lunes, 3 de abril de 2017

Lío en Murcia / Luis Herrero *

El lío de Murcia llega a su desenlace. Hasta hace poco parecía una refriega arrabalera entre PP y Ciudadanos que iba a acabar de malos modos. Ahora se ha convertido en mucho más.

Cisma en Génova: el presidente autonómico que está en la picota le ha dicho a la autoridad nacional de su partido que no piensa dimitir ni aunque lo ordene Rajoy.

Follón en Ferraz: hay socialistas que quieren aceptar las condiciones que impone Albert Rivera para apoyar la moción de censura y hay quienes dicen que por encima de su cadáver.

Jaleo en Zurita (cuartel general de Podemos, en pleno barrio de Lavapiés): a todos se les llena la boca diciendo que hay que echar a la derecha del poder a cualquier precio, pero no todos -en Murcia- lo dicen en serio.

La patata caliente causará estragos en los tres partidos

La relación bilateral entre Rajoy y Rivera ha cambiado mucho en poco tiempo. No porque uno y otro se hayan amigado de repente y ahora estén en el "contigo, pan y cebolla", sino porque el presidente del Gobierno ha decidido dejar de forcejear con el presidente de Ciudadanos, por mucho que le duela en su orgullo, para no hacer más difícil la estabilidad parlamentaria.

El cambio de actitud ha sido patente en la última semana. Los del PP han votado contra sí mismos, para contentar a sus socios de investidura, en el sistema de elección del director general de Televisión Española, que ahora se llama de otra forma más pomposa, y en la creación de la comisión de investigación sobre la caja B de su partido.

Hemos pasado del "son ustedes una veleta que cambia de dirección según sopla el viento", que le dijo Rafael Hernando a Albert Rivera hace sólo dos semanas, al "verlas venir, dejarlas pasar y si te mean decir que llueve" que ha impuesto Rajoy como pauta de conducta.

Ya llegará el momento del ajuste de cuentas. Rajoy ni olvida ni perdona. Pero de momento ha decidido vestirse de saco, untar ceniza en su frente, hacer una cura de humildad y caminar por la vía pedregosa de la renuncia a la egolatría. Todo muy cuaresmal, como manda la época en que estamos.

Por eso le toca las narices que un tal Pedro Antonio Sánchez, un procónsul de la periferia, ponga en riesgo su nueva estrategia negándose a dimitir. Si se rebela, que se atenga a las consecuencias. La nueva orden es que hay que darle a Ciudadanos lo que pide. De lo contrario la calamidad será doble: se perderá el poder regional y se dañarán las relaciones con el socio preferente.

Lo cierto es que hasta ahora nadie pensaba que PSOE y Ciudadanos pudieran ponerse de acuerdo para sacar adelante la moción de censura. Ciudadanos quería que fuera instrumental, sólo como mecanismo para convocar elecciones, y que en el entretiempo no hubiera rastro de podemitas en el nuevo Gobierno.

El PSOE estaba muy lejos de aceptarlo. Quería un Gobierno tan longevo como fuera posible, con el pretexto de no favorecer más períodos de inestabilidad, y manos libres para pagarle a Podemos el precio de su colaboración imprescindible. Sin su voto, las cuentas no cuadran.

En el PP se las prometían muy felices. Estaban seguros de que sus opositores no alcanzarían un acuerdo y que la moción de censura se caería por su propio peso. El plan era que Ciudadanos se cabreara mucho, que la justicia acabara dándole la razón a Pedro Antonio Sánchez y que el tiempo curara las heridas.

Pero va a ser que no. En un inesperado "ni para ti ni para mí", PSOE y Ciudadanos parecen haberse puesto de acuerdo en un gobierno de seis meses que antes de convocar elecciones audite la gestión del PP. Si no hay dimisión en el último segundo, lo que habrá es alternancia en el poder y mucho llanto y crujir de dientes.

El problema es que el socialismo murciano es mayoritariamente sanchista. Le gusta la idea de mandar al PP a las tinieblas exteriores pero le disgusta tener que hacerlo acercándose más a Ciudadanos que a Podemos. Ese debate interno, por lo que sé, aún no está cerrado y aún podría depararle un giro inesperado a esta historia en el último capítulo del culebrón.

Tampoco le gusta al sector errejonista, mayoritario en Murcia, quedar excluido de un Gobierno presidido por el PSOE sólo por complacer a Rivera. Eso va radicalmente en contra de su evangelio de crear ámbitos de colaboración de las izquierdas.

Así que pase lo que pase esta semana, una cosa es segura: cuando baje el telón se habrán amontonado los cadáveres. La emoción y la sangre están aseguradas. 


(*) Periodista


El juez de la 'trama Púnica' pide al TSJ de Murcia que investigue a Pedro Antonio Sánchez por tres delitos


MADRID.- El juez de la Audiencia Nacional, Eloy Velasco, ha solicitado al Tribunal Superior de Justicia de Murcia que investigue al presidente de la Región, Pedro Antonio Sánchez, en el marco del procedimiento por el caso Púnica.

Eloy Velasco, ha pedido este lunes al Tribunal Superior de Justicia de Murcia que impute al presidente de Murcia, Pedro Antonio Sánchez, del Partido Popular, por tres delitos: fraude, cohecho y delito de revelación de información reservada. 

El magistrado considera que el político popular, al que sostiene Ciudadanos en el Gobierno de Murcia, enmascaró trabajos de reputación en internet de carácter privado (para el beneficio de su carrera política) en supuestos servicios a la Consejería de Educación de Murcia, según han informado fuentes jurídicas.

Sánchez está acusado de planear con una de las empresas del caso Púnica un contrato para mejorar su imagen con dinero público cuando era consejero de Educación.
 
El juez de la Audiencia Nacional no tiene competencia para imputar a Sánchez al estar aforado como presidente regional, razón por la que se lo pide al TSJ de Murcia, el competente.


En su exposición razonada, de 32 páginas, el magistrado detalla todos los indicios de la presunta concertación del aforado Pedro Antonio Sánchez con el informático experto en reputación en Internet Alejandro de Pedro para "limpiar" con dinero público su imagen en Internet, con motivo de su campaña para las elecciones a la Presidencia de la Región de Murcia, "lastimando los intereses de la Administración Pública, que no debe correr con semejantes gastos particulares".

Velasco explica que en la fecha de los hechos, junio de 2014, Pedro Antonio Sánchez era el consejero de Educación y se concertó con De Pedro para limpiar la "inconveniente imagen que podría dar ante el partido y la sociedad" dada la cantidad de investigaciones penales a las que había y estaba siendo sometido por su actuación pública, todo ello con el objetivo de presentarse a presidir el Gobierno regional, "como finalmente consiguió".

Según el juez, "no lo sufragó con su dinero particular, ni lo hizo personal al servicio de su cargo público de su gabinete de prensa, pues no está entre sus labores acondicionar la imagen privada de la persona, y él era consciente", sino que lo empezó a conseguir a través de los trabajos de empleados de las empresas de De Pedro: EICO/Madiva.

Dichos trabajos, continúa el juez, se empezaron a realizar como adelanto de una futura adjudicación "hinchada" en contratos públicos de formación que aquel adjudicaría a empresas vinculadas a De Pedro y a su socio, José Antonio Alonso Conesa.

Los trabajos reputacionales se concretaron en un coste de 4.600 euros al mes, que incluían los honorarios de un periodista para un diario digital, así como la creación de un portal que daría cobertura a los trabajos de reputación de carácter personal, y que durarían 7 meses, de noviembre de 2014 a mayo de 2015, justo el periodo previo a la campaña electoral de ese año.

Las cantidades estipuladas no se llegaron a cobrar, explica Eloy Velasco, ni la "formación" se llegó a adjudicar al explotar la operación policial de esta causa judicial, a finales de octubre de 2014, que lo abortó.

En su exposición razonada, el juez va detallando todos los indicios hallados a lo largo de la investigación contra Pedro Antonio Sánchez, entre ellos los correos electrónicos, las llamadas telefónicas o los intercambios de whatsapp. También diversos informes sobre los trabajos de reputación online, así como la agenda de una empleada en la que fijaba la fecha de 3 de noviembre de 2014, lunes, como la de inicio de dichas trabajos.

Después de detallar todos los indicios recabados en esta investigación, el juez en su exposición motivada, argumenta porqué los hechos investigados encajan dentro de los delitos de fraude, del art 436 del C.P., el delito de cohecho, del artículo 419 del mismo código, y de revelación de información reservada del art 417.

Fraude
El magistrado distingue entre el delito de malversación, que es un delito de resultado, y el de fraude del art 436, que se consuma con el "mero acuerdo o concertación" con un interesado en algún contrato público, afectando los intereses de la Administración y la libre concurrencia, en tanto que otros posibles futuros licitadores no han tenido el mismo privilegio de poder optar en las mismas condiciones.

El magistrado recuerda que, de consumarse una malversación, ésta podría absorber el delito de fraude porque éste es un delito más leve. Pero de no existir la malversación porque no se llegó a realizar el pago, como ha ocurrido en el presente caso, el delito de fraude subsiste, como explica el TS en sentencia de 28 de enero de 2014. El alto tribunal califica el delito de fraude como "netamente tendencial o de mera actividad, que viene a castigar verdaderos actos preparatorios, ya que no necesita para la consumación ni la producción del efectivo perjuicio patrimonial ni tan siquiera el desarrollo ejecutivo del fraude".

El magistrado cita varias sentencias del TS donde se distingue entre el concierto para defraudar (delito de fraude) y el efectivo perjuicio patrimonial (malversación) cuya sanción viene a realizar lo que el Supremo denomina "una progresión intensificadora del injusto" que, en conclusión, viene a corroborar que el delito de fraude es un delito de mera actividad, "que se consuma con que exista la concertación con el fin de defraudar".

No se exige el efectivo perjuicio porque el bien jurídico que predomina es "la transparencia y publicidad de la contratación de entes públicos". Si existiera perjuicio, entraría en juego el otro bien jurídico lesionado, el de la malversación.

