Acabo de votar en una encuesta de elNacional.cat en la que se pregunta si creemos que Borrell debería dimitir. Hasta el momento hemos votado 589 personas con un resultado del 98% que sí.
También
pide su dimisión la oposición entera por la fechoría de Abengoa,
incluidos los de Podemos, por otro lado aliados del propio Borrell. La
hipocresía de estos neocomunistas empieza a ser legendaria.
Claro
que este ministro de Asuntos Catalanes debe dimitir ipso facto. Es
más, nunca debió ser ministro porque carece de las dotes mínimas
exigibles para ser no ya ministro, sino porquero. Es arrogante,
agresivo, embustero y necio a extremos inimaginables.
Su
evidente catalanofobia no solo es detestable (aunque a los machos
españoles del PSOE les parezca bien) sino un torpedo en la línea de
cualquier intento de solución de la cuestión catalana que, de todas
formas, tampoco existe, con lo cual le viene relativamente bien al
gobierno de Sánchez para ocultar su ineptitud.
Pero
lleva una temporada siendo un engorro para todo el mundo, incluidos los
suyos. Empieza por ser mucho más militante de la organización
parafascista Societat Civil Catalana que de su propio partido, aunque si
lo fuera por entero de este, tampoco mejoraría mucho. Lo único que lo
distingue de Sánchez es que es menos oportunista que él. En efecto,
Borrell es de piñón fijo: racista, supremacista, españolista y un pelín
facha, pero no pretende ir de izquierda, como aquel.
Y
ese engorro empieza a ser intolerable. El ridículo protagonizado con el
enésimo "¡Gibraltar español!" de esta panda de falangistas, ha
alcanzado proporciones de desastre. España ya era el hazmerreír de
Europa con personajes sacados del armario clásico del bragadoccio nacional, estilo Margallo o Dastis, pero con este fantasmón se ha alcanzado un punto de no va más.
A
todo esto, a sus insufribles, crueles y estúpidas bromas sobre el
espíritu y el cuerpo de Oriol Junqueras, a sus fantasías salivales y su
enfrentamiento con Rufián en el congreso añade hoy los disparates y estupideces que ha dicho en la Universidad Complutense.
Todo
el mundo ha señalado la monstruosidad de los cuatro indios muertos.
Pero casi nadie ha reparado en la otra imbecilidad sin precedentes
cuando, al explicar por qué en los EEUU no hay las tendencias
centrífugas que se dan en algunos países europeos, dice que los
americanos "tenían muy poca historia detrás".
Los
inmigrantes originarios, ingleses de todas las confesiones, holandeses y
algunos alemanes cruzaron el océano Atlántico, no el río Leteo y, por
lo tanto, al desembarcar en tierras americanas no vinieron como recién
paridos o criados, como puñados de Evas y Adanes. Traían intacta su
memoria, es decir, traían con ellos la historia de sus países,
centenaria, milenaria.
Esto
no quiere decir que la historia de los EEUU haya de ser la de los
países colonizadores porque sería casi tan estúpido como lo dicho por el
ministro. En absoluto. