El creciente activismo de los bancos centrales y el aumento del
tamaño de los Presupuestos estatales le están dando a este momento
histórico de la economía mundial un perfil que quizás no acabe en una
mera agregación de masas de dinero, sino en un cambio cualitativo en el
papel de los Gobiernos en la conducción de la economía.
Llevábamos unos cuatro decenios de crecimiento imparable de la
globalización económica, aquella que arrancó con la señora Thatcher y a
la que se sumó un célebre actor de Hollywood, no precisamente experto en
Ciencias Económicas, a quien los ciudadanos conocíamos más por sus
pistolas y cartucheras que por la elaboración de programas de Gobierno
para gestionar nada menos que la mayor economía del mundo. Reagan
aportó dimensión mundial al liberalismo económico que había inaugurado
la señora Thatcher con sus salvajes enfrentamientos con las trade
unions británicas.
Las cosas siguieron así, como si estuviéramos edificando el mejor de
los mundos, hasta que un banco estadounidense saltó por los aires por
excesos de libertinaje crediticio con poca base de garantías. Fue un
aviso y además un aviso muy importante, que sumió a todo el mundo
(todavía China se quedó algo al margen, ya que su papel de potencia
mundial no estaba todavía en fase de acreditación), pero al que no se
le dio la suficiente importancia.
Realmente, echando la vista atrás, en este último decenio, que más o
menos finaliza hacia el año 2014 tras arrancar en el ejercicio 2008,
nadie diría que la economía mundial ha extraído lecciones de provecho
para impedir que lo del año 2008 volviese a repetirse. La globalización
podría haber recibido su primer toque de atención pero no fue así.
En los años transcurridos desde el estallido de la crisis del año
2008, y quizás por casualidad, aunque quizás no tanto, lo más
significativo de cuanto ha sucedido en el mundo de la economía global es
la entronización de China como potencia mundial de perfil decisivo,
algo que desde luego no había ejercido en los años más brillantes de su
desarrollismo casi medieval, como la invasión de sus textiles o de
otros bienes que apenas exigían más pericia que la utilización intensiva
de mano de obra de bajo coste, de la que salían productos que barrían
las industrias más tradicionales del mundo desarrollado.
Esta cesión de poder económico a China coincide, y quizás ello no sea
más que un misterio de imposible resolución, con la cuasi
monopolización de la producción de algunos fármacos, de los que apenas
existen en el mundo capacidades relevantes, lo que nos sitúa en una
situación de enorme dependencia. Se ha visto con los antibióticos y con
productos tan poco sofisticados como las mascarillas.
¿Por qué el mundo
ha dejado de autoabastecerse, a escala regional, de estos bienes,
dejando el monopolio en manos de China? Seguro que algunos Gobiernos
están ocupándose en estos momentos de remediar tan preocupante
carencia.
Pero llevamos varios meses peleándonos para fletar aviones con
cientos y cientos de toneladas de material sanitario que nadie parece
en condiciones de ofrecer, fuera de China, ni en cantidad ni, lo que es
más grave, en calidad. ¿Tan difícil es corregir este desequilibrio?
Repensar la globalización parece urgente.
(*) Periodista
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