El momentum era esto. Seguramente sus precursores
no esperaban una violencia tan descontrolada como la causada estos días,
pero sí que buscaban una reacción de protesta contundente con el único
objetivo que busca el independentismo desde el primer día: obligar al
Gobierno a sentarse a negociar una salida al conflicto.
Mucho mejor
hacerlo con la impresionante marcha pacífica de la semana pasada que no
con las imágenes de los vándalos arrasando calles de Barcelona, pero de
lo que se trataba era de mantener la presión.
Diría que hay una amplia
mayoría de catalanes que podrían suscribir que el diálogo es la única
solución a este largo proceso. Pero el camino escogido por el
independentismo para este fin ha sido equivocado y vamos de error en
error. Forzar la ley ha traído cárcel y autoexilio, aunque sus líderes
no quieran admitir ninguna equivocación.
Hay una parte del independentismo, con ERC y el PDECat a la
cabeza, que ya ha entendido que el camino del enfrentamiento no lleva a
ningún sitio y que un cierto posibilismo puede ayudar a lograr el mismo
objetivo a largo plazo. Que lo que se trata ahora es de mantener el
autogobierno, gestionar la autonomía lo mejor posible, ampliar el poder
local y, sobre todo, no perder la mayoría absoluta del Parlament.
Confían en poder sentarse a negociar con el gobierno que sea sin generar
más dolor y nuevos mártires.
En cambio, la estrategia de JxCat, dirigida por Carles
Puigdemont y representada más mal que bien por Quim Torra, consiste en
forzar las costuras del Estado todo lo posible y evitar que la tensión
con el Estado que produjo el 1-O se evapore con el paso del tiempo. Que
el famososuflé no baje. Y por eso en Catalunya, el Govern no actúa como
un ejecutivo autonómico, sino que ejercita la representación de la
república. Cuando Torra dice que va a hacer un segundo referéndum
desarrolla su papel.
Esta estrategia de enfrentamiento ha recibido un gran
impulso con la severa condena del Supremo. No tengo ninguna duda de que
los dirigentes independentistas hubieran preferido la absolución de
todos los reos, pero para sus fines los cien años de condena han sido un
rearme moral a sus posicionamientos favorables a la desconexión con
España. Primero vino el 1-O y las cargas de la policía, y ahora la
sentencia. La brecha se ha hecho más grande. Felicidades a los
defensores del “cuanto peor, mejor” porque han vuelto a ganar.
Sin embargo, este camino no lleva a ningún sitio. Catalunya
no logrará la independencia con el apoyo de sólo la mitad de sus
ciudadanos, con un Estado en contra y sin apoyos externos de ningún
tipo. Se pueden llenar las calles todas las Diadas, se puede trasladar
la penosa épica de la kale borroka al Eixample, se puede seguir
ganando por ligera mayoría las elecciones catalanas y se puede seguir
viviendo en el relato que España no es una democracia, pero esta
estrategia está llamada al fracaso. ¿La Catalunya actual es mejor que la
de la época de Jordi Pujol? ¿Qué hemos ganado tras estos años de procés ? ¿Qué futuro nos espera?
Pero sería injusto culpar solamente a un lado del tablero.
La política española sólo ha sabido responder con la aplicación de la
Constitución. A quien le guste bien, y a quien no, que le zurzan. Sólo
algunas excepciones, como las de Pablo Iglesias, que entendió que había
que dialogar de forma clara sin imponer ninguna línea roja. Y la deriva
va de mal en peor. Los políticos españoles se escondieron tras las
togas y dejaron que fueran los jueces del Supremo quienes resolvieran un
problema que era suyo. Un problema político pasó a ser judicial, y
ahora, atónitos, vemos que pasa a ser un problema policial. Estupendo.
La respuesta a lo que sucede en Catalunya no puede ser sólo la voz del
ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska. Ciertamente no lo
tiene nada fácil Pedro Sánchez, en plena campaña electoral, para hacer
el discurso que debería hacer. Hoy está más pendiente de los votos del
10-N que de sentarse a hablar con Quim Torra. Pero es su obligación. Por
muchos errores que haya cometido este, por muchos méritos que haya
contraído para pedirle su dimisión, Torra no deja de ser el president y
no se le puede negar una conversación telefónica. Tenemos al CNP,
Guardia Civil y Mossos d’Esquadra colaborando codo con codo, y el
presidente del Gobierno, en cambio, ¿no puede ni tan sólo hablar con el
de la Generalitat?
La convocatoria electoral en Catalunya es la salida que muchos piden
para intentar tener al frente de la Generalitat a un president que tenga
los pies en el suelo, pero habrá que estar atentos a los resultados. Si
los catalanes vuelven a votar en un clima de excitación como el actual,
no descarten nada. Hoy JxCat está desnortada y dividida, pero una
candidatura liderada por Puigdemont desde Bruselas puede volver a ganar.
Por eso es tan importante que la Moncloa actúe, que haga política, que
dialogue. Si el tema queda únicamente en manos de los jueces y la
policía, hay independentismo radical para muchos años. El diálogo es más
necesario que nunca.
(*) Vicedirector de La Vanguardia
No hay comentarios:
Publicar un comentario