Si la noche electoral del 28 de abril alguien
hubiera apostado por que los comicios se tendrían que volver a repetir
casi siete meses después hubiera sido tildado de muchas cosas. Pero,
sobre todo, de ser un infiltrado del trifachito que pretendía a
aquellas horas dar moral a unas formaciones políticas que habían
perdido la partida frente a la izquierda.
¿Cómo se iban a repetir unas
elecciones en las que Pedro Sánchez, con los resultados
en la mano, se aseguraba cuatro años de gobierno y con un peaje tan
sencillo a pagar como un gobierno que pareciera de coalición?
A menos de
24 horas para que se conozca el desenlace, el inquilino de la Moncloa
parece decidido a seguir jugando a la ruleta rusa y lanzar los dados de
nuevo, confiando en su buena suerte. No solo en su potra, claro está,
sino en que ha deshecho aquella imagen de presidente dependiente de los
independentistas con la que ganó la moción de censura.
Ahora incluso hace bandera de lo contrario. Y, en el que va a ser su
último documento antes de la decisión final, y como un guiño a PP y
Ciudadanos, titula el momento actual de la siguiente manera: "Por un gobierno progresista cuya estabilidad no dependa de las fuerzas independentistas catalanas".
Puede depender la estabilidad de los independentistas vascos, de los
nacionalistas vascos, de Podemos, de los votos del PP, de los de
Ciudadanos o, incluso, quién sabe, de Vox, ya que de ellos ni habla en
las 46 líneas que tiene el comunicado. Pero no de los independentistas
catalanes que sí que valían, en cambio, para sacar a Mariano Rajoy de la Moncloa.
El presidente en funciones ha cambiado claramente el frame:
de parar al fascismo a parar a los independentistas. Ahora Sánchez ha
decidido compartir solidariamente el trozo que le corresponda de la
bandera española de la plaza Colón de Madrid y que le proteja en aquella
parte de las Españas que siempre hacen bandera contra todo lo que tenga
que ver con la identidad catalana.
La incapacidad de Sánchez para cerrar un acuerdo político va pareja a
la mediocridad de la clase política española y, aunque parezca extraño,
la mediocridad ha acabado convirtiéndose en una forma de éxito. Aquello
de que en el país de los ciegos el tuerto es el rey. Visto desde
Catalunya, el independentismo ha vuelto a poner patas arriba la política
española. Por cobardía, fundamentalmente, más que por presión y fuerza
de los independentistas.
Si este martes se acaban confirmando las
elecciones, la agenda catalana va a volver a situarse en el primer plano de la vida política española
en plena campaña electoral. Juicio al president Torra, sentencia del
Supremo a los presos políticos catalanes, nueva petición de extradición
de los miembros del Govern en el exilio y de dirigentes políticos...
Un
cóctel que Sánchez seguro que piensa que puede ser su plataforma de
crecimiento en España pero que depende de cómo vaya la partida puede
comportar un desbordamiento de la situación en Catalunya. La partida
está a punto de empezar. O eso parece.
(*) Periodista y ex director de La Vanguardia
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