Revelación de información
En su exposición razonada, Velasco explica que el delito de revelación de información reservada en el momento en el que se aporta a extraños a la Administración, documentos y sobre todo intenciones de contratar, "desconocidos por el resto de posibles futuros postulantes, sobre los que recae el deber de reserva, pues no deben ser divulgadas, que es lo realmente atacado, y la acción la ejecutan no sólo quien los desvela efectivamente, cuanto más quien ordena y señala cómo y en qué medida y a quién se envían los documentos y se revelan las informaciones que desconocen los demás administrados".

Velasco hace constar que fraude y revelación de información privilegiada no concurren en concurso de normas puesto que se pueden cometer de forma independiente, el uno sin el otro. El magistrado menciona también doctrina del TS que viene a corroborar que el delito se comete al filtrar información de lo que se pretende y cómo después se van aportando informaciones para "facilitar la confección de normas por las que había de regirse el concurso".

Cohecho
El magistrado argumenta que el delito de cohecho del 419 del CP se comete cuando se produce soborno y corrupción en el hecho de recibir servicios personales y valuables en dinero -asesoramiento, reputación en internet, infraestructura en estrategias comunicativas no públicas- a cambio de realizar una actuación administrativa propia en materia de concursos y contratación pública, "atacando la venalidad de la función pública, el respeto a la neutralidad, probidad e imparcialidad de la misma". Es un delito cuya persecución protege el prestigio y la eficacia de la Administración Pública mediante la garantía de "la probidad e imparcialidad de sus funcionarios".

De Guindos: 'Sólo hubo una oferta por BMN'

MADRID.- "Hubo una oferta por BMN", ha confirmado hoy en 'Cinco Días' el ministro de Economía y ex consejero de BMN, Luis de Guindos, sin concretar quien la hizo.

"Era una oferta por entre 1.000 y 1.300 millones, en función del negocio de seguros, y era una oferta sólida. Una oferta muy sólida. ¿Qué es lo que ocurre? 
Se hizo un análisis y se vio que el 65% de 1.300 millones eran unos 800, y se vio qué valor se generaba con la fusión con Bankia. 
Si se vendía a un tercero, las sinergias se las llevaba el tercero; si se fusionaba con Bankia, el 65% de las sinergias se las lleva el FROB. 
Y el valor de BMN más el 65% de las sinergias tras la fusión era 400 millones más alto que la oferta.

El Gobierno prepara un plan para salvar 'Navantia' ante su envejecida plantilla


MADRID.- El Ejecutivo prepara un plan estratégico para reforzar la "eficiencia y sostenibilidad" de Navantia, según ha comunicado en los últimos días la Sociedad Estatal de Participaciones Industriales (Sepi) propietaria del 100% del astillero. El plan, aún en negociaciones, propone, entre otras medidas, nuevas contrataciones ante la necesidad de rejuvenecer la plantilla de la compañía, avanza hoy el diario 'El Economista'.

El senador socialista, Ángel Manuel Mato, explica a elEconomista que hay envejecimiento en todos los centros de la empresa y que en algunos de ellos, los trabajadores rondan los 60 años. 
Del mismo modo, Yolanda Díaz, diputada de En Marea, viene a confirmar los datos asegurando que en el astillero de Fene, en la Ría de Ferrol, hay una plantilla de unas 300 personas de las que aproximadamente 260 superan los 60 años de edad.
Mato asegura que en los próximos años va a hacer falta incorporar nuevos perfiles de puestos de trabajo, más técnicos, y urge a que la transición se haga de acuerdo con los trabajadores para que no se pierda el conocimiento ya adquirido por la actual plantilla. Desde Navantia confirman que el plan de la Sepi pasa, además de por el rejuvenecimiento de la plantilla que cumpla las exigencias de las nuevas tecnologías, por la modernización de las instalaciones y la digitalización 4.0.
La situación económica del astillero pasa por uno de sus momentos más críticos después de cerrar 2015 con unas pérdidas netas de 166,2 millones de euros, y con una previsión de aumentar los números rojos para 2016, a falta de que se cierren las cuentas de éste ejercicio, según confirman las mismas fuentes de la empresa. El senador Ángel Manuel Mato se atreve incluso a estimar las pérdidas a cierre de 2016 en unos 200 millones.
La Sepi tuvo que salir al rescate de Navantia en 2015, último ejercicio del que hay cuentas presentadas hasta la fecha. El grupo astillero cerró el año con un patrimonio neto negativo de 90,4 millones de euros, situándola en causa de disolución, según la ley mercantil. Para restablecer el equilibrio financiero de Navantia, la Sepi transformó los préstamos que le había concedido "para desarrollos tecnológicos militares" en préstamos participativos, según reflejan las cuentas de 2015.
De este modo, la entidad pública transformó dos préstamos destinados a la investigación para tecnología militar por valor de 207,7 millones en préstamos participativos, y además le concedió un tercero de otros 60 millones de euros. En total, la Sepi inyectó en Navantia 267,7 millones de euros a devolver en 2020.
La operación, que garantizaba así la viabilidad del astillero, también se hizo, según el grupo, con el objetivo de "reforzar la capacidad financiera para afrontar los nuevos contratos destinados a la defensa nacional y a los compromisos internacionales, así como para mantener las capacidades industriales de construcción naval definidas como estratégicas".
El plan industrial para el grupo pone el foco en la necesidad del desarrollo tecnológico de la compañía. Para el senador Mato es imprescindible que Navantia se diferencia en la materia para competir en valor añadido y por tanto tener un mayor rendimiento económico en la producción de los barcos.
La diputada Yolanda Díaz, por su parte, urge a la necesidad de adaptar los astilleros a los nuevos tiempos en infraestructuras y digitalización.

Las marionetas se revelan y se rebelan / Apunte de Argárico *

Una banda de ladrones desalmados / Ramón Cotarelo *

España lleva años gobernada por un partido imputado en procesos penales por tratarse de una presunta asociación para delinquir, según los jueces; esto es, en corto, gobernada por una banda de ladrones. 

Después de la catarata de episodios de corrupción que anegan los medios del país, las televisiones, las radios, la pensa; después de los casos Gürtel, Púnica, Urdangarin, Matas, Mato, Cajamadrid, Blesa, Rato, Fabra, Camps, Trillo, Barberá, Granados, González, Bárcenas, Correa, los sobresueldos, el padre de Rajoy, etc., etc., nadie puede negar un hecho tan notorio: que un país europeo del siglo XXI, una "gran nación", según su presidente del gobierno, responsable político de este latrocinio generalizado, está gobernado por lo que parece ser una banda de ladrones, un grupo de presuntos criminales .

Se trata de un verdadero fenómeno psicosociológico que probablemente se estudiará en los años venideros, quizá como un ejemplo de trastorno psicótico colectivo. Sobre todo porque no será posible aducir ignorancia o descuido. Son de recordar aquellas declaraciones de Aznar hacia 2010 o 2011 el sentido de que el PP es "incompatible con la corrupción". Todo el mundo sabía que se trataba de una mentira dicha por quien había invitado a la inenarrable boda de su hija a lo que resultó ser la mayor concentración de granujas del momento. Es decir, el PP solo es compatible con la corrupción. 

Como de recordar son los cientos de declaraciones absurdas y descaradas de los principales dirigentes de esta supuesta banda de mangantes en el sentido de que el PP era el partido de la honradez, el de los trabajadores, el que más ha luchado contra la corrupción, etc., cuando lleva años falsificando el proceso político y ganando elecciones ilegalmente que habría que anular.

Es uno de los inexplicables rasgos de esta asombrosa circunstancia. Como lo es el hecho de que los cargos imputados jamás dimiten, ni siquiera cuando los pillan con las manos en la masa. Al contrario: organizan espectáculos alucinantes para disimular sus tropelías, para embadurnarlo todo, para mentir y engañar: ese pollo de la Guardia Civil al que han pillado en el asunto de un piso de lujo por el morro, el del otro -tambièn relacionado con la guardia civil- que, sin tener capacitación ninguna está colocado por enchufe en un eléctrica con un salario de cine, el ex-ministro Soria, el ex-diputado Pujalte y decenas de casos más debidamente documentados. Un partido de parásitos desvergonzados.

Todavía más inexplicable: cuando la presunta banda de ladrones (todos ellos de misa y comunión diaria, cómplices de los curas a cuya organización eclesiástica tienen también reservada una suculenta porción de la pasta trincada) se presentan a las elecciones, es frecuente que las ganen con mayorías abrumadoras. Es decir, por lo que se ve, a los españoles no solo no les molesta estar gobernados por una banda de ladrones sin más principios que el enriquecimiento personal por los procedimientos que sean, sino que los aplauden y los votan para que sigan robándoles.

Que un tipo que estuvo años cobrando sobresueldos con cargo a la caja B de su partido pueda ser presidente del gobierno y, a pesar de no saber ni hablar, no se le ocurra dimitir es suficiente muestra para causar pasmo y asombro en el mundo civilizado. Porque fuera de España, cuando a un político lo pillan empleando en el cuidado de su padre los dineros públicos que niega al resto de dependientes, la dimisión es inmediata. Aquí no solo no hay dimisión; ni siquiera una somera explicación de los hechos.

Los españoles están a ver cómo les roban y les saquean y no abren el pico.

El padre del rey actual tiene, según informaciones de la revista Forbes una fortuna personal de 1.800 millones de euros que nadie se explica de dónde haya salido, aunque todo el mundo barrunta el origen. Nadie, sin embargo, ha intentado siquiera aclararla. Es más, cuando hay una petición parlamentaria de hacerlo, los partidos dinásticos, el PP, el PSOE, C's acuden con sus votos parlamentarios a impedirlo. Nada de investigar las supuestas cuentas en Suiza del ex-jefe del Estado. Aquí, a dejarse robar y a callar.

Es alucinante y no se puede explicar si no es tomando en consideración la función de complicidad y encubrimiento de los medios vendidos a la banda de facinerosos.

