Cuando Francia se tensa no tardan en verse barricadas en París.
Francia juega periódicamente a la revolución hasta que reaparece el
orden. Un millón de franceses salieron a las calles de París para apoyar
al general De Gaulle a finales de mayo de 1968.
Desde el entorno del presidente Emmanuele Macron
se ha activado el movimiento de los pañuelos rojos para intentar
contrarrestar simbólicamente la furia de los chalecos amarillos. Veremos
qué pasa en mayo. Las elecciones europeas de mayo serán de
trascendental importancia en Francia.
En Italia, una vez disminuida la influencia política católica, por la
evolución de los tiempos y por voluntad expresa del papa Francisco, el
capopopolo Matteo Salvini intenta disciplinar el malestar que Sivio Berlusconi ya no es capaz de transformar en comedia televisada. Con aires de Mussolini posmoderno, Salvini
está neutralizando las contradictorias impugnaciones sociales del
Movimiento Cinco Estrellas.
La Liga es el nuevo servicio de orden de
Italia. La pequeña burguesía del norte empieza a movilizarse contra la
parálisis del país. Sigue causando sensación la manifestación
mesocrática del pasado mes de noviembre en Turín, convocada por las madamine, un grupo de mujeres emprendedoras. (Para evitar malentendidos: madamin
significa señora en dialecto piamontés). Más de cincuenta mil personas
en silencio y con un cartel que decía “sí”. Sí a la linea de alta
velocidad Turín-Lyon.
En Grecia, Alexis Tsipras está siendo rehabilitado por el Directorio Europeo después de haber evitado el hundimiento del país, mientras Yanis Varufakis
se daba a la fuga en moto.
El primer ministro griego ha hecho algo más.
Ha evitado un nuevo estallido nacionalista en los Balcanes pactando el
cambio de nombre de Macedonia con el socialdemócrata Zoran Zaev, primer ministro de los macedonios del norte, huérfanos de Yugoslavia. Tsipras y Zaev
son héroes europeos.
Aunque llega tarde, el reconocimiento de Bruselas
expresa la preocupación del Directorio por el galopante deterioro
político en todo el sur de Europa. La falta de confianza en la Unión es
muy acentuada en Francia (33%), Italia (36%), España (38%) y Grecia
(26%), según datos del último eurobarómetro, publicado en noviembre.
En Portugal, donde la confianza en el proyecto europeo supera el 50%
pese a los sufrimientos derivados de la crisis, los socialistas de António Costa van
en cabeza con el apoyo del Bloco de Esquerda y el Partido Comunista.
Hay novedades, sin embargo. Acaba de nacer una Crida portuguesa de suave
sabor populista.
Todo está inventado, así en Lisboa, como en Madrid y
Barcelona. El exalcalde lisboeta Pedro Santana Lopes se ha
marchado del Partido Social Democrático (centro derecha clásico) para
formar un movimiento ciudadano de la derecha, con el formato de
plataforma transversal. El nuevo partido se llama Aliança. Proyecto: un
tripartito de la derecha frente al actual tripartito de la izquierda.
En España, la fuerte percusión de Vox está convocando un todos contra
todos de viejo sabor ibérico. Cuando los romanos llegaron a la Tierra
de los Conejos encontraron a más de veinte tribus dispuestas a matarse
entre sí. La fragmentación era especialmente intensa en el territorio
que ocupa la actual Catalunya. Los franceses juegan a la revolución. Los
italianos ahogan sus tensiones aclamando a un teatral condottiero,
hasta que se cansan de él. Los portugueses se toman las cosas con más
calma y ofrecen Lisboa como pensión y refugio.
Cuando las cosas se ponen
feas, en España se dispara el cainismo. Todos contra todos. Después de
una amarga crisis siempre llega un momento de fuerte crispación social,
cuando se recuentan los daños y se hace patente que no todos los
damnificados se van a beneficiar por igual de la mejoría. Una mejoría
que hoy nadie cree que sea sólida, estable y muy duradera. Cuando cesa
la tormenta, estallan los nervios. Este momento ha llegado.
El 2 de diciembre andaluz ha cambiado el panorama y las expectativas.
La novedad es la fuerte percusión de Vox, que está enloqueciendo los
sondeos. La novedad es la señal que desde el verano aparece en el radar
del CIS y ahora acaba de captar el último barómetro del CEO, el
instituto de encuestas de la Generalitat. Los españoles ya están hasta
las narices de la inflamación política, amplificada con ritmo
electrizante por las redes digitales y los medios de comunicación.
Los
catalanes comparten ese hartazgo, con motivos adicionales. Hay mucha
fatiga en Catalunya. Después del paro, el segundo problema del país,
dicen estos sondeos periódicos, son el funcionamiento de la política y
de los partidos, por delante de la corrupción y de la relación
España-Catalunya. Molestan la política y los partidos. Molesta la bronca
constante. Molesta el ruido mediático. Crece la sensación de que
política y medios van a la suya. Crece el resentimiento hacia el
discurso público, en beneficio de los discursos subterráneos.
Síntomas de Primera República. “Estoy hasta los cojones de todos nosotros”. Esa célebre frase de Estanislau Figueras antes
de dimitir como presidente y tomar un tren para París, define la
escena. Vox cabalga ahora el malestar español con la promesa de una
simplificación fascistoide de lo complejo. En este contexto, Íñigo Errejón y la alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, han tomado la audaz decisión de romper Podemos, que va en camino de estallar.
Oportunidad para el PSOE de ganar fuerza y peso como partido central. Venezuela, problema y oportunidad. Con apoyo europeo, Pedro Sánchez da un plazo de ocho días a Nicolás Maduro
para convocar elecciones. Empiezan desde la Moncloa los trabajos de
reconstrucción del Gran Centro. Ciudadanos será emplazado. Y el “partido
bonito” de Errejón y Carmena, si cuaja, será atraído hacia esa órbita.
(*) Periodista y director adjunto de La Vanguardia
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