieza de corrales al fin de temporada, que al poco de salir al ruedo, sin recibir una vara, es devuelto a la penumbra del corral para acabar como cualquier ternera en el matadero, de un tiro en la testuz, degollamiento u otra forma de pasaportar el ganado vacuno para la alimentación humana.

Me parece que Mariano no llega a la Feria de Otoño de este año, pero Simón Casas, muy atento a estos detalles, puede remitirle un DVD con cualquier devolución de un toro a los corrales para que sueñe despierto. ¡Qué mayor ventura para un manso que imaginarse en manos de Florito y su punta de bueyes, de vuelta a la rumia del corral y al pienso garbancero! El papel del presidente le toca al Rey, tan desairado y agredido por Rajoy en estos dos años de regobierno, pero siempre atendiendo a la opinión del veterinario y a la del público venteño, que recita el Reglamento en arameo.

Y en este caso, el reglamento de las Cortes, belén en que ven la luz los presidentes de gobierno españoles, es cristalino: si se presenta una moción de censura con cincuenta escaños detrás y un candidato alternativo a la Presidencia, se paraliza la acción de Gobierno hasta que las Cortes voten si echan o dejan seguir al presidente censurado. Vimos hace poco una versión demediada del trámite, la charlotada de Irene y Pablo cuando eran -creo que siguen siendo- Pablo e Irene, sin otro éxito posible que el de salir mucho en las televisiones amigas, que, Soraya mediante, son todas. Esta vez, la cosa es distinta. 

A partir del 2 de octubre, el PSOE se verá empujado por Podemos y ERC a aceptar la presidencia del Gobierno para pactar los términos de la liquidación de España mediante una reforma de la Constitución limitada a un punto: apuntillar la soberanía nacional y acabar con la igualdad de los ciudadanos ante la Ley. Eso sí, mediante el diálogo. Mucho diálogo, venga diálogo, será por diálogo, diálogo por la izquierda con guiños al centro, diálogo a lo círculo ecuestre y a lo cumbayá, diálogo para reescribir en el papel de la Ley con el agua que acabará con el papel.

Ya es muy difícil, por no decir imposible, que Rajoy pueda vadear en estas dos semanas el Río Rojo, o sea, el Llobregat según la CUP, que se ha llevado aguas abajo, en su tempestuosa crecida, a todo el rebaño nacional. El ganadero Mariano nos aseguró que tenía todo preparado para cuando los golpistas atacaran. Y la opinión pública, más pastueña que los cornilargos, lo creyó. ¿Cómo no creer a un Gobierno que dispone de todos los resortes para impedir un delito cuando dice que está preparado para hacerlo? Pero, a la hora de la verdad, cuando ha empezado la campaña electoral golpista, no tenía preparado absolutamente nada.

El alarde de la Fiscalía llamando a declarar a cientos de alcaldes enardecidos o atemorizados ante el referéndum golpista del 1 de octubre, mientras deja libres a los que los enardecen o atemorizan, de 'Cocomocho' a Godó y Roures, de la trama institucional a la mediática, más importante la segunda que la primera y ambas más importantes que la municipal, nos ha demostrado en su precipitación lo que deberíamos haber supuesto. Los que no han hecho nada durante seis años, los que han dejado que se pudra la situación hasta extremos de humillación inimaginables, los que financian desde hace cinco años el proceso golpista que decían combatir, ¿cómo iban a frenarlo en veinte días? No tenían nada previsto porque, sencillamente, se negaban a pensar en un asunto tan desagradable, tan violento, tan contrario a la mansedumbre proverbial de la ganadería de 'Don Prudencio Galbana'.

El Pacto de Can Roures

Y la moción de censura que 'Pablotov' y 'Junquertropp' urdieron en la dacha de Roures para hacer presidente a Pedro Sánchez a cambio de que Podemos apoye el referéndum separatista -y ahí está Colau apoyándolo- y ERC le permita permitírselo a un Gobierno del PSOE que acabe con la soberanía del pueblo español y la trocee a gusto de los nuevos señores feudales nacionalistas es el pañuelo verde que le permite al ejemplar de la dehesa 'El Charrán', antes 'La Gaviota', volver al corral por imperativo legal.
 
Tengo la impresión, casi certeza, de que aunque los tres mil agentes del CNI le dijeran que faltan dos días para que se presente una moción de censura PSOE-Podemos-ERC-Etc y debe disolver las Cortes y convocar elecciones antes de que lo manden a su casa, Rajoy se hará el sordo y se irá a su casa, tras protagonizar, eso sí, lo que imagina un gran final de su larga carrera política: culpar a los que lo echan del Gobierno que lo hacen para destruir la nación y la Constitución, ¡como si él las hubiera defendido!
 
Cuando un político ayuno de moral, cobarde como sólo puede serlo un político, es incapaz de hacer frente al conflicto que él mismo ha creado, lo que hace normalmente es huir. Si en vez de irse por su propio pie a Cartagena, como Alonso XIII, o de dimitir como Casares Quiroga y Portela Valladares en 1936, la Oposición le brinda la oportunidad de irse sin tener que hacer otra cosa que someterse a una sesión de despedida, Rajoy se irá.
 
