Se cumple estos días el primer aniversario de la victoria de la candidatura Eines de País en las elecciones a la Cambra de Comerç de Barcelona, que marcó un punto de inflexión histórico en
un institución empresarial de marcado perfil conservador y que, por
primera vez, pasaba a estar gobernada por los independentistas.
Una
victoria que suponía aire nuevo y modernidad y que ha sido un revulsivo
para una institución que transitaba sin pena ni gloria en medio del
marasmo más absoluto pese a representar a casi 300.000 empresas. Y que
entre sus funciones está la de defender sus intereses y proporcionarles
herramientas de fomento de la competitividad empresarial.
A la Cambra le
ha pasado, salvando las distancias, lo que le sucedió al Barça en 2003,
cuando una nueva junta directiva, con Joan Laporta al frente,
desembarcó en el club dispuesto a ponerlo todo patas arriba y llevar a
cabo una ruptura total con el pasado.
La elección de Joan Canadell como presidente de la entidad
fue el segundo paso de la candidatura ganadora, remarcando así Eines de
País que el cambio que habían prometido no iba a ser solo cosmético.
En
este año, no todo lo han hecho bien, ciertamente. Sería inexacto
decirlo. Pero sus detractores, que no son pocos y, la gran mayoría de
las veces, fervientes defensores del pasado, tendrían que hilar más
fino a la hora de formular críticas a cuestiones menores o alguna
declaración quizás innecesaria. Porque la gestión de la entidad ha sido,
en líneas generales, rigurosa en sus propuestas, ágil en la ayuda a las
empresas con dificultades y próxima al tejido empresarial que
representa.
La Cambra es hoy un oasis en medio de un modelo de instituciones empresariales que se sienten más cómodas confrontándose con el Govern
independentista de Catalunya que cooperando con él. Esa circunstancia,
que en cualquier país sería impensable -¿alguien se imagina, por
ejemplo, en otro país a las organizaciones empresariales no colaborando
codo con codo con su gobierno?- en Catalunya acaba no siendo así, sobre
todo cuando los intereses de Madrid van, en demasiadas ocasiones, por
otro camino.
La crisis económica consecuencia de la pandemia,
que está penetrando en el tejido empresarial semana a semana a una
velocidad incluso superior a la imaginada, va a poner a prueba no solo a
los gobiernos sino a las instituciones, a las empresas, a la patronal y
a los sindicatos.
Es necesario desde ya la mayor unidad posible
alrededor de un proyecto de construcción de un país, que habrá que
cimentar sobre unas bases económicas y laborales diferentes a las
actuales y que necesitará considerables dosis de inteligencia, talento y
generosidad. Y hay que ponerse enseguida manos a la obra. Esa es ahora
la prioridad.
(*) Periodista y director de El Nacional
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