miércoles, 9 de octubre de 2019

La 7 reinventa el periodismo / Ángel Montiel *

Estaba, y está, el periodismo sin preguntas: el político que comparece ante los medios, suelta el rollo y se larga sin admitir que se le inquieran matices sobre su cuento. La fórmula tiene una variante extrema, incorporada por Rajoy en su día: el político habla para los periodistas, pero no se expone físicamente ante ellos sino que lo hace a través de un plasma colocado en la sala de prensa donde debiera estar su atril. Ahí ya ni siquiera se puede escenificar un amago de pregunta. El compareciente está al otro lado del espejo, y éste pasa a negro en cuanto termina la exposición, generalmente leída. 

Dicen, y dicen bien, que el periodismo acaba cuando empieza una rueda de prensa. Las ruedas de prensa, incluso en las que se admiten preguntas, se convocan para emitir propaganda, pero al menos cabe la posibilidad de lanzar algún dardo incómodo, algo que saque a quien la ha convocado del guion previo que sus bien pagados asesores le habían trazado. 

En el amplio campo de la desinformación institucional contábamos hasta ahora con esos modelos: las ruedas de prensa con preguntas atenidas al guion de la propaganda; las que ni siquiera admiten preguntas en la sala, y las que se producen a través del plasma o de la escueta nota de prensa a la que los políticos y sus gabinetes se remiten insistentemente para bloquear cualquier demanda de simple matiz. 

Pero frente a esto hay un género estupendo: la entrevista personal. Un político te presta una hora, o media o dos, para que le preguntes a placer. Tú con él. En directo, a veces, si se trata de un medio audiovisual. Si se pactan las preguntas, no es una entrevista, a no ser que el periodista deje constancia de las cuestiones que le han sido negadas.

Pero hay un más allá, y aquí es donde La 7, la televisión autonómica que pagamos con nuestros impuestos todos los murcianos, reinventa el periodismo. Habría que bautizarlo como el nuevo no periodismo, otro más, pero en este caso de ingenio autóctono. A las nueve de la mañana de ayer entrevistaban en directo en ese canal a la vicepresidenta del Gobierno, Isabel Franco. 

A esas horas todavía estaba fresca la tinta de los periódicos impresos que daban noticia a los murcianos de que los dos altos cargos más importantes de Ciudadanos en la Administración autonómica (la propia Franco y su colega de partido Alberto Castillo, presidente de la Asamblea Regional) habían mantenido una bronca a grito pelado a cuenta del nombramiento de la persona que debieran proponer o apoyar para la dirección general de RTVM. 

No se trata de una anécdota ocasional, sino de la visualización de una grave grieta interna en uno de los partidos que forman parte de la coalición de Gobierno cuando la legislatura apenas acaba de empezar. 

Quien no quiera verlo así no tiene ni idea de qué va la copla o pretende ocultar por algún interés inconfesable una realidad que ha quedado a la vista. Es una cuestión relevante, principal, de indudable trascendencia política.

Pues bien, Isabel Franco salió ayer de esa entrevista matinal en La 7, con los titulares frescos, ya digo, sin tener que responder a una sola pregunta respecto a la cuestión. Nada. Como si las informaciones de la prensa escrita de esa misma mañana no existieran. La televisión autonómica murciana ha inventado un nuevo género: la entrevista sin preguntas. Es difícil, y por eso más meritorio. Tienes a la protagonista delante de ti, en directo, y no le preguntas por lo que está en todos los corrillos políticos. 

Cabe suponer que para que algo así ocurra debe darse alguna de estas circunstancias. 1. La entrevistada exige que no se le pregunte sobre el asunto, lo que debiera llevar en consecuencia a la suspensión de la entrevista. 2. El comisario político de la televisión, generalmente el director o delegado del director, advierte al presentador de que no debe plantear la cuestión, en cuyo caso el presentador debe dimitir en el acto por dos razones: una, por compromiso profesional, y otra, para no aparecer en ridículo ante los espectadores informados. 3. El propio presentador, que se maneja bien en el ecosistema político que difunde la televisión para la que trabaja, opta sin necesidad de recomendación alguna por suprimir las preguntas que toca hacer a la protagonista por el simple reclam0 de la actualidad, y si este fuera el caso, que no creo, tendríamos que deducir que la televisión pública precisa de una pasada por la elemental profesionalidad. 

Lo que seguramente no llegan a alcanzar los rectores de esta televisión tan proteccionista con la imagen de los políticos del Gobierno es que algunos de éstos suelen perder pie cuando se les entrevista de carril o se les pone la alfombra, y cobran mayor valor cuando se les aprietan las tuercas. Un buen político, para serlo, debe enfrentarse cada día al tercer grado, y así es como gana su prestigio. Que la televisión pública acuda a poner almidón a la vicepresidenta del Gobierno el mismo día en que se revela el asomo de la crisis interna del partido al que pertenece solo conduce a la melancolía.

Hasta ahora conocíamos las ruedas de prensa sin preguntas. Desde ayer, gracias a La 7, hemos descubierto la entrevista sin preguntas. Lo más grande.


 (*) Columnista


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