Creo que incluso aunque protagonizara esta semana el arreón del manso, que embiste y cornea cuando nadie lo espera, la situación está tan deteriorada que dentro de quince días los medios de Soraya pedirán que se una al PSOE o que lo deje gestionar la crisis catalana. Y Mariano dirá que, antes de unirse al PSOE, se va a su casa, porque él no tiene apego al cargo, puede presumir de limpia trayectoria y prometió defender la unidad de España y la Constitución y así lo ha hecho, pero no quiere ser un obstáculo para la paz civil. Que él cree que la Izquierda se equivoca, pero que ni él ni el PP van a impedir que otros intenten lo que a él no le han dejado intentar.
 
Entonces llegará, casi por consenso, la moción censora, y Rajoy será censurado, o sea despedido. Se sacudirá la arena de las zapatillas al dejar el ruedo parlamentario... Y se irá. El que venga detrás, que arree.
 

(*) Columnista y editor


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Pensar políticamente la independencia catalana / Javier Franzé *

La cuestión catalana plantea el problema de cómo debe gestionar cualquier orden hegemónico una demanda que le resulta incompatible consigo mismo. Por eso pone a prueba su capacidad de pensar políticamente.

Hay al menos tres vías que conducen a no pensar políticamente. Una es el moralismo, que tacha de irracionales o no verdaderos los fines del adversario. Por ejemplo, examinar si la demanda de independencia la hace una verdadera nación o un conjunto de personas que dicen serlo pero que en realidad no lo son. 

La segunda es el juridicismo, que examina si la demanda tiene lugar en el orden jurídico, como si se tratara de colocar un objeto en un espacio determinado. La tercera es el “conspiracionismo”, que busca mostrar la inautenticidad de la demanda y el carácter inducido y artificial de la voluntad que la sostiene. Esta vía tiene varias expresiones: la manipulación de la televisión, de la educación y/o de la elite política catalanas sobre los catalanes.

Estas tres vías no pueden responder políticamente a la pregunta por la legitimidad de la demanda, en este caso, de independencia. Por qué ha cuajado, por qué es popular. No pueden hacerlo porque entienden que la legitimidad debería vincularse a lo moral, lo legal y/o lo auténtico. Pero la legitimidad, como mostró Max Weber, tiene que ver con la creencia. Algo resulta legítimo porque se cree en ello, porque produce identificación. No necesariamente porque sea verdadero, legal o auténtico. Más bien es precisamente al revés: porque algo es legítimo se vuelve a los ojos de sus creyentes verdadero, auténtico y —si tienen éxito político—, legal.

Un orden muestra su capacidad hegemónica cuando no somete las demandas opuestas a él a una prueba de verdad, legalidad o autenticidad, sino cuando piensa cómo hacer para que éstas crean que su realización es posible en el marco de ese pensamiento hegemónico. Es haciendo ver el mundo a los demás como lo ve uno como se refuerzan la legalidad, la verdad y la autenticidad existentes. Pensar políticamente exige aceptar que mi orden no es hegemónico porque sea una verdad universal, sino porque siendo particular se ha logrado políticamente que sea valiosa para todos.

Por lo tanto, incorporar una demanda en principio extraña en un orden hegemónico no supone darle la razón al adversario. En este caso, creer que Cataluña es una nación, que el referéndum es legal o que la demanda independentista es democrática. No es un juicio de valor, sino uno de hecho: ser capaz de diagnosticar la solidez y extensión de la creencia que permite la legitimidad de mi hegemonía.

La legitimidad es el desafío de cualquier orden, no sólo del democrático. En su raíz, los problemas de legitimidad son más políticos que democráticos. La democracia, como orden político que es, no se preocupa de su legitimidad sólo cuando una mayoría muestra desafección. También lo hace —como cualquier orden político— cuando una porción significativa de la ciudadanía, sin ser necesariamente mayoría, no reconoce la legitimidad dominante.

En un orden democrático no entra cualquier demanda. Para existir debe poner fuera de la ley lo que vaya contra sus principios. Pero sólo podrá hacerlo exitosamente cuando la definición de lo antidemocrático y su expulsión resulten legítimos a los ojos de sus miembros, que por ello y sólo en última instancia aceptarán el uso de la violencia legítima contra lo antidemocrático. Resulta sintomático que incluso quienes están en desacuerdo con la demanda independentista no acepten ese último recurso. Esto lo sabe el gobierno catalán y le permite abonar el choque de trenes. No se trata de negar los atropellos legales, sino de preguntarse por qué pueden interpretarse de otro modo o ser pasados por alto.

El orden de la Transición supo construir hegemonía incorporando a los sectores populares en su seno, mucho más de lo que sus críticos de izquierda a menudo suponen. Que sea la cuestión catalana y no la cuestión social la que muestre los límites actuales del discurso de la Transición no es casual. En efecto, el parapetarse en la ley, como si ésta no se modificara cotidianamente al calor de la legitimidad para incluir nuevas demandas, muestra un cierto agotamiento del paradójico proyecto de la Transición, basado en combinar cierta aceptación de la pluralidad social y política con una homogeneidad de la idea de España, de base monárquico-castellana. Cuando dos legitimidades chocan, la hegemonía ha fracasado: su principal tarea es definir un demos legítimo, no dos.