Y no acaba ahí la cosa. El país no solo está gobernado por una banda de chorizos sin ideología política que no sea el expolio de lo colectivo, sino también por gente -la misma- que, aparte de robar, se mofa de sus víctimas, las humilla, hace negocios con ellas y, si puede, sigue robándoles.

Auténticos granujas que muestran su pelaje cada vez que produce una catástrofe, una desgracia, normalmente imputables a su fabulosa incompetencia. Cuando sobreviene algún tipo de desastre, las reacciones de los responsables oscilan entre las muestras de imbecilidad congénita o granujería sin más. Normalmente se trata de ocultar las responsabilidades; después, de culpabilizar a las víctimas; luego de reírse de ellas; y, si nos descuidamos, de volver a robarlas. Porque esta gente no tiene escrúpulos. Ahí van algunas muestras de un elenco que puede seguir completándose y quizá merezca la pena hacerlo:
  • Cuando la catástrofe del Prestige, el de los sobresueldos, hoy al mando, dijo lo de los "hilillos de plastilina".
  • Las víctimas del accidente del metro de Valencia han tenido que esperar once años para ser tomadas en consideración y, entre tanto, soportar humillaciones sin cuento.
  • Los presuntos ladrones aprovecharon el asesinato de Miguel Ángel Blanco, uno de los suyos, para blanquear dinero.
  • También blanquearon dinero el día de los atentados de Atocha, al tiempo que escarnecían -y siguen haciéndolo- a las víctimas.
  • Cuando el accidente del "Palma Arena" en tiempos del prodigio de incompetencia de Ana Botella en Madrid, la alcaldesa se fue a un "spa" a relajarse, sin ocuparse de las víctimas.
  • Las 62 víctimas del Yak 42 sufrieron el escarnio postrero de ser mal identificadas para que su caso no fastidiara la carrera del entonces ministro Trillo, miembro del Opus, sin un solo adarme de escrúpulo o respeto por sus semejantes en caso de muerte.
  • Las decenas de miles de asesinados por los franquistas y enterrados de cualquier forma en las cunetas en España ahí siguen y sus allegados y la opinión en general hemos de soportar los comentarios inhumanos y crueles de gente que más parecen matones sin escrúpulos como Rafael Hernando o simples majaderos con serrín en la cabeza como Pablo Casado.

Me dejo otros casos. Sirvan estos para iniciar un recordatorio de forma que, según se aclara cómo los integrantes de la banda de ladrones lleva años saqueando el país, pueda verse también, con qué desprecio tratan a las víctimas.

A esta gente es a la que el PSOE de los golpistas y la caudilla Díaz ha entregado de nuevo el gobierno de España y, si pudieran, volverían a hacerlo.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED

¿De nuevo la trampa del voto útil? / Serge Halimi *

Entramos en una era política en la que muchas frases que comienzan por “Sería la primera vez que...” parecen anunciar el cumplimiento de una eventualidad hasta ahora inconcebible. En esta primavera de 2017, las elecciones presidenciales francesas marcan así la primera vez que ya no nos preguntamos por la presencia del Frente Nacional (FN) en la segunda vuelta: se plantea la hipótesis, aún muy improbable, de su victoria.

La primera vez que nadie defiende el balance de un quinquenio incluso aunque dos ex ministros del presidente saliente, Benoît Hamon (Partido Socialista, PS) y Emmanuel Macron (En Marche!, ¡En Marcha!), participan en el escrutinio. Se trata también de la primera vez que los candidatos del PS y de la derecha, que han gobernado Francia de forma ininterrumpida desde el inicio de la V República, podrían ser eliminados conjuntamente desde la primera vuelta.

También se buscarían, en vano, precedentes de una campaña tan parasitada por la información continua, los casos judiciales, la incapacidad general para fijar la atención más de 24 horas en una cuestión esencial. Y, ciertamente, no se encuentra ningún caso anterior de que se hayan emprendido medidas judiciales contra algún candidato importante al poder supremo por desvío de fondos públicos a pesar de haber proclamado, desde hace diez años, que Francia se encuentra en quiebra.

Con la renuncia del Presidente saliente a aspirar a un segundo mandato se corre el riesgo de disimular el punto de partida de todos estos desajustes. El quinquenio que finaliza ha visto como François Hollande se convertía en el jefe de Estado más impopular de la V República, y esto justo después de que su predecesor, Nicolas Sarkozy, ya hubiera sido repudiado. Ahora bien, el propio Presidente socialista admitió que ha “vivido cinco años de poder relativamente absoluto” (1). En junio de 2012, por primera vez en su historia, el PS controlaba, en efecto, la presidencia de la República, el Gobierno, la Asamblea Nacional, el Senado, 21 de las 22 regiones metropolitanas, 56 de los 96 departamentos y 27 de las 39 ciudades de más de 100.000 habitantes.

De ese poder, Hollande hizo un uso tan discrecional como solitario. Fue él quien decidió instaurar el estado de excepción, involucró a Francia en varios conflictos exteriores, autorizó el asesinato de simples sospechosos a través de drones. También fue quien modificó el Código Laboral, obligando a su mayoría parlamentaria a realizar una reforma que se negaba a asumir (recurso al artículo 49-3 de la Constitución francesa) y para la cual ninguno de los dos había recibido el mandato del pueblo. Sin olvidar la reestructuración del mapa de las regiones francesas, el cual fue reconfigurado por el Jefe de Estado desde su despacho del Palacio del Elíseo.

Todo esto plantea con agudeza la cuestión de las instituciones de la V República, que Hamon y Jean-Luc Mélenchon (La France insoumise, Francia Insumisa) se han comprometido a poner en tela de juicio, pero a la que François Fillon (Los Republicanos) y Macron se adaptan, al igual que Marine Le Pen. Ninguna otra democracia occidental conoce semejante concentración de poder en manos de una persona. Más allá del peligro, muy real, de que algún día un jefe de Estado menos benévolo que el que finaliza su mandato disponga de éste, las proclamaciones altisonantes sobre la democracia francesa, la República, chocan con una constatación que la presidencia de Hollande ha convertido en aplastante: el ejercicio en solitario del poder refuerza la facultad ilimitada de pisotear los compromisos de una campaña que, sin embargo, debería legitimar el mandato del pueblo soberano.

Hollande se comprometía a defender la siderurgia francesa, pero confirmó el cierre de los altos hornos de Florange; debía renegociar el pacto de estabilidad europeo, pero renunció a ello desde el primer día de su mandato; prometía “invertir la curva del desempleo” antes de que acabara el año 2013, pero continuó aumentando tres años más. Sin embargo, si se ancló rápidamente en los espíritus cierta sensación de traición, se debe sin duda a una frase que marcó su campaña de 2012 y que todo el mundo ha vuelto a escuchar cien veces desde entonces: “Mi único adversario es el mundo de las finanzas”. Ahora bien, Hollande no tardó en elegir a un ex banquero de Rothschild como asesor en el Palacio del Elíseo, antes de confiarle las llaves del Ministerio de Economía.

El actual favor del que parece beneficiarse Macron entre la opinión pública es tanto más desconcertante cuanto que puede propulsar hacia el poder supremo al digno heredero, incluso parricida, de este Presidente saliente con una impopularidad inigualada. “Emmanuel Macron soy yo –dejó escapar un día Hollande–, sabe lo que me debe”. En efecto, Macron no es socialista, pero Hollande tampoco. Uno lo proclama, el otro se anda con rodeos. Las declaraciones del primero le dan la espalda a una tradición de la izquierda que criticaba “el dinero” o “las finanzas”, pero eso corresponde a las convicciones que el segundo expresaba ya en 1985 en un libro, La gauche bouge (“La izquierda se mueve”), que también tenía como autores al actual Ministro de Defensa y al Secretario General del Elíseo (2).

En esta publicación ya se veía la idea apreciada por Macron, aunque en el caso de éste se haya enterrado bajo montones de palabras algodonosas y vacías, de una nueva alianza social entre las clases medias cultivadas y la patronal liberal, unidas por la voluntad conjunta de desplegarse en un mercado mundial. “Emprendimiento” en vez de “asistencia”, beneficios en vez de rentas, reformistas y modernistas contra extremistas y nostálgicos del pasado, rechazo de la añoranza “de los camelleros y los aguadores”: oír a Macron es como volver a escuchar lo que proclamaban William Clinton en 1990, y Anthony Blair y Gerhard Schröder algunos años más tarde (3). Y seguirle significaría involucrarse de forma aún más impudente que Hollande en la “tercera vía” del progresismo neoliberal. La que atrajo al Partido Demócrata estadounidense y a la socialdemocracia europea, precipitándolos al fondo del barranco en el que yacen en este momento.

“Mundialistas” y “partido de Bruselas” contra “patriotas”: Le Pen se alegraría de que el enfrentamiento se limitara a esta dialéctica. Parece que Richard Ferrand, diputado por el PS y pilar de la campaña de Macron, se anticipa a sus deseos: “Existen –considera–, por una parte, los neonacionalistas reaccionarios e identitarios; y, por la otra, los progresistas que piensan que Europa es necesaria” (4). Semejante estructuración del debate ideológico no es inocente. Se trata, en ambos casos, de sumergir la cuestión de los intereses de clase alimentando, para unos, terrores “identitarios” y vituperando, para los otros, pulsiones “reaccionarias”.

Pero, aunque no les guste a todos los progresistas favorables al mercado, aquellos que “piensan que Europa es necesaria” están bien situados socialmente. Los “trabajadores desplazados”, creados por una directiva bruselense de 1996 y cuyo número se ha decuplicado estos últimos diez años, son más a menudo obreros del sector de la construcción o asalariados agrícolas que cirujanos o anticuarios. Ahora bien, lo que “piensan” las víctimas de este dispositivo es también, y en primer lugar, el producto de lo que temen, es decir, un dumping salarial que amenaza sus condiciones de existencia. Para ellos, Europa no se limita al programa Erasmus y a la Oda a la Alegría.

