Estaba, y está, el periodismo sin
preguntas: el político que comparece ante los medios, suelta el rollo y
se larga sin admitir que se le inquieran matices sobre su cuento. La
fórmula tiene una variante extrema, incorporada por Rajoy en su día: el
político habla para los periodistas, pero no se expone físicamente ante
ellos sino que lo hace a través de un plasma colocado en la sala de
prensa donde debiera estar su atril. Ahí ya ni siquiera se puede
escenificar un amago de pregunta. El compareciente está al otro lado del
espejo, y éste pasa a negro en cuanto termina la exposición,
generalmente leída.
Dicen, y
dicen bien, que el periodismo acaba cuando empieza una rueda de prensa.
Las ruedas de prensa, incluso en las que se admiten preguntas, se
convocan para emitir propaganda, pero al menos cabe la posibilidad de
lanzar algún dardo incómodo, algo que saque a quien la ha convocado del
guion previo que sus bien pagados asesores le habían trazado.
En
el amplio campo de la desinformación institucional contábamos hasta
ahora con esos modelos: las ruedas de prensa con preguntas atenidas al
guion de la propaganda; las que ni siquiera admiten preguntas en la
sala, y las que se producen a través del plasma o de la escueta nota de
prensa a la que los políticos y sus gabinetes se remiten insistentemente
para bloquear cualquier demanda de simple matiz.
Pero frente a esto
hay un género estupendo: la entrevista personal. Un político te presta
una hora, o media o dos, para que le preguntes a placer. Tú con él. En
directo, a veces, si se trata de un medio audiovisual. Si se pactan las
preguntas, no es una entrevista, a no ser que el periodista deje
constancia de las cuestiones que le han sido negadas.
Pero
hay un más allá, y aquí es donde La 7, la televisión autonómica que
pagamos con nuestros impuestos todos los murcianos, reinventa el
periodismo. Habría que bautizarlo como el nuevo no periodismo, otro más,
pero en este caso de ingenio autóctono. A las nueve de la mañana de
ayer entrevistaban en directo en ese canal a la vicepresidenta del
Gobierno, Isabel Franco.
A esas horas todavía estaba fresca la tinta de
los periódicos impresos que daban noticia a los murcianos de que los dos
altos cargos más importantes de Ciudadanos en la Administración
autonómica (la propia Franco y su colega de partido Alberto Castillo,
presidente de la Asamblea Regional) habían mantenido una bronca a grito
pelado a cuenta del nombramiento de la persona que debieran proponer o
apoyar para la dirección general de RTVM.
No se trata de una anécdota
ocasional, sino de la visualización de una grave grieta interna en uno
de los partidos que forman parte de la coalición de Gobierno cuando la
legislatura apenas acaba de empezar.
Quien no quiera verlo así no tiene
ni idea de qué va la copla o pretende ocultar por algún interés
inconfesable una realidad que ha quedado a la vista. Es una cuestión
relevante, principal, de indudable trascendencia política.
Pues
bien, Isabel Franco salió ayer de esa entrevista matinal en La 7, con
los titulares frescos, ya digo, sin tener que responder a una sola
pregunta respecto a la cuestión. Nada. Como si las informaciones de la
prensa escrita de esa misma mañana no existieran. La televisión
autonómica murciana ha inventado un nuevo género: la entrevista sin
preguntas. Es difícil, y por eso más meritorio. Tienes a la protagonista
delante de ti, en directo, y no le preguntas por lo que está en todos
los corrillos políticos.
Cabe
suponer que para que algo así ocurra debe darse alguna de estas
circunstancias. 1. La entrevistada exige que no se le pregunte sobre el
asunto, lo que debiera llevar en consecuencia a la suspensión de la
entrevista. 2. El comisario político de la televisión, generalmente el
director o delegado del director, advierte al presentador de que no debe
plantear la cuestión, en cuyo caso el presentador debe dimitir en el
acto por dos razones: una, por compromiso profesional, y otra, para no
aparecer en ridículo ante los espectadores informados. 3. El propio
presentador, que se maneja bien en el ecosistema político que difunde la
televisión para la que trabaja, opta sin necesidad de recomendación
alguna por suprimir las preguntas que toca hacer a la protagonista por
el simple reclam0 de la actualidad, y si este fuera el caso, que no
creo, tendríamos que deducir que la televisión pública precisa de una
pasada por la elemental profesionalidad.
Lo
que seguramente no llegan a alcanzar los rectores de esta televisión
tan proteccionista con la imagen de los políticos del Gobierno es que
algunos de éstos suelen perder pie cuando se les entrevista de carril o
se les pone la alfombra, y cobran mayor valor cuando se les aprietan las
tuercas. Un buen político, para serlo, debe enfrentarse cada día al
tercer grado, y así es como gana su prestigio. Que la televisión pública
acuda a poner almidón a la vicepresidenta del Gobierno el mismo día en
que se revela el asomo de la crisis interna del partido al que pertenece
solo conduce a la melancolía.
Hasta
ahora conocíamos las ruedas de prensa sin preguntas. Desde ayer,
gracias a La 7, hemos descubierto la entrevista sin preguntas. Lo más
grande.
(*) Columnista
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