Para el discurso de la Transición no es sencillo incluir esta demanda, pues previsiblemente obligaría a un trato igual con el País Vasco y quizá con Galicia. A nadie en política se le puede pedir que divida su poder. Pero justamente por eso debe ocuparse de que éste sea legítimo, no sólo legal. Tal vez el drama de la situación actual es que quizá ya sea tarde para construir esa legitimidad compartida. Lo cual aboca a un proceso de ruptura que, por definición, siempre es ilegal (y legítimo para sus partidarios).

La Europa de la segunda posguerra construyó una democracia social porque entendió lo que habían significado políticamente el fascismo y el comunismo de entreguerras. Si los hubiera sometido a la prueba de la legalidad, de la verdad y de la autenticidad los habría ignorado. No lo hizo. Tampoco les dio la razón. Sólo los tuvo en cuenta como síntomas de problemas legítimos a los ojos de contingentes importantes de la ciudadanía. Ni más, ni menos.


(*) Profesor de Teoría Política, Universidad Complutense de Madrid


El lapsus catalán de Felipe VI / Fernando López Agudín *

Felipe VI como Rey constitucional, reina pero no gobierna, no puede hacer como Juan Carlos I, que despidió como presidente de Gobierno a quien como Carlos Arias Navarro no quería salir de la dictadura, pero si podría mantener alguna distancia con quien como Mariano Rajoy busca volver, volens nolens, a los tiempos preconstitucionales.

Lamentablemente, Pablo iglesias tiene razón al advertir que el último discurso pepero del Jefe del Estado, todo un lapsus político del Borbón, “no augura un futuro fácil para la monarquía”. Parece no percibir el Rey que su trono está asentado sobre un polvorín político con capacidad sobrada de reventar el sistema y hacerlo saltar en pedazos. Defender la ley y el Estado de Derecho, como hizo el monarca, es necesario siempre y cuando dicha defensa vaya bien acompañada de una sugerencia urgente sobre la necesidad de abordar políticamente un problema político como es el conflicto con la sociedad catalana. Mucho más que prestar oído a la presidencia del Gobierno, Felipe VI debiera haber escuchado las sensatas reflexiones de una CEOE a la que no se puede acusar de populista.

Rajoy no hace más que rematar su enorme torpeza política, bien patente cuando hace una década empezó a dinamitar el amplio consenso de la transición basado en el reconocimiento constitucional de las tres nacionalidades que componen el Estado español. Su campaña contra el Estatut, la recogida de millones de firmas contra los productos catalanes, y el recurso contra el texto estatutario de 2006 que reconocía a Cataluña como una autonomía estatal más, está a punto de desembocar hoy, prácticamente, en un estado de sitio contra la Generalitat que podría extenderse a toda España si continúa atacando la libertad de expresión, como ocurre estos días, en Madrid y Gijón. La crisis del gobierno del PP es ya una muy grave crisis de Estado que el aún presidente de Gobierno se niega a encauzar políticamente. Escudado tras un TC, reformado ad hoc en el 2012, espera que los jueces, policías y chiens de garde mediáticos terminen con el soberanismo catalán. El Estado español es hoy, como lo fuera antaño el Imperio Otomano, el enfermo de Europa.

Buena prueba de ello es la suficiencia y el énfasis con el que los pescadores de aguas revueltas de la caverna empujan a Rajoy al estado de la excepción. Su nostalgia del orden franquista, combinado con la necesidad de encontrar una dialéctica identitaria que separe drásticamente la derecha de la socialdemocracia, revive con el reto de la Generalitat. En esa particularidad de la derecha española, su negación de la plurinacionalidad del Estado español, encuentran hoy la mejor palanca para desestabilizar el sistema democrático y retrotraerlo a los momentos preconstitucionales en los que aún no se había redactado el texto constitucional que reconocía a Cataluña, Euskadi y Galicia como nacionalidades históricas. No es casual que desde las áreas de Ciudadanos se hable hoy de borrar el concepto de nacionalidades. Así, calculan, muerto el perro de las naciones del Estado español se acaba la rabia de los derechos nacionales.

La preocupación e inquietud de los partidos de la oposición, que cierran filas con el PP en lo que se refiere a la defensa de la legalidad, crece en la misma medida que Rajoy se inclina por la única alternativa de la represión que le propone la caverna. La incomodidad en el PSOE, por los ataques a la libertad de expresión en Madrid y Asturias, o en el PNV, ante el anticatalanismo cerril de la Moncloa, crece por momentos. No es lo mismo defender el Estado de Derecho que defender un Estado de Derecha. Ante la oleada represiva que se viene encima no cabe pensar siquiera que estos partidos puedan asistir con los brazos cruzados a la nueva persecución de separatistas  y moradosque se prepara desde la Moncloa. A este paso las calles y plazas españolas se van a llenar de manifestantes, gritando en favor de la amnistía de los que ya figuran en las listas negras de Soraya. Nada más lógico, a tiempos preconstitucionales, reivindicaciones preconstitucionales.

En este clima tenso y encanallado se perfila hoy la sombra del pacto de San Sebastián, firmado en 1930 por los partidos democráticos contra el gobierno Berenguer, sobre el palacio de la Moncloa. Si Rajoy continúa encerrado en el búnker, sin más compañía que la de Rivera, no tardará en abrirse un espacio de diálogo que, con o sin moción de censura previa, lo desaloje de la Moncloa. No cabe pensar que Rajoy siga de presidente de Gobierno a costa de los intereses del Estado. No es ya una cuestión política sino social.

Las palabras de Juan Rosell, presidente de la CEOE, reflejan la muy honda desazón de los empresarios ante una crisis eminentemente política que los políticos del PP se empeñan en no resolver. Igual sucede con los inversores europeos e internacionales, bastante bien reflejadas en los diarios Le Monde o Financial Times o en las sugerencias políticas de las agencias de calificaciones, en orden a la necesidad de un diálogo político de la Moncloa con la Generalitat. Por no hablar del presidente de la Comisión Europa, Jean Claude Juncker, que acaba de declarar que la Unión Europea reconocería la independencia de Cataluña surgida de un referéndum legal.

No cabe descartar que Rajoy trate de empeorar aún más la situación convocando elecciones generales anticipadas para continuar con su enfrentamiento con la Generalitat. Así, envuelto en la demagogia rojigualda, alentado por la caverna madrileña, trataría de arrastrar a los españoles hacia una guerra de banderas harto peligrosa para el sistema democrático, las instituciones estatales y la propia Corona. Porque mientras la oposición se lo hace mirar, se equivoca de enemigo, duda sobre la mejor fecha de la moción de censura aplazada o de la urgente comparecencia de Rajoy en el Congreso de los Diputados y se la coge con papel de fumar, la involución avanza con botas de siete leguas. Es bastante difícil la supervivencia de la democracia española si las libertades son suspendidas en una parte del territorio. Bien sabe lo que hacen los herederos de los que sostenían que “el más noble destino de las urnas, es romperlas”. Los hijos de quienes, efectivamente, las rompieron entonces,  se afanan hoy por romperlas también.


(*) Periodista


El secesionismo en democracias avanzadas: Cataluña entre Escocia y Padania / Ignacio Molina *

Desde que hace tres años se desencadenara el llamado proceso soberanista, la atención exterior sobre la situación política catalana ha ido en aumento. Es verdad que, en el plano oficial, la internacionalización sigue teniendo –como era de esperar– un desarrollo escasísimo más allá de las frustradas apelaciones del actual gobierno de Cataluña a una implicación europea en la cuestión y de la consiguiente reacción de la diplomacia española para que Bruselas y las otras capitales nacionales se pronuncien desanimando la idea de la secesión. 

Sin embargo, cuando se mira al recorrido mediático del procés o a los análisis que lo conectan con otros territorios donde también existen importantes movimientos secesionistas, sí que se constata un interés creciente que, por ejemplo, se reflejó en la cobertura relativamente destacada del resultado electoral que dieron ayer los grandes medios internacionales (o la prensa regional en los lugares más concernidos).

Por otro lado, y más importante que la proyección que se hace del independentismo desde dentro afuera, también debe tenerse en cuenta otra dimensión internacional que va en la dirección contraria; esto es, el efecto que ha tenido o tiene en el debate interno catalán los desarrollos externos y comparativos acerca de la secesión. Es decir, no es sólo que el soberanismo haya sido capaz de captar cierta atención exterior sino también, y sobre todo, que ha sabido transmitir a sus seguidores que el entorno internacional es favorable a la aventura. 

Para conseguir ambos objetivos se ha beneficiado de una excepcional ayuda: Escocia. Contar con ese referente ha sido una de las circunstancias más afortunadas para el procés y es muy posible que, sin ese acompañamiento, la apuesta por la ruptura no habría tenido tanto desarrollo.

Para entender hasta qué punto los acontecimientos escoceses han sido importantes hay que tener en cuenta que los movimientos secesionistas, pese a no ser un fenómeno extraño en el escenario contemporáneo, suelen merecer un juicio cuanto menos dudoso en la opinión pública mundial y la oposición casi unánime de los gobiernos estatales. De hecho, desde que hace más de 20 años se liquidara definitivamente la Guerra Fría –precipitándose la desintegración de las tres federaciones existentes en el espacio postsocialista– sólo han nacido cuatro nuevos Estados: tres de ellos en contextos postcoloniales bélicos (Eritrea, Timor Oriental y Sudán del Sur) y uno más (Montenegro) como penúltimo estertor del drama que vivieron los Balcanes Occidentales en los 90.

Ninguno de esos casos resultaba envidiable para un proyecto político en un país avanzado y mucho menos lo parecía el puñado de separaciones fácticas que, por haberse realizado unilateralmente, no han alcanzado la estatalidad (Somalilandia, Abjazia, Osetia del Sur, Nagorno-Karabaj y Transnistria). Incluso Kosovo, pese a poder apelar a una remedial secession y contar con amplio reconocimiento Occidental, sigue hoy fuera de la comunidad internacional. 

Ni siquiera aquellos pocos movimientos anti-ocupación que gozan de título jurídico o cierto prestigio (Palestina, Sáhara Occidental, Tíbet y Kurdistán) podían presentarse como un modelo a seguir para un territorio de la UE. Si el objetivo de la independencia quería resultar convincente dentro y fuera parecía muy conveniente contar con algún ejemplo plausible en un entorno homologable al catalán.

Pero tampoco el panorama en Europa Occidental resultaba alentador. Desde 1945, sólo han podido nacer nuevos Estados en contextos convulsos –a menudo muy violentos– marcados bien por el colapso de regímenes autoritarios y la posterior transición (Yugoslavia, URSS y Checoslovaquia), bien por la descolonización británica (Chipre y Malta). Lo cierto es que no existe un solo precedente de secesión pacífica en el mundo desarrollado de las democracias consolidadas. Y, por otro lado, los separatismos activos que quedaban a mano eran poco atractivos por su vinculación con conflictos terroristas (Irlanda del Norte y el País Vasco), su reducido tamaño (Córcega, Tirol del Sur y Cerdeña) o su carácter antipático e insolidario (Flandes y Padania). 

Es más, la política exterior de la Unión incorporaba como doctrina propia –y aún lo hace– la defensa de la integridad territorial y la convivencia entre comunidades diversas de modo que su instinto es reaccionar en aquellos casos (Bosnia-Herzegovina o Ucrania por poner dos ejemplos dentro del continente o Chipre, dentro de la mismísima UE) donde se ponen en cuestión. En definitiva, hace tan solo cinco años el ser independentista significaba situarse claramente en el lado equivocado o incluso denigrado de la política europea.

Pero entonces el SNP ganó las elecciones escocesas de mayo de 2011 (un 44% de los votos y la mayoría absoluta de escaños) con un programa de ruptura y, lo que resultaba aún más espectacular, en poco más de un año conseguía arrancar de Londres –que no quería negociar más autonomía– la celebración maximalista de un referéndum de independencia.

El regalo de David Cameron y Alex Salmond no podía resultar más oportuno. En octubre de 2012, apenas unas semanas después de la gran manifestación de Barcelona que marca la radicalización del nacionalismo moderado catalán, se firmaba el acuerdo de Edimburgo. Un territorio mundialmente célebre y que formaba parte de una gran potencia democrática iba a someter a votación legal si se convertía en un nuevo Estado europeo. Ni siquiera la lejana Quebec, cuyo movimiento soberanista pasa además por horas bajas, había llegado a tanto pues nunca había conseguido acordar con Ottawa un procedimiento para llevar a cabo la secesión.

Se entiende bien el afán del procés por poner el énfasis en sus similitudes con Escocia y resultar así más atractivo. Y, en efecto, varios son los elementos de fondo donde existen semejanzas. Primero, una eficaz narrativa democrática que enfrenta transversalmente al pueblo con unas elites lejanas y centralistas (a lo que contribuye sobremanera el hecho de que el gobierno central lo ejerzan los Conservadores o el PP, dos partidos minoritarios en los dos territorios). 

En segundo lugar, y con inestimable ayuda de la austeridad impuesta por la crisis, la idea de que el independentismo puede también adoptar mensajes de izquierda y ganar así adeptos o reputación en ambientes urbanos e intelectuales habitualmente reacios a los mensajes identitarios del nacionalismo tradicional. 

Y finalmente, el haber impugnado que merezca la pena el seguir perteneciendo a democracias plurales y descentralizadas que están bien conectadas con lo europeo y lo global bajo el argumento de que son precisamente la UE y la globalización las que convierte en innecesarios para las naciones pequeñas el seguir formando parte de Estados más grandes como el Reino Unido o España.

No obstante, y por mucho que el independentismo catalán haya querido obviarlas, hay también importantes diferencias que marcan límites innegables para la fase que se ha abierto tras el 27-S. Sin duda, y al margen de que el secesionismo no ha llegado al 50% de los votos, la divergencia más evidente es que Cataluña se haya embarcado en una apuesta unilateral (expresamente rechazada por el nacionalismo escocés) que fía el éxito del proceso soberanista a que sus supuestos elementos atractivos movilicen a actores externos para que fuercen a un Madrid inflexible a aceptar la secesión. 

Se trata de un desarrollo ciertamente inverosímil desde una perspectiva mínimamente realista de la política exterior y de la integración europea. Pero incluso si aceptásemos como hipótesis momentánea un enfoque idealista en las relaciones internacionales, no son pocos los problemas que presenta el dossier catalán de forma que, a ojos del observador externo, le alejan del modelo escocés y le acercan a los antes mencionados secesionismos europeos menos atractivos. Así, cabe mencionar:
  1. La difícil determinación del Demos que funda el “derecho a decidir” al existir dos realidades nacionales que aquí se solapan (la española y catalana) en vez de simplemente superponerse (la británica sobre la escocesa). Y aun cuando el desgarro será siempre menor en el segundo de los casos, Alex Salmond tuvo además la habilidad de aliviar su posible impacto prometiendo mantener algunos elementos importantes de unión como la libra esterlina, la Reina o la cooperación en defensa. En el discurso catalán apenas se ha producido una mención parecida en relación con la Liga de fútbol.

  2. La potencial fractura interna de Cataluña en grupos enfrentados de acuerdo a su lengua materna e identidad nacional; un peligro prácticamente imposible en Escocia, por las razones explicadas en el punto anterior, pero sí en otros territorios con movimientos secesionistas en los que existe conflicto entre comunidades lingüísticas, religiosas o étnicas. Mientras existen casos donde un referéndum de independencia se podría resolver sobre todo por argumentos (Escocia), hay otros donde las identidades bloquean esa deliberación (Irlanda del Norte) de modo que resultan muy desaconsejables las alternativas agónicas. Cataluña está a medio camino, aunque el procés le ha alejado del primer modelo, tal y como se refleja en los resultados electorales del domingo entre castellanoparlantes y catalanoparlantes.