Stephen Bannon, estratega político de Donald Trump, comprendió el partido que podía sacar la derecha nacionalista del desclasamiento social que acompaña casi siempre a las alabanzas de la aldea global. “El centro de aquello en lo que creemos –explica– es que somos una nación con una economía, y no una economía en cualquier mercado mundial con las fronteras abiertas. Los trabajadores del mundo están hartos de verse sometidos al partido de Davos. Los neoyorquinos se siente actualmente más cerca de los habitantes de Londres o de Berlín que de los de Kansas o de Colorado, y comparten con los primeros la mentalidad de una elite que pretende dictar a todos la forma según la cual será gobernado el mundo” (5). Si, en sus reuniones públicas salpicadas con banderas europeas, Macron exalta la movilidad, reclama la “reactivación desde las empresas” y se compromete a suprimir las prestaciones por desempleo si se rechaza por segunda vez una “oferta de empleo decente” (6), ¿cómo distinguir sus proposiciones de los intereses de los oligarcas del dinero y del saber que forman el “partido de Davos”? Nos podemos hacer una idea de los daños democráticos que conllevarían un posible cara a cara entre éste y Le Pen, el mismo que los medios de comunicación se afanar por instaurar.

Desde hace más de veinte años, abogar por el “voto útil” remite a presentar a los dos partidos dominantes como murallas contra una extrema derecha cuyas decisiones sucesivas y concordantes han favorecido su ascenso. “Hoy en día –considera Hamon–, el proyecto de Emmanuel Macron es el estribo del Frente Nacional” (7). Pero, recíprocamente, el poder del FN ha reforzado el monopolio del poder de sus adversarios, incluyendo a los socialistas (8). En 1981, François Mitterrand preveía que una extrema derecha poderosa obligaría a la derecha a establecer una alianza con ella, a riesgo de pasar a ser inelegible (9). La maniobra se invirtió en abril de 2002, cuando Jean-Marie Le Pen se enfrentó a Jacques Chirac durante la segunda vuelta de las elecciones presidenciales. Desde entonces, la derecha sólo tiene que adelantar al PS en cualquier escrutinio, nacional o local, para convertirse rápidamente a ojos de casi toda la izquierda en el arcángel de la democracia, de la cultura, de la República.

Instituciones monárquicas que permiten cualquier artería, cualquier negación; una vida política bloqueada por el miedo a lo peor; medios de comunicación que se adaptan a las primeras a la vez que se alimentan de la segunda; y luego está... Europa. La mayoría de las políticas económicas y financieras de Francia se ven estrechamente subordinadas a ésta, lo que no impide que la parte esencial de la campaña se desarrolle como si el próximo presidente fuera a poder actuar con toda libertad.

Una victoria de Le Pen podría firmar el fin de la Unión Europea –ha advertido: “No seré la vicecanciller de Merkel”–. No obstante, en el caso hipotético de que uno de los favoritos del escrutinio –y de Angela Merkel–, es decir Fillon o Macron, se instale en el Palacio del Elíseo, se aseguraría la continuidad con respecto a los presidentes a los que han servido respectivamente, se preservaría la coherencia con las orientaciones de la Comisión y se confirmarían la hegemonía alemana y el ordoliberalismo, actuando una como la puntillosa guardiana del otro. La cuestión se plantearía de otra forma en el caso de Hamon o de Mélenchon. Si se dejan a un lado las tentaciones federalistas del primero y su apoyo a la idea de un ámbito de la defensa europeo, sus objetivos pueden parecer cercanos. Pero sus medios para alcanzarlos difieren por completo, hasta el punto de que sus dos candidaturas compiten entre ellas y hacen que ambos corran el riesgo de ser eliminados.

Con Hamon es difícil no experimentar una sensación de déjà-vu. El candidato socialista, que pretende conciliar su apego por la Unión Europea y su deseo de ver como ésta pone fin a la austeridad para implementar una política más favorable al empleo y al medio ambiente y menos despiadada con Estados como Grecia –aplastados por su nivel de endeudamiento–, debe persuadirse de que la reorientación a la que aspira es posible, incluyendo en el marco de las instituciones actuales; es concebible “obtener resultados tangibles sin poner en su contra a toda Europa”. Y basa su esperanza en la recuperación de la influencia por parte de la izquierda europea, alemana en particular.

Sin embargo, se trata exactamente de la hipótesis que ofreció Hollande hace cinco años. El 12 de marzo de 2012, comprometiéndose “solemnemente” ante sus compañeros europeos reunidos en París a “renegociar el tratado presupuestario” firmado por Merkel y Sarkozy, precisaba: “No estoy solo, ya que cuento con el movimiento progresista en Europa. No estaré solo, contaré con el voto del pueblo francés que me otorgará el mandato”.

Cécile Duflot, que se convirtió en su ministra de Vivienda, nos recuerda lo que sucedió después: “Todo el mundo esperaba que [Hollande] comenzara un pulso con Angela Merkel. (…) Finalmente íbamos a darle la espalda al Merkozy. (…) El italiano Mario Monti, aun siendo tan liberal y rígido como es, contaba con Francia para invertir la tendencia. El muy conservador Mariano Rajoy veía en la elección de François Hollande la posibilidad de disminuir la presión que pesaba sobre España. Por su parte, Grecia y Portugal estaban dispuestos a seguir a cualquier salvador para evitar la ruina” (10). Ya se sabe lo que ocurrió.

En el fondo, nada distinto de lo que ya se había producido quince años antes (11). Entonces, Hollande lideraba el PS, y Lionel Jospin, el Gobierno. Como preludio a la moneda única, se acababa de negociar un “pacto de estabilidad y de crecimiento” que preveía un conjunto de disciplinas presupuestarias, entre ellas sanciones en caso de déficits excesivos. Jospin, líder de la oposición, no dejó de denunciar en el pacto un “súper-Maastricht”, “absurdamente concedido a los alemanes”. Sin embargo, convertido en Primer Ministro en junio de 1997, aceptó todos sus términos en el Consejo Europeo de Ámsterdam unos días más tarde. A cambio de su consentimiento, afirmaba Pierre Moscovici –entonces ministro de Asuntos Europeos–, habría logrado obtener “la primera resolución del Consejo Europeo dedicada al crecimiento y al empleo”. Una resolución con un impacto fulminante como todo el mundo ha podido comprobar desde entonces.

Hamon y Mélenchon pretenden, por su parte, renegociar los tratados europeos. ¿Se dotan esta vez de los medios necesarios para ello? Hamon no cuestiona la independencia del Banco Central Europeo, pero espera “hacer que sus estatutos evolucionen”. Acepta la norma del 3% de déficit público, pero “desea políticas de reactivación” compatibles con sus ambiciones ecologistas. Propone “la constitución de una asamblea democrática de la zona euro”, pero precisa con rapidez: “Aceptaría que se discutiera al respecto, por supuesto. No iré a Berlín o a otra parte diciendo: ‘Es esto o nada’, no tiene sentido”.

Algunas de estas reformas exigen el acuerdo unánime de los miembros de la Unión Europea y ninguna de ellas puede valerse actualmente del aval de Berlín. Por lo tanto, Hamon pretende modificar la situación gracias a un “arco de alianza de las izquierdas europeas”. Y recusa el precedente, poco alentador, de 2012: “Creo que los alemanes son más abiertos hoy que cuando Hollande llegó al poder”. El temor a un desmembramiento de la Unión Europea, por un lado, y la perspectiva de una alternancia política en Alemania, por el otro, habrían barajado de nuevo las cartas a su favor. Pese a todo, admite: “Soy del partido de la esperanza”.

Por su parte, la esperanza de Mélenchon ha cambiado desde 2012. Puesto que “no es posible [implementar] ninguna política progresista” en una Unión Europea tal y como existe actualmente y a falta de una “salida concertada de los tratados europeos” o de su refundación (plan A), no excluye una “salida unilateral” (plan B). Como no cree demasiado en un ascenso en poco tiempo y simultáneo de las fuerzas de izquierdas, las cuales habrían tendido más bien a retroceder estos últimos años, Francia, la segunda potencia de la Unión Europea, se convierte a sus ojos en el “elemento clave de la batalla europea”. Jacques Généreux, coordinador de la redacción de su programa presidencial, resume así la ecuación: “La salida forzada de Francia significaría el fin del euro y el fin de la Unión Europea, así de simple. A nadie le interesa asumir ese riesgo. Y, sobre todo, tampoco a Alemania”. Por consiguiente, a la vez que se niega a plegarse a las normas europeas que someten sus prioridades económicas, “Francia, sin temor y si así lo quiere, puede permanecer en el euro tanto tiempo como desee” (12).

La Unión Europea se había vuelto indiferente con respecto a las decisiones democráticas de sus pueblos, segura de que las orientaciones fundamentales de los Estados miembros estaban bloqueadas por tratados. Desde la votación del brexit y la victoria de Trump, la política se toma la revancha. Una Unión Europea actualmente febril observa cada escrutinio nacional como si se jugara el pellejo en cada uno de ellos. Ni siquiera la victoria de uno de los candidatos franceses a los que ha respaldado la tranquilizaría durante mucho tiempo.

Entramos en una era política en la que muchas frases que comienzan por “Sería la primera vez que...” parecen anunciar el cumplimiento de una eventualidad hasta ahora inconcebible. En esta primavera de 2017, las elecciones presidenciales francesas marcan así la primera vez que ya no nos preguntamos por la presencia del Frente Nacional (FN) en la segunda vuelta: se plantea la hipótesis, aún muy improbable, de su victoria.

La primera vez que nadie defiende el balance de un quinquenio incluso aunque dos ex ministros del presidente saliente, Benoît Hamon (Partido Socialista, PS) y Emmanuel Macron (En Marche!, ¡En Marcha!), participan en el escrutinio. Se trata también de la primera vez que los candidatos del PS y de la derecha, que han gobernado Francia de forma ininterrumpida desde el inicio de la V República, podrían ser eliminados conjuntamente desde la primera vuelta.

También se buscarían, en vano, precedentes de una campaña tan parasitada por la información continua, los casos judiciales, la incapacidad general para fijar la atención más de 24 horas en una cuestión esencial. Y, ciertamente, no se encuentra ningún caso anterior de que se hayan emprendido medidas judiciales contra algún candidato importante al poder supremo por desvío de fondos públicos a pesar de haber proclamado, desde hace diez años, que Francia se encuentra en quiebra.

Con la renuncia del Presidente saliente a aspirar a un segundo mandato se corre el riesgo de disimular el punto de partida de todos estos desajustes. El quinquenio que finaliza ha visto como François Hollande se convertía en el jefe de Estado más impopular de la V República, y esto justo después de que su predecesor, Nicolas Sarkozy, ya hubiera sido repudiado. Ahora bien, el propio Presidente socialista admitió que ha “vivido cinco años de poder relativamente absoluto” (1). En junio de 2012, por primera vez en su historia, el PS controlaba, en efecto, la presidencia de la República, el Gobierno, la Asamblea Nacional, el Senado, 21 de las 22 regiones metropolitanas, 56 de los 96 departamentos y 27 de las 39 ciudades de más de 100.000 habitantes.

De ese poder, Hollande hizo un uso tan discrecional como solitario. Fue él quien decidió instaurar el estado de excepción, involucró a Francia en varios conflictos exteriores, autorizó el asesinato de simples sospechosos a través de drones. También fue quien modificó el Código Laboral, obligando a su mayoría parlamentaria a realizar una reforma que se negaba a asumir (recurso al artículo 49-3 de la Constitución francesa) y para la cual ninguno de los dos había recibido el mandato del pueblo. Sin olvidar la reestructuración del mapa de las regiones francesas, el cual fue reconfigurado por el Jefe de Estado desde su despacho del Palacio del Elíseo.

Todo esto plantea con agudeza la cuestión de las instituciones de la V República, que Hamon y Jean-Luc Mélenchon (La France insoumise, Francia Insumisa) se han comprometido a poner en tela de juicio, pero a la que François Fillon (Los Republicanos) y Macron se adaptan, al igual que Marine Le Pen. Ninguna otra democracia occidental conoce semejante concentración de poder en manos de una persona. Más allá del peligro, muy real, de que algún día un jefe de Estado menos benévolo que el que finaliza su mandato disponga de éste, las proclamaciones altisonantes sobre la democracia francesa, la República, chocan con una constatación que la presidencia de Hollande ha convertido en aplastante: el ejercicio en solitario del poder refuerza la facultad ilimitada de pisotear los compromisos de una campaña que, sin embargo, debería legitimar el mandato del pueblo soberano.

Hollande se comprometía a defender la siderurgia francesa, pero confirmó el cierre de los altos hornos de Florange; debía renegociar el pacto de estabilidad europeo, pero renunció a ello desde el primer día de su mandato; prometía “invertir la curva del desempleo” antes de que acabara el año 2013, pero continuó aumentando tres años más. Sin embargo, si se ancló rápidamente en los espíritus cierta sensación de traición, se debe sin duda a una frase que marcó su campaña de 2012 y que todo el mundo ha vuelto a escuchar cien veces desde entonces: “Mi único adversario es el mundo de las finanzas”. Ahora bien, Hollande no tardó en elegir a un ex banquero de Rothschild como asesor en el Palacio del Elíseo, antes de confiarle las llaves del Ministerio de Economía.

El actual favor del que parece beneficiarse Macron entre la opinión pública es tanto más desconcertante cuanto que puede propulsar hacia el poder supremo al digno heredero, incluso parricida, de este Presidente saliente con una impopularidad inigualada. “Emmanuel Macron soy yo –dejó escapar un día Hollande–, sabe lo que me debe”. En efecto, Macron no es socialista, pero Hollande tampoco. Uno lo proclama, el otro se anda con rodeos. Las declaraciones del primero le dan la espalda a una tradición de la izquierda que criticaba “el dinero” o “las finanzas”, pero eso corresponde a las convicciones que el segundo expresaba ya en 1985 en un libro, La gauche bouge (“La izquierda se mueve”), que también tenía como autores al actual Ministro de Defensa y al Secretario General del Elíseo (2).

En esta publicación ya se veía la idea apreciada por Macron, aunque en el caso de éste se haya enterrado bajo montones de palabras algodonosas y vacías, de una nueva alianza social entre las clases medias cultivadas y la patronal liberal, unidas por la voluntad conjunta de desplegarse en un mercado mundial. “Emprendimiento” en vez de “asistencia”, beneficios en vez de rentas, reformistas y modernistas contra extremistas y nostálgicos del pasado, rechazo de la añoranza “de los camelleros y los aguadores”: oír a Macron es como volver a escuchar lo que proclamaban William Clinton en 1990, y Anthony Blair y Gerhard Schröder algunos años más tarde (3). Y seguirle significaría involucrarse de forma aún más impudente que Hollande en la “tercera vía” del progresismo neoliberal. La que atrajo al Partido Demócrata estadounidense y a la socialdemocracia europea, precipitándolos al fondo del barranco en el que yacen en este momento.

“Mundialistas” y “partido de Bruselas” contra “patriotas”: Le Pen se alegraría de que el enfrentamiento se limitara a esta dialéctica. Parece que Richard Ferrand, diputado por el PS y pilar de la campaña de Macron, se anticipa a sus deseos: “Existen –considera–, por una parte, los neonacionalistas reaccionarios e identitarios; y, por la otra, los progresistas que piensan que Europa es necesaria” (4). Semejante estructuración del debate ideológico no es inocente. Se trata, en ambos casos, de sumergir la cuestión de los intereses de clase alimentando, para unos, terrores “identitarios” y vituperando, para los otros, pulsiones “reaccionarias”.

Pero, aunque no les guste a todos los progresistas favorables al mercado, aquellos que “piensan que Europa es necesaria” están bien situados socialmente. Los “trabajadores desplazados”, creados por una directiva bruselense de 1996 y cuyo número se ha decuplicado estos últimos diez años, son más a menudo obreros del sector de la construcción o asalariados agrícolas que cirujanos o anticuarios. Ahora bien, lo que “piensan” las víctimas de este dispositivo es también, y en primer lugar, el producto de lo que temen, es decir, un dumping salarial que amenaza sus condiciones de existencia. Para ellos, Europa no se limita al programa Erasmus y a la Oda a la Alegría.

Stephen Bannon, estratega político de Donald Trump, comprendió el partido que podía sacar la derecha nacionalista del desclasamiento social que acompaña casi siempre a las alabanzas de la aldea global. “El centro de aquello en lo que creemos –explica– es que somos una nación con una economía, y no una economía en cualquier mercado mundial con las fronteras abiertas. Los trabajadores del mundo están hartos de verse sometidos al partido de Davos. Los neoyorquinos se siente actualmente más cerca de los habitantes de Londres o de Berlín que de los de Kansas o de Colorado, y comparten con los primeros la mentalidad de una elite que pretende dictar a todos la forma según la cual será gobernado el mundo” (5). Si, en sus reuniones públicas salpicadas con banderas europeas, Macron exalta la movilidad, reclama la “reactivación desde las empresas” y se compromete a suprimir las prestaciones por desempleo si se rechaza por segunda vez una “oferta de empleo decente” (6), ¿cómo distinguir sus proposiciones de los intereses de los oligarcas del dinero y del saber que forman el “partido de Davos”? Nos podemos hacer una idea de los daños democráticos que conllevarían un posible cara a cara entre éste y Le Pen, el mismo que los medios de comunicación se afanar por instaurar.

Desde hace más de veinte años, abogar por el “voto útil” remite a presentar a los dos partidos dominantes como murallas contra una extrema derecha cuyas decisiones sucesivas y concordantes han favorecido su ascenso. “Hoy en día –considera Hamon–, el proyecto de Emmanuel Macron es el estribo del Frente Nacional” (7). Pero, recíprocamente, el poder del FN ha reforzado el monopolio del poder de sus adversarios, incluyendo a los socialistas (8). En 1981, François Mitterrand preveía que una extrema derecha poderosa obligaría a la derecha a establecer una alianza con ella, a riesgo de pasar a ser inelegible (9). La maniobra se invirtió en abril de 2002, cuando Jean-Marie Le Pen se enfrentó a Jacques Chirac durante la segunda vuelta de las elecciones presidenciales. Desde entonces, la derecha sólo tiene que adelantar al PS en cualquier escrutinio, nacional o local, para convertirse rápidamente a ojos de casi toda la izquierda en el arcángel de la democracia, de la cultura, de la República.

Instituciones monárquicas que permiten cualquier artería, cualquier negación; una vida política bloqueada por el miedo a lo peor; medios de comunicación que se adaptan a las primeras a la vez que se alimentan de la segunda; y luego está... Europa. La mayoría de las políticas económicas y financieras de Francia se ven estrechamente subordinadas a ésta, lo que no impide que la parte esencial de la campaña se desarrolle como si el próximo presidente fuera a poder actuar con toda libertad.

Una victoria de Le Pen podría firmar el fin de la Unión Europea –ha advertido: “No seré la vicecanciller de Merkel”–. No obstante, en el caso hipotético de que uno de los favoritos del escrutinio –y de Angela Merkel–, es decir Fillon o Macron, se instale en el Palacio del Elíseo, se aseguraría la continuidad con respecto a los presidentes a los que han servido respectivamente, se preservaría la coherencia con las orientaciones de la Comisión y se confirmarían la hegemonía alemana y el ordoliberalismo, actuando una como la puntillosa guardiana del otro. La cuestión se plantearía de otra forma en el caso de Hamon o de Mélenchon. Si se dejan a un lado las tentaciones federalistas del primero y su apoyo a la idea de un ámbito de la defensa europeo, sus objetivos pueden parecer cercanos. Pero sus medios para alcanzarlos difieren por completo, hasta el punto de que sus dos candidaturas compiten entre ellas y hacen que ambos corran el riesgo de ser eliminados.

Con Hamon es difícil no experimentar una sensación de déjà-vu. El candidato socialista, que pretende conciliar su apego por la Unión Europea y su deseo de ver como ésta pone fin a la austeridad para implementar una política más favorable al empleo y al medio ambiente y menos despiadada con Estados como Grecia –aplastados por su nivel de endeudamiento–, debe persuadirse de que la reorientación a la que aspira es posible, incluyendo en el marco de las instituciones actuales; es concebible “obtener resultados tangibles sin poner en su contra a toda Europa”. Y basa su esperanza en la recuperación de la influencia por parte de la izquierda europea, alemana en particular.

Sin embargo, se trata exactamente de la hipótesis que ofreció Hollande hace cinco años. El 12 de marzo de 2012, comprometiéndose “solemnemente” ante sus compañeros europeos reunidos en París a “renegociar el tratado presupuestario” firmado por Merkel y Sarkozy, precisaba: “No estoy solo, ya que cuento con el movimiento progresista en Europa. No estaré solo, contaré con el voto del pueblo francés que me otorgará el mandato”.

Cécile Duflot, que se convirtió en su ministra de Vivienda, nos recuerda lo que sucedió después: “Todo el mundo esperaba que [Hollande] comenzara un pulso con Angela Merkel. (…) Finalmente íbamos a darle la espalda al Merkozy. (…) El italiano Mario Monti, aun siendo tan liberal y rígido como es, contaba con Francia para invertir la tendencia. El muy conservador Mariano Rajoy veía en la elección de François Hollande la posibilidad de disminuir la presión que pesaba sobre España. Por su parte, Grecia y Portugal estaban dispuestos a seguir a cualquier salvador para evitar la ruina” (10). Ya se sabe lo que ocurrió.

En el fondo, nada distinto de lo que ya se había producido quince años antes (11). Entonces, Hollande lideraba el PS, y Lionel Jospin, el Gobierno. Como preludio a la moneda única, se acababa de negociar un “pacto de estabilidad y de crecimiento” que preveía un conjunto de disciplinas presupuestarias, entre ellas sanciones en caso de déficits excesivos. Jospin, líder de la oposición, no dejó de denunciar en el pacto un “súper-Maastricht”, “absurdamente concedido a los alemanes”. Sin embargo, convertido en Primer Ministro en junio de 1997, aceptó todos sus términos en el Consejo Europeo de Ámsterdam unos días más tarde. A cambio de su consentimiento, afirmaba Pierre Moscovici –entonces ministro de Asuntos Europeos–, habría logrado obtener “la primera resolución del Consejo Europeo dedicada al crecimiento y al empleo”. Una resolución con un impacto fulminante como todo el mundo ha podido comprobar desde entonces.

Hamon y Mélenchon pretenden, por su parte, renegociar los tratados europeos. ¿Se dotan esta vez de los medios necesarios para ello? Hamon no cuestiona la independencia del Banco Central Europeo, pero espera “hacer que sus estatutos evolucionen”. Acepta la norma del 3% de déficit público, pero “desea políticas de reactivación” compatibles con sus ambiciones ecologistas. Propone “la constitución de una asamblea democrática de la zona euro”, pero precisa con rapidez: “Aceptaría que se discutiera al respecto, por supuesto. No iré a Berlín o a otra parte diciendo: ‘Es esto o nada’, no tiene sentido”.

Algunas de estas reformas exigen el acuerdo unánime de los miembros de la Unión Europea y ninguna de ellas puede valerse actualmente del aval de Berlín. Por lo tanto, Hamon pretende modificar la situación gracias a un “arco de alianza de las izquierdas europeas”. Y recusa el precedente, poco alentador, de 2012: “Creo que los alemanes son más abiertos hoy que cuando Hollande llegó al poder”. El temor a un desmembramiento de la Unión Europea, por un lado, y la perspectiva de una alternancia política en Alemania, por el otro, habrían barajado de nuevo las cartas a su favor. Pese a todo, admite: “Soy del partido de la esperanza”.

Por su parte, la esperanza de Mélenchon ha cambiado desde 2012. Puesto que “no es posible [implementar] ninguna política progresista” en una Unión Europea tal y como existe actualmente y a falta de una “salida concertada de los tratados europeos” o de su refundación (plan A), no excluye una “salida unilateral” (plan B). Como no cree demasiado en un ascenso en poco tiempo y simultáneo de las fuerzas de izquierdas, las cuales habrían tendido más bien a retroceder estos últimos años, Francia, la segunda potencia de la Unión Europea, se convierte a sus ojos en el “elemento clave de la batalla europea”. Jacques Généreux, coordinador de la redacción de su programa presidencial, resume así la ecuación: “La salida forzada de Francia significaría el fin del euro y el fin de la Unión Europea, así de simple. A nadie le interesa asumir ese riesgo. Y, sobre todo, tampoco a Alemania”. Por consiguiente, a la vez que se niega a plegarse a las normas europeas que someten sus prioridades económicas, “Francia, sin temor y si así lo quiere, puede permanecer en el euro tanto tiempo como desee” (12).

La Unión Europea se había vuelto indiferente con respecto a las decisiones democráticas de sus pueblos, segura de que las orientaciones fundamentales de los Estados miembros estaban bloqueadas por tratados. Desde la votación del brexit y la victoria de Trump, la política se toma la revancha. Una Unión Europea actualmente febril observa cada escrutinio nacional como si se jugara el pellejo en cada uno de ellos. Ni siquiera la victoria de uno de los candidatos franceses a los que ha respaldado la tranquilizaría durante mucho tiempo. 
(*) Periodista y director de  'Le Monde diplomatique'




(1) Gérard Davet y Fabrice Lhomme, “Un président ne devrait pas dire ça...”. Les secrets d’un quinquennat, Stock, París, 2016.
(2) Un colectivo oculto detrás del pseudónimo de Jean-François Trans. Pierre Rimbert, “¿En círculos o en línea recta?”, Le Monde diplomatique en español, septiembre de 2014.
(3) Cf. Le Grand Bond en arrière. Comment l’ordre libéral s’est imposé au monde, Agone, Marsella, 2012.
(4) Le Journal du dimanche, París, 12 de marzo de 2017.
(5) Citado por William Galston, “Steve Bannon and the ‘Global Tea Party’”, The Wall Street Journal, Nueva York, 1 de marzo de 2017.
(6) Es decir, por un salario que no sería “inferior en más del 20%-25%” con respecto a su antiguo puesto.
(7) France 2, 9 de marzo de 2017.
(8) Véase “El Frente Nacional bloquea el orden social en Francia”, Le Monde diplomatique en español, enero de 2016.
(9) Cf. Emmanuel Faux, Thomas Legrand y Gilles Perez, La Main droite de Dieu. Enquête sur François Mitterrand et l’extrême droite, Seuil, París, 1994.
(10) Cécile Duflot, De l’intérieur. Voyage au pays de la désillusion, Fayard, París, 2014.
(11) Véase “La izquierda renuncia al nombre de Europa” y “Audacia o atascadero”, Le Monde diplomatique en español, respectivamente junio de 2005 y abril de 2012.
(12) Jacques Généreux, Les Bonnes Raisons de voter Mélenchon, Les Liens qui libèrent, París, 2017.

domingo, 2 de abril de 2017

¿Desgasta la corrupción al PP? / Casimiro García-Abadillo *

Hay gente que piensa que el PP ha logrado blindarse contra el desgaste que acarrea la corrupción. Todavía no sabemos qué va a ocurrir con el culebrón de Murcia, pero los hay que opinan que, si hay elecciones y se presentara Pedro Antonio Sánchez, ganaría de calle. Lo justifican porque “lo que hay enfrente es aún peor”, o porque “lo que más valoran los ciudadanos es la gestión económica”. Pero en política las cosas no suelen suceder por una sola causa.

Es verdad que la economía ha mejorado mucho en los últimos cuatro años, aunque haya gente que todavía no lo note. Negar que la gestión ha sido buena sería cerrar los ojos a la realidad. También es verdad que el PSOE vive momentos de zozobra insólitos y que lleva años sin levantar cabeza. Todo ello ayuda, cómo no, a que un porcentaje importante del votante moderado de centro siga creyendo que Rajoy es la opción menos mala para gobernar.

Sin embargo, los datos no avalan la tesis de que, al final, a los ciudadanos no les importa demasiado que sus gobernantes sean honestos. Más bien, al contrario.

En las elecciones de 2011 el PP logró 10,8 millones de votos (el 44,62% del electorado). En las elecciones municipales de 2015 el PP cayó hasta los 6 millones de votos (el 27% del electorado). Aunque una parte de esa caída puede atribuirse al coste electoral por los recortes aplicados entre 2012 y 2014, la verdad es que el batacazo es fundamentalmente atribuible a la decepción por los sonoros casos de corrupción que perforaron la credibilidad del partido.

De hecho, en las elecciones generales de diciembre de 2015 el PP se quedó en 7,2 millones de votos (28,72% del electorado) y en las de junio de 2016 sólo remontó hasta los 7,9 millones de votos (el 33% del electorado). Ya en esas dos convocatorias el PP utilizó como arma electoral a su favor la mejora de la economía.

Aunque en el horizonte no se dibujan nuevos comicios, las encuestas que publican periódicamente distintos medios sitúan al PP en torno al porcentaje que obtuvo en junio de 2016. Mientras tanto, Ciudadanos mantiene sus expectativas en torno al 12%-15% con unos 3 millones de votos. La mayoría de ese caudal electoral proviene precisamente de votantes desilusionados con el PP por su incapacidad de aplicar una agenda regeneradora.

El partido de Albert Rivera se ha convertido en algo así como la conciencia crítica del PP. Por tanto, su potencial de crecimiento está en función de la incapacidad del PP para distanciarse de la corrupción. En resumen, la supervivencia de Ciudadanos depende de la torpeza del PP.

