Hay una foto de Pedro Sánchez en el velatorio del Congreso ante el
féretro de Alfredo Pérez Rubalcaba que refleja pesar y un cierto
remordimiento por la dureza con la que maltrató a Rubalcaba y a todos
sus colaboradores una vez que recuperó la secretaría general del PSOE en
la primavera de 2017.
Nunca un secretario general del Partido Socialista había sido tratado
así por su sucesor y Sánchez lo sabe y se da cuenta ante la conmoción
política que se ha movilizado en torno a Rubalcaba, y con la sola y
notable ausencia de José María Aznar, otro rencoroso habitual de la vida
política española. Un Aznar que culpó a Rubalcaba de sus mentiras en
los atentados del 11-M en Madrid.
Algún día habrá que escribir la cara oculta de la Transición Española
(de la que Rubalcaba conocía muchos de sus secretos y donde tuvo muchas
de las responsabilidades) por el bien de la Historia de este país y la
restitución en muchos de sus episodios fundamentales de toda la verdad, y
nada más que la verdad.
Pero en este cierre de la Transición al que asistimos, con el final
cierto del bipartidismo PP-PSOE, el relevo aún reciente en la Jefatura
del Estado, la llegada de los populismos de izquierda y derecha, tenemos
por delante la grave crisis del separatismo catalán.
Una prueba de fuego que tiene en vilo la estabilidad, la
gobernabilidad y la unidad de España porque la ambición personal de
Pedro Sánchez -que fue precedida de los temerarios pasos de Zapatero-
está sacando al PSOE del marco constitucional español.
Y esa fue la gran discrepancia entre Rubalcaba y Sánchez porque el
astuto político cántabro vio en peligro el Estado y denunció el modelo
de ‘Gobierno Frankenstein’ -así lo llamó Rubalcaba- que Sánchez
pretendió crear para llegar al poder en 2016 tras perder las elecciones
generales por segunda vez y mediante un pacto con Podemos, PNV, ERC,
PDeCAT y Bildu, con tal de alejar al PP de Rajoy del poder.
Lo que se frustró con la caída de Pedro Sánchez en el Comité Federal
de 1 de octubre de 2016, y la abstención del PSOE en la investidura de
Rajoy. Pero Sánchez regresó a la dirección socialista en la Primavera de
2017 y lo primero que hizo fue vengarse de Rubalcaba al que expulsó de
todos los órganos del Partido, y más tarde a todo su equipo en las
listas para estas elecciones de 2019.
Sánchez es un personaje ambicioso, inseguro y vengativo. Y por
supuesto tenaz y capaz de todo para llegar al poder incluso a costa de
España y si hace falta de su Partido. Y por ello se subió a la moción de
censura con el modelo Frankenstein y con la asombrosa pasividad de
Rajoy (un experto en no tomar nunca las decisiones que debía tomar).
Y por ello, también, Sánchez ahora se muestra decidido a recuperar el
modelo Frankenstein para lograr su investidura a lomos de Podemos y el
separatismo catalán con indultos incluidos y todo lo que haga falta para
renovar su poder.
Porque la fractura constitucional y nacional que Sánchez provocó con
sus pactos y concesiones al golpismo catalán rompió los puentes con PP y
C's, que ya no se fían de él. Y ahora solo le quedan Iglesias,
Junqueras, Urkullu y Otegui como compañeros de viaje para permanecer en
La Moncloa.
A no ser que la muerte de Rubalcaba le haya hecho a Sánchez
reflexionar, a sabiendas del grave riesgo nacional que incluye el tema
catalán y que en esto el PSOE está completamente roto en su interior
aunque por fuera y de manera aparente los una el pegamento del reparto y
disfrute del poder.
Personalidades institucionales españolas y europeas y del poder
económico nacional consideran que la solución del problema de la
gobernabilidad en España pasa por un pacto inédito de Sánchez con C's o
con el PP. O incluso entre los tres.
Pero mucho tendría que cambiar Pedro Sánchez en los próximos días,
para recuperar un diálogo sincero con PP y C's y para regresar a la
pérdida senda constitucional que defendía Alfredo Pérez Rubalcaba, con
sus valores y sus sombras, porque don Alfredo tampoco era una hermanita
de la caridad.
(*) Periodista
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