  3. Los límites del argumento de defensa de los más débiles cuando, en claro contraste con Escocia, son las clases socioeconómicas medias y altas de Cataluña las que apoyan con mayor nitidez el independentismo. Un tipo de apoyo que es más propio de los ejemplos véneto o flamenco.

  4. La propia relación con el Estado matriz, que los independentismos escocés y catalán presentan como insensible a la plurinacionalidad y reacio a la descentralización (aun cuando no existan en Europa muchas democracias que mejoren al Reino Unido y España en esas dimensiones), pero que en Escocia no va acompañada del antipático recurso adicional a la excesiva solidaridad fiscal o a una presunta superioridad colectiva de la nación pequeña sobre la que es mayoritaria en el Estado.
Es obvio que ninguno de estos cuatro elementos (y, sobre todo, la unilateralidad) ayudará al independentismo catalán a concitar apoyos exteriores que se animen a realizar una insólita injerencia en la política española. Por supuesto, el hecho de que sea imposible una internacionalización del proceso en la línea deseada por el soberanismo tampoco significa que éste, capaz de presentarse con un mensaje muy atractivo para casi la mitad de los catalanes, vaya necesariamente abocado a la derrota. Eso sí, cuando el secesionismo catalán se proyecte al resto de España y al mundo debe tener en cuenta que sus interlocutores escrutarán los elementos que le hacen más presentable y le acercan a Escocia pero también los que no lo son tanto y le conectan con Padania.


(*)Investigador principal de Europa del Real Instituto Elcano y profesor en el Departamento de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Universidad Autónoma de Madrid.


Así ve Europa el desafío independentista en Cataluña / Ana Alonso *

Europa nos está mirando. Y lo hace con preocupación, con una inquietud que va creciendo a medida que avanza el calendario hacia el 1-O, cuando los independentistas catalanes planean celebrar un referéndum secesionista ilegal, según la Constitución española. Las instituciones desde Bruselas y Estrasburgo apoyan la legalidad al igual que los países europeos que defienden claramente la integridad territorial de España frente al desafío independentista en Cataluña.

Los separatistas saben que la independencia, en los términos de ilegalidad que plantean, es inviable sin el reconocimiento exterior y un masivo apoyo interno, por ello su objetivo es que cale el mensaje de que su demanda es a favor de más democracia, traducida en el voto en las urnas. Entre los europeos las opiniones son diversas pero coinciden en la complejidad de la cuestión y muchos, en los medios y desde centros académicos, reclaman mayor voluntad de consenso por ambas partes.

Desde Madrid y desde Barcelona se mira a Europa también con suma atención. Las declaraciones de la Comisión y el Parlamento europeo son cruciales en este pulso, que mantiene a las cancillerías de la UE muy atentas. El mensaje oficial de la Comisión Europea, expresado por su presidente Jean-Claude Juncker, es de “apoyo al Constitucional y a las Cortes españolas”.

Los dirigentes catalanes saben que no hay fisuras en ese planteamiento y que si se independizaran, no serían reconocidos por los miembros de la UE y saldrían de la UE y de la eurozona. Pero se aferran a las hipótesis (si hubiera referéndum y ganara el sí, la UE lo respetaría) para presumir del supuesto respaldo de Juncker. Su oficina hubo de enviar el jueves varios comunicados dejando claro que la Comisión no está dando su visto bueno a la consulta.

Lo cierto es que la posición de la Comisión y del Parlamento, según confirmó en una carta reciente el presidente de la Eurocámara, Antonio Tajani, a la eurodiputada Beatriz Becerra se mantiene desde 2004 y es clara: “Si una parte del territorio de un Estado miembro dejase de formar parte de ese Estado para convertirse en un nuevo Estado independiente, los tratados ya no se aplicarían en ese territorio. En otras palabras, un nuevo Estado independiente se convertiría en un tercer Estado”. Y Tajani ha puntualizado: “Cualquier acción contra la Constitución de un país va contra la UE”.

En esta línea, Jean-Claude Piris, ex director general de servicios jurídicos de la UE, ha apuntado recientemente en La Voz de Galicia: “Si no respetas los Tratados de la UE, porque no respetas el Estado de derecho, porque violas la Constitución española, los países miembros tienen la obligación de no reconocerte y no examinar tu candidatura”.
La ley está de parte del gobierno español, pero en este singular pulso también juegan un gran papel el apoyo político y el mediático. “La posición de Tajani es la más clara porque es un posicionamiento político y no sólo jurídico. Dice que un evento político ilegal en España es también un ataque a los valores de la UE. Políticamente Europa ha mantenido cierta neutralidad, lo que en teoría ayudaba a España a encontrar una solución sin injerencias, aunque el gobierno catalán lo ha aprovechado para decir que ‘todo seguía siendo posible’”, señala Didac Gutiérrez-Peris, director de estudios e investigación en el instituto Viavoice en París.

Según Gutiérrez-Peris, en los medios de comunicación europeos se está tratando el referéndum como un hecho inevitable, lo que favorece a los separatistas. “Ya sea por atraer al espectador, o porque es difícil explicar por qué el referéndum es ilegal a un público profano que no tiene mucha idea sobre la cuestión territorial española. Están comprando la idea de que habrá un referéndum importante y dejan de lado el debate sobre su legalidad, que fuera de España no tiene tanta resonancia”, añade el politólogo.