Mientras que en asuntos como Gürtel, Bárcenas, Púnica, o en temas menores como el caso Auditorio, la táctica del PP siga siendo negar la evidencia o bien defender a los suyos hasta que no quede más remedio que prescindir de ellos, esos más de 3 millones de votantes perdidos no volverán.

Dice Pablo Crespo, en la entrevista que publica hoy El Independiente, que “todos los secretarios generales del partido sabían lo que hacía Bárcenas“. Parece bastante lógico. Y Crespo tiene cierta autoridad para afirmarlo, ya que, durante años, fue un activo recaudador de fondos inconfesables para el PP en Galicia.

A todos los casos de corrupción mencionados les queda mucho recorrido judicial y, para colmo, el Congreso acaba de aprobar (con los votos del PP) la constitución de una comisión de investigación “relativa a la presunta financiación ilegal del Partido Popular”. Nadie con autoridad ha cuestionado la resistencia de la dirección del partido a asumir su responsabilidad. 

En definitiva, a pedir perdón y a admitir que, durante años, el partido se financió de forma irregular. La victoria electoral ha tapado muchas voces. El poder casi siempre acalla a los críticos. Sin embargo, la credibilidad del PP quedará lastrada durante años si no hace ese ejercicio autocrítico.


(*) Periodista y director de http://www.elindependiente.com 


Apoyar al Mar Menor / Alberto Aguirre de Cárcer *

La Comunidad prepara un plan de medidas urgentes para imponer un código de buenas prácticas agrícolas y prevé sancionar con multas de hasta 100.000 euros los vertidos al Mar Menor. A falta de conocer la opinión de los científicos y de todos los sectores afectados, esta iniciativa que tendrá rango de ley parece, en principio, positiva, aunque insuficiente ante el enorme trabajo pendiente para dotar de un blindaje integral contra las amenazas, de distinto origen, a las que se enfrenta nuestra singular laguna. 

El seguimiento de sus aguas que realiza el comité científico indica una paulatina mejoría, aunque la situación sigue siendo delicada y es necesario mantener y multiplicar la vigilancia para recuperar un buen estado de salud que llegó a estar en punto crítico por la acumulación de muchos años de desidia administrativa y comportamientos medioambientalmente irresponsables. 

Los científicos, ecologistas, vecinos y hasta la propia Confederación Hidrográfica del Segura alertaron de los peligrosos efectos de los vertidos de nitratos, aunque no fue hasta la apertura de diligencias por parte del fiscal de Medio Ambiente, a raíz de un reportaje de ‘La Verdad’ sobre la rambla del Albujón, cuando el Gobierno regional se puso apresuradamente a buscar soluciones. Hoy hay un generalizado consenso social y político sobre la necesidad de proteger el Mar Menor, lo que obliga a todos a denunciar las amenazas, promover el debate público y aportar soluciones. 

Desde la responsabilidad es posible hacer todo eso sin contribuir a destrozar las expectativas de miles de ciudadanos que viven del turismo en sus orillas. Hoy resumimos en diez los innumerables atractivos de este paraje único que siguen convirtiéndolo en una joya natural que merece ser visitada. También así se apoya al Mar Menor. 

Desconozco si además de impulsar, junto a Costas, la recuperación de las playas marmenorenses, el Gobierno regional ha puesto en marcha alguna iniciativa para mejorar la percepción turística de la comarca de cara a la Semana Santa. Desde la humildad y el vínculo sentimental que nos une al Mar Menor, hoy hacemos nuestra particular aportación.



(*) Periodista y director de La Verdad



http://blogs.laverdad.es/primeraplana/2017/04/02/apoyar-al-mar-menor/ 

Resumen de confidenciales / A. R. Mendizabal *


Lunes con Puigdemont y las tres pre­guntas de su re­fe­réndum lan­zadas al vuelo desde Al Jazeera para aclarar o em­ba­ru­llar, y con sendos pa­ti­nazos de largo al­cance: en Londres al evocar un ex líder con­ser­vador la guerra de Malvinas por Gibraltar, y en Madrid al se­pa­rarse el ti­tular de Exteriores Dastis de la pos­tura ofi­cial es­pañola y no vetar a Escocia en la UE si se in­de­pen­diza de Reino Unido. 

Otros ejes de ac­tua­li­dad: en­tre­vista del mi­nistro de Economía Luis de Guindos en Cinco Días pero ade­lan­tada en la web de El País al fu­sio­narse los con­te­ni­dos, y en la que eleva hasta el 3,2% el cre­ci­miento po­sible para este año, muy por en­cima del 2,5% pre­visto; la res­puesta este lunes de pa­tronal y es­ti­ba­dores a la pro­puesta del me­dia­dor, ya acep­tada por el Gobierno; los Presupuestos llegan este martes al Congreso; cón­claves del PP que Rajoy apro­vecha para vender sus Presupuestos y decir en Valencia que 'ya po­demos hacer algo más que cuando es­tá­bamos en la in­di­gen­cia'; y la ca­rrera a tres en el PSOE.

BREXIT
ABC: Unas pa­la­bras de Dastis reavivan la po­lé­mica sobre Escocia y Cataluña (Luiz Ayllón). La Razón: Y Gibraltar se con­virtió en las Malvinas: Reino Unido de­fen­derá el Peñón ‘hasta las úl­timas con­se­cuen­cias’ en la ne­go­cia­ción del Brexit. Otro ti­tu­lar: ¿Está dis­puesto Reino Unido a de­clarar la guerra a España por Gibraltar? El País: Londres se com­pro­mete a de­fender la so­be­ranía de Gibraltar: May ga­ran­tiza al Peñón el mejor Brexit po­sible (Patricia Tubella). El Mundo: Un ex líder tory afirma que Londres iría a la guerra por Gibraltar (Carlos Fresneda). Expansión: El Brexit ac­tiva la fuga de em­presas de la City (Amparo Polo).

Financial Times: ‘Aumentan las ten­siones sobre Gibraltar tras decir los con­ser­va­dores que el Reino Unido iría a la guerra por el te­rri­to­rio; pri­meras re­friegas en las con­ver­sa­ciones con la UE’. Metro: ‘Combatiremos por Gibraltar ‘como en las Malvinas’. The Daily Telegraph: ‘España azuza a los na­cio­nal­sitas es­co­ceses mien­tras se in­ten­si­fica la bronca sobre Gibraltar’. Daily Express: La pri­mera mi­nistra en­ca­beza una mi­sión co­mer­cial tras la bronca sobre guerra por Gibraltar. The Guardian: ‘La UE no se va a ablandar sobre Gibraltar en las ne­go­cia­ciones del Brexit, según los di­plo­má­ti­cos’. Sean O’Grady en The Independent: ‘La ba­talla con España sobre Gibraltar muestra que mu­chos to­davía viven a la sombra del Imperio Británico’. Matthew Norman en el mismo dia­rio: ‘Gibraltar ha ani­mado las ne­go­cia­ciones del Brexit’. The I: ‘Palabras de guerra sobre Gibraltar’.

INFORMACIÓN NACIONAL
El País: Díaz y López llaman a la unidad y Sánchez cues­tiona las normas para las pri­ma­rias (Anabel Díez). Otro ti­tu­lar: Rajoy en el XIV Congreso del PP va­len­ciano: ‘Ya po­demos hacer algo más que cuando es­tá­bamos en la in­di­gencia (Ignacio Zafra). El Confidencial: Sánchez de­nuncia trabas y 'favoritismo' hacia Díaz en la ba­talla por li­derar el PSOE ( Juanma Romero). Otro ti­tu­lar: Díaz re­plica a Sánchez: no quiere un PSOE ‘100%’ suyo ni que ‘señale’ a sus di­ri­gen­tes. Vozpopuli: Desazón en el PSOE: larga vida para Pedro Sánchez si su­pera el 30% de los votos (Federico Castaño). El Mundo: PSOE y C’s im­pul­sarán una ‘auditoría a fondo’ en Murcia (Raúl Piña). La Vanguardia: La cú­pula del PP man­tiene el con­trol te­rri­to­rial pese a las pri­ma­rias (Carmen del Riego). La Razón: El pre­si­dente de Murcia no es­tará hoy en la imagen de la ‘renovación’ del PP.

CATALUÑA
La Vanguardia: La Fiscalía in­ten­si­fica la vi­gi­lancia del pro­ceso ca­ta­lán: un grupo de fis­cales exa­mina a diario las ini­cia­tivas so­be­ra­nis­tas; el mi­nis­terio pú­blico ac­tuará sin es­perar a que el TC se lo pida (José María Brunet). Otro ti­tu­lar: El TC sus­pen­derá mañana el pre­su­puesto de la Generalitat: los ma­gis­trados serán con­vo­cados de ur­gencia tras el re­curso del Gobierno. El Periódico: Rajoy no con­tenta a na­die: afronta una re­vuelta por su plan para Catalunya (Pilar Santos y Fidel Masreal). Otro ti­tu­lar: Las tres pre­guntas que plantea Puigdemont para el re­fe­rén­dum: Puigdemont plantea una ‘tercera vía’ en el re­fe­rén­dum. Otro ti­tu­lar: Colau cree que el Gobierno del PP no in­vierte en Catalunya porque la ha dado 'por per­di­da'. La Razón: Puigdemont plantea a los ca­ta­lanes si quieren se­guir for­mando parte de España.

El País: La fis­calía in­ves­tiga las em­presas uti­li­zadas en la se­ce­sión ca­ta­lana: la Guardia Civil pide todos los datos a una vein­tena de con­sul­toras y tec­no­ló­gi­cas; las so­cie­dades se en­frentan a un de­lito de desobe­diencia si no res­ponden en ocho días (Ó. López-Fonseca y F.J. Pérez). Otro ti­tu­lar: Puigdemont lanza tres po­si­bles pre­guntas para el re­fe­réndum (Camilo S. Baquero). Expansión: Sir John H. Elliott, en el Foro Catalunya: ‘Me hu­biese gus­tado ver a un ca­talán en el centro del po­der’ (D. Casals y G. Arnau). Confidencial Digital: En la OTAN des­cartan de­fender a una Cataluña in­de­pen­diente; prin­cipal ar­gu­mento: si la Alianza se niega a in­cluir Ceuta y Melilla entre los te­rri­to­rios a pro­teger mi­li­tar­mente, mucho menos lo hará con uno que se se­pare de España.

