domingo, 26 de abril de 2020

Por qué China se ha vuelto decisiva / Primo González *

El creciente activismo de los bancos centrales y el aumento del tamaño de los Presupuestos estatales le están dando a este momento histórico de la economía mundial un  perfil que quizás no acabe en una mera agregación de masas de dinero, sino en un cambio cualitativo en el papel de los Gobiernos en la conducción de la economía.

Llevábamos  unos cuatro decenios de crecimiento imparable de la  globalización económica, aquella que arrancó con la señora Thatcher y a la que se sumó un célebre actor de Hollywood, no precisamente experto en Ciencias Económicas, a quien los ciudadanos conocíamos más por sus pistolas y cartucheras que por la elaboración de programas de Gobierno para gestionar nada menos que la mayor economía del mundo. Reagan  aportó dimensión mundial al liberalismo económico que había inaugurado la señora Thatcher con sus  salvajes enfrentamientos con las trade unions británicas.

Las cosas siguieron así, como si estuviéramos edificando el mejor de los mundos, hasta que un banco estadounidense saltó por los aires por excesos de libertinaje crediticio con poca base de garantías. Fue un aviso y además un aviso muy importante, que sumió a todo el mundo (todavía China se quedó algo al margen, ya que su papel de potencia mundial no estaba todavía  en fase de acreditación), pero al que no se le dio la suficiente importancia.

Realmente, echando la vista atrás, en este último decenio, que más o menos finaliza hacia el año 2014 tras arrancar en el ejercicio 2008,  nadie diría que la economía mundial ha  extraído lecciones de provecho para impedir que lo del año 2008 volviese a repetirse. La globalización podría haber recibido su primer toque de atención pero no fue así.

En los años transcurridos desde el estallido de la crisis del año 2008, y quizás por casualidad, aunque quizás no tanto, lo más significativo de cuanto ha sucedido en el mundo de la economía global es la entronización de China como potencia mundial de perfil decisivo, algo que desde luego no había ejercido en los años más brillantes de su desarrollismo  casi medieval, como la invasión de sus textiles o de otros bienes que apenas exigían más pericia que la utilización intensiva de mano de obra de bajo coste, de la que salían productos que barrían las industrias más tradicionales del mundo desarrollado.

Esta cesión de poder económico a China coincide, y quizás ello no sea más que un misterio de imposible resolución, con la cuasi monopolización de la producción de algunos  fármacos, de los que apenas existen en el mundo  capacidades relevantes, lo que nos sitúa en una situación de enorme dependencia. Se ha visto con  los antibióticos y con productos tan poco sofisticados como las mascarillas. 

¿Por qué el mundo ha dejado de autoabastecerse, a escala regional, de estos bienes, dejando el monopolio en manos de China? Seguro que algunos Gobiernos están ocupándose en estos momentos de remediar  tan preocupante carencia. 

Pero llevamos varios meses peleándonos para fletar aviones con cientos y cientos de toneladas de material sanitario que nadie parece en condiciones de ofrecer, fuera de China, ni en cantidad ni, lo que es más grave, en calidad. ¿Tan difícil es corregir este desequilibrio? Repensar la globalización parece urgente.


(*) Periodista


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