Las embajadas en Madrid siguen con mucho interés la cuestión catalana, y en las legaciones consultadas reconocen que es el asunto que ahora más les absorbe. Lo abordan con sumo cuidado, y ni siquiera los embajadores más tuiteros se hacen eco de informaciones o comentarios sobre el asunto.

“Es un asunto de política interna española y por ello no nos inmiscuimos. Tanto el presidente Emmanuel Macron como el Ministerio de Exteriores se han manifestado, sólo tras haber sido interpelados por los medios. Nos interesa una España fuerte y unida, dada nuestra estrecha cooperación, especialmente en cuestiones de seguridad”, afirma Marjorie Vanbaelinghem, consejera de prensa de la embajada francesa en Madrid.

Las oficinas de Acción Exterior, conocidas como embajadas catalanas, han sido uno de los pilares de la diplomacia del Gobierno de Carles Puigdemont, que ha dedicado decenas de millones de euros a la causa. La última apertura de más de una decena en Europa y cerca de unas 20 en todo el mundo fue la de Copenhague, a finales de agosto, pero las autoridades catalanas no lograron apoyos institucionales en la inauguración en Dinamarca, como pretendían. La diplomacia española, la única reconocida según insisten los socios europeos, vigila atentamente los movimientos de estas agencias.

Sin embargo, también desde Dinamarca, el viernes se ha dado a conocer una carta abierta de 17 diputados del Folkentinget, encabezados por Nikolaj Villumsen de la Alianza RojiVerde, en la que piden al gobierno español que “desempeñe un papel constructivo y promueva el diálogo político” para resolver la situación en Cataluña, según ha informado The Spain Report.

Invocan la fuerza del millón de asistentes a la Diada como argumento en favor del referéndum y critican que “se responda con amenazas y respuestas judiciales y legales” en lugar de buscar salidas políticas a la crisis. Son 17 de un total de 179 diputados del Parlamento danés los que dan su respaldo a los independentistas catalanes, que seguro que buscan más adhesiones en Europa por esta vía.

Desde Alemania, uno de los países de Europa, junto con Italia, donde sus tribunales se han pronunciado contra la celebración de un referéndum de autodeterminación (Baviera, 2017), el economista Juergen B. Donges, catedrático emérito del Institute for Economic Policy de Colonia, considera el desafío separatista como “una fuente de inestabilidad e incertidumbre para la UE absolutamente innecesaria”.

Donges, que ha sido presidente del Consejo de Expertos Económicos del gobierno federal, explica que no se entiende la euforia de los secesionistas. “Sus argumentos históricos son falsos y los económico-financieros también. Cataluña es una región atractiva para la inversión extranjera, incluida la alemana, una de las regiones más desarrollada de la UE, lo que no casa con el mensaje independentista de que es una región oprimida por el Estado español”.

Sobre la ilegalidad de la consulta, subraya Donges, profundo conocedor de la realidad española, que en Alemania sería impensable una actuación como la del gobierno catalán. “Es el mayor desafío al Estado de derecho jamás visto en la UE y supone una versión inusitada de golpe de Estado. El Parlament con las leyes de desconexión da por hecha su victoria en el referéndum. ¿Y si saliera el no? Los diputados de Junts pel Sí y de la CUP se han olvidado de las normas más elementales de la democracia… En Alemania no se concibe que el gobierno de un Land haga oídos sordos a las sentencia del Constitucional y de los tribunales nacionales”, señala el experto, quien subraya la diferencia con las consultas de Escocia y Quebec.

Desde Italia, donde también se han pronunciado los tribunales contra la autodeterminación de la Padania en 2015, el profesor Gianfranco Pasquino, profesor emérito de Ciencia Política de la Universidad de Bolonia, reconoce su preocupación “por las consecuencias inmediatas y futuras de todas las secesiones” y no le parece deseable ni positivo para los catalanes, o para los padanos, o los valones su escisión. “¿Va a mejorar la vida de los catalanes? ¿Y de los que viven en Cataluña sin ser catalanes?”, se plantea sobre el sentido del referéndum separatista.
“La cuestión catalana plantea el desafío de la identidad y el desafío de la diversidad. Y yo soy de los que sigo creyendo que es posible ser y definirse europeo nacido en Cataluña sin dejar de ser español. O europeo nacido en Turín, sin sentir la necesidad de un Piamonte independiente”, añade Pasquino, quien reconoce que de momento el interés en Italia no es grande, si bien “si los catalanes que quieren dejar España ganaran el referéndum, los padanos se sentirán exultantes de alegría”.

En Francia, Alemania e Italia, la opinión dominante, según el último barómetro sobre la imagen de España del Real Instituto Elcano, es que una eventual independencia de Cataluña sería perjudicial para los propios catalanes, aunque también para los españoles. El economista Juergen B. Donges lo tiene claro: “El potencial de crecimiento económico en Cataluña disminuiría considerablemente y el paro laboral aumentaría bastante. Cataluña necesitaría años para recuperarse”.

La Unión Europea teme que se abra la caja de Pandora del secesionismo, ahora que está inmersa en otra separación dolorosa, el Brexit, proceso con el que también se ha comparado el desafío independentista en Cataluña. El manejo del componente emocional, algo que parece imponerse en política, es quizá el componente común más significativo.  “Nadie está interesado en dar alas a fuerzas centrífugas en su país, ya sea en Francia (Córcega, País Vasco), Italia (Padania) o Bélgica (Flandes). Por ello nadie hará promesas halagüeñas a los catalanes separatistas, al contrario”, señala el ex asesor del gobierno alemán.