ECONOMÍA
Cinco Días: Entrevista con Luis de Guindos: ‘Es ló­gico nor­ma­lizar los sa­la­rios’; el mi­nistro de Economía cree que los sueldos deben notar la re­cu­pe­ra­ción; ‘Este año el cre­ci­miento puede su­perar el de 2016’; ‘Venderemos Bankia sin pre­ci­pi­tar­nos’ (Ricardo de Querol y José Antonio Vega). Capital Madrid: Rajoy trata de re­cu­perar la ini­cia­tiva po­lí­tica con los Presupuestos: el PNV anuncia esta se­mana sus con­di­ciones (José Hervás). Otro ti­tu­lar: España, en el furgón de cola de las in­ver­siones en in­fra­es­truc­tu­ras: la in­ver­sión pú­blica es un 60% in­fe­rior a la media de Alemania, Reino Unido, Francia e Italia, y Seopan prevé este año una caída de un 12% en pro­yectos de obra civil (Julián González. OKdiario: Presupuestos. Cinco mi­nis­te­rios su­frirán re­cor­tes: Hacienda (-17%), Fomento (-10%), Agricultura (-10%), Energía (-2%) y Economía (-2%) (Borja Jiménez).

El Confidencial: Órdago de Cs para que se cree un su­per­visor de la obra pú­blica en la CNMC (Ruth Ugalde). Otro ti­tu­lar: Fraude al fisco al ma­tri­cular 'jets' pri­va­dos: Telefónica, Villar Mir, Jove, Polanco... (Rafael Méndez). El Mundo: Nueva 'operación Guindos': di­mitir en un año para irse al BCE (Carlos Segovia). Confidencial Digital: Rajoy pe­leará para co­locar a Jaime Caruana como vi­ce­pre­si­dente del BCE: la re­no­va­ción del cargo se pro­du­cirá en un año y desde Bruselas han trans­mi­tido a Moncloa la con­ve­niencia de que el nom­bra­miento re­caiga sobre una mu­jer. Expansión: Entrevista con Peter Praet, eco­no­mista jefe del BCE: ‘El BCE tiene que man­tener el ac­tual nivel de es­tí­mu­los. Vozpopuli: Hacienda no des­carta re­ducir la pres­crip­ción tri­bu­taria a largo plazo (Teresa Lázaro).

EMPRESAS
Capital Madrid: Florentino tira la toalla y se re­tira: la apuesta por Fernández Verdes en en­tre­dicho des­pués de ser nom­brado con­se­jero eje­cu­tivo con pre­vi­sión de con­ver­tirse en el nuevo CEO, porque ACS se en­cuentra sin dueño claro pese a haber re­du­cido deuda en los úl­timos cinco años (Héctor Chamizo). Vozpopuli: ACS pro­vi­siona 155 mi­llones por las úl­timas me­didas de Montoro para subir la re­cau­da­ción (Raúl Pozo). El Confidencial: Gas Natural tendrá pleito para casi tres años con el ar­bi­traje de Electricaribe (José Antonio Navas). Cinco Días: El con­sorcio del AVE Meca-Medina pac­tará para arrancar este año.

El Economista: Grifols, única far­ma­céu­tica es­pañola que baja gasto en I+D: el la­bo­ra­torio ca­talán re­dujo esta par­tida jun 12% en 2016 (Alberto Vigario). Otro ti­tu­lar: Aena unirá Luton y Londres por tren para ‘robar’ trá­fico a Stansted (Á. Semprún y J. Mesones). Otro ti­tu­lar: La R-2 y la AP-41 instan a Fomento a firmar el con­venio y eludir la quie­bra: las con­ce­sio­na­rias ven via­bles los pro­yec­tos. Otro ti­tu­lar: El juez agota casi el plazo para sacar a flote el ‘caso Pescanova0 e ir a juicio (Javier Romera). El Nuevo Lunes: El Estado, al res­cate del la­dri­llo: las in­dem­ni­za­ciones pac­tadas co las cons­truc­toras por la AP-7, las ra­diales ma­dri­leñas, Castor o el túnel del AVE suman más de 10.000 mi­llones (Nuria Díaz).

SECTOR FINANCIERO
Vozpopuli: Santander pre­para otra subida del di­vi­dendo tras el duro re­corte de 2015 (Jorge Zuloaga). Otro ti­tu­lar: El Brexit no asusta al Sabadell: no des­carta una compra para ganar cuota (Alberto Ortín). Expansión: Popular se­guirá en pér­didas en el tercer tri­mes­tre: Saracho de­berá ex­plicar en la junta del pró­ximo lunes las al­ter­na­tivas reales del banco. El Confidencial: Sareb pierde 3.200 mi­llones en sus cinco años de vida y hace un agu­jero al Estado: cons­tantes re­for­mu­la­ciones de sus cuentas (Eduardo Segovia). Capital Madrid: Los ges­tores au­to­ma­ti­zados retan a la banca en pleno ‘boom’ de los fondos de in­ver­sión (Quesada Vargas). El Economista: La banca se mo­vi­liza para bajar los re­qui­sitos de ca­pital de la EBA: pre­tende tri­plicar la sol­vencia a los sis­té­micos (E. Contreras).

OTROS TITULARES DESTACADOS
El País sigue por se­gundo día con­se­cu­tivo con la rama es­pañola de la trama Trump-Putin: Las pruebas que vin­culan al aliado ruso de Trump con un clan ma­fioso (José María Irujo). El Mundo: CEIM con­firma la fi­nan­cia­ción irre­gular del PP de Madrid (Esteban Urreiztieta). Otro ti­tu­lar: Un re­du­cido grupo de eta­rras di­rige el desarme desde España: solo cuatro miem­bros de la banda, al­gunos de ellos re­si­dentes en el País Vasco, toman las de­ci­siones (Ángeles Escrivá). El Español: Venezuela in­tentó com­prar la deuda mi­llo­naria de Ruiz Mateos para ven­garse del 'por qué no te ca­llas' del rey: la ope­ra­ción, ta­sada en 15.000 mi­llo­nes, se ar­ti­culó desde un des­pacho en Alemania y pudo com­pro­meter las arcas pú­blicas du­rante años (Daniel Montero y Alejandro Requeijo).

OPINIONES
Editorial en ABC: ‘El grave error de Dastis: unas pa­la­bras que reavivan la po­lé­mica sobre Escocia y Cataluña’. Otro edi­to­rial: ‘Valencia, ob­je­tivo prio­ri­tario del PP’. Tom Burns en Expansión: ‘La fruta ma­dura de Gibraltar’. Editorial en Cinco Días: 'Todo mo­delo ne­ce­sita una re­forma con­ti­nua: la eco­nomía este año po­dría ser si­milar a 2016, con un cre­ci­miento final del 3,2%’. Juancho Dumal en El Periódico: ‘Las tres pre­gun­tas’. Editorial en El Mundo: ‘Responsabilidad en el con­flicto de la es­ti­ba’. Otro edi­to­rial: Presión para que Venezuela vuelva a ser una de­mo­cra­cia’. Pedro G. Cuartango en el mismo dia­rio: ‘De la nada a la mi­se­ria: la ob­se­sión de Puigdemont, Mas y com­pañía de de­mos­trar que ellos mean co­lonia y que son los más de­mó­cratas y los más listos del pla­neta re­sulta sen­ci­lla­mente pa­té­ti­ca’.

Editorial en El País: ‘Presupuesto sin­gu­lar: las cuentas in­cluyen dentro del ajuste del dé­ficit una pe­queña ini­cia­tiva so­cial’. Otro edi­to­rial: ‘Las raíces de la vio­len­cia: el fútbol base tiene que erra­dicar las fe­roces pe­leas de pa­dres en las gra­das’. Jesús Cacho en Vozpopuli: ‘Se acabó la mi­se­ria: vuelta a gastar a manos lle­nas’. Miguel Alba en el mismo me­dio: ‘Guindos no fu­sio­nará a los ‘enanitos’ de la ban­ca’. Ricardo Rodríguez en Esdiario: 'El Gobierno de Rajoy y el PSOE com­parten la misma em­presa: sor­tear las 'trampas' de Albert Rivera'. Ana Sánchez Arjona en El Nuevo Lunes: ‘Ls re­cu­pe­ra­ción, a dos ve­lo­ciea­des: mien­tras el PIB marca ré­cords, los sa­la­rios tocan mí­ni­mos, el pa­rono baja del 18% y las fa­mi­lias no re­co­bran el nivel de vida pre­cri­sis’.

Editorial en La Vanguardia: ‘El grave error de Maduro’. Otro edi­to­rial: ‘Salón Internacional del Cómic. Antonio Sánchez-Gijón en Capital Madrid: ‘Petróleos de Venezuela, telón de fondo de la crisis po­lí­ti­ca’. Roberto Centeno en El Confidencial: ‘De Presupuestos de fic­ción y de tontos úti­les’. Carlos Carnicero en Economía Digital: ‘Las en­cru­ci­jadas de Susana Diaz’. Editorial en Libertad Digital: 'Zapatero y los otros cóm­plices de Maduro'. Federico Jiménez Losantos en el mismo me­dio: ‘El pa­pelón de los par­tidos es­pañoles en el Golpe de Venezuela’. Luis Herrero en el mismo me­dio: ‘Lío en Murcia: el plan era que C's se ca­breara mu­cho, que la jus­ticia aca­bara dán­dole la razón a Pedro Antonio Sánchez y que el tiempo cu­rara las he­ri­das’.


(*) Periodista