Resulta llamativo que hasta que se intensificaron las demandas escocesas, que han servido de claro referente en Cataluña, en más de 20 años desde el fin de la Guerra Fría sólo han nacido cuatro nuevos Estados y tres de ellos en contexto bélico (Eritrea, Timor Oriental, Sudán del Sur) y Montenegro. Como señala Ignacio Molina, investigador en el Real Instituto Elcano en el artículo El secesionismo en democracias avanzadas: Cataluña, entre Escocia y Padania, “ninguno de estos casos resultaba envidiable… Incluso Kosovo, pese a poder apelar a una remedial secession y contar con amplio reconocimiento (no de España) sigue hoy fuera de la comunidad internacional”.

Coincide, según Molina, el proceso en Cataluña con la cuestión escocesa en “una eficaz narrativa democrática, que enfrenta al pueblo con unas élites centralistas… la idea del independentismo adoptando mensajes de izquierdas y la demanda de perfeccionamiento de las democracias plurales y descentralizadas”.

Esos mensajes son los que trasladan los independentistas catalanes al público europeo. Y se deja de lado que sin reconocimiento no hay independencia, que la salida de la UE es un hecho o que esa Cataluña independiente quedaría fuera de la eurozona y muchas empresas se trasladarían, como ya están haciendo algunas, dada la incertidumbre.

Precisamente el gobierno autónomo escocés se ha referido este sábado al Acuerdo de Edimburgo de 2012 como ejemplo para una posible solución para la cuestión de Cataluña, según ha informado Europa Press.  La ministra de Asuntos Exteriores del gobierno escocés, Fiona Hyslop, ha recordado en un comunicado que “los dos gobiernos tenían un punto de vista diametralmente opuesto sobre si Escocia debía ser independiente”, pero “fueron capaces de unirse para acordar un proceso para que la gente pudiera decidir”.

Desde Bélgica, uno de los países donde el separatismo cala más hondo, el politólogo Bruno Coppieters, de la Universidad Vrjie de Bruselas, cree que a la población europea le preocupa “la falta de negociaciones e incluso de diálogo entre las partes, algo que sorprende en el contexto de la Unión Europea, dado que la integración europea se construye en base a los compromisos, y este conflicto parece obedecer a una lógica diferente”.

Según Coppieters, experto en federalismo y secesionismo en Europa, en la UE el desafío separatista ha creado “inseguridad, incluso ansiedad” porque no sabe cómo ayudar a resolverlo. “La UE tiene muy poca capacidad de maniobra en un conflicto de soberanía entre uno de sus Estados miembros y una entidad no reconocida localizada en el territorio de su Estado miembro”, señala el politólogo.

La singularidad del caso catalán llama la atención del experto. “Hay varios movimientos nacionalistas en Europa que reclaman la independencia, incluso en Flandes, pero no defienden el derecho a la independencia, con contadísimas excepciones. Un paso así lleva a la confrontación. En general, se tienen en cuenta las consecuencias y se trata de evitar el choque, como hicieron los nacionalistas escoceses al llegar a un acuerdo con el gobierno británico para celebrar un referéndum. En Flandes la mayoría defiende la idea de una confederación que se logrará con una reforma constitucional”, añade Coppieters.

Tras el enfrentamiento abierto con Madrid, excepcional en el contexto europeo, el president de la Generalitat, Carles Puigdemont, el vicepresidente, Oriol Junqueras, a los que se ha sumado la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, han lanzado un llamamiento al diálogo al Rey y al presidente del gobierno a través de una carta en la que piden una salida a la situación catalana, basada en la celebración del referéndum.

Hasta ahora han respaldado la apuesta independentista el ex ministro de Finanzas de Grecia, Yanis Varoufakis, y el fundador de WikiLeaks, Julian Assange. “Lo que me gustaría es que en cualquier país, si una región desea hacer un referéndum, la Constitución se cambie para que no sea ilegal poder hacerlo”, decía Varoufakis en una entrevista reciente en Huffington Post.

Assange lleva unas semanas esgrimiendo las tesis del gobierno catalán y llegó a tuitear una foto de los tanques en Tiananmen en alusión a que la represión no funcionaría en Cataluña. Hay quienes ven la mano negra del Kremlin tras este apoyo de Assange, que suele respaldar las mismas causas desestabilizadoras que el presidente ruso, Vladimir Putin.

Según Gutiérrez-Peris, “intervenciones como la de Assange muestran que hay un interés probablemente turbio en utilizar el referéndum y la causa independentista para otros fines políticos. En este sentido, la internacionalización no es tanto el éxito del gobierno catalán, sino de quienes ven un interés en utilizar el conflicto para su propia agenda”.

Sea como sea, difícil resulta aventurarse a hacer un pronóstico sobre qué pasará el 1-O y mucho menos los días después, pero habrá que buscar vías de reconciliación y acercamiento. Gianfranco Pasquino, que se presenta como europeo nacido en Turín, tiene la esperanza de que no ganen los favorables a la secesión. “Si lo hacen, confío en que pueda seguir yendo a Barcelona a disfrutar de los partidos del Barça sin visado”. El fútbol y el sentido del humor es lo que queda para tender puentes entre Madrid y Barcelona.


(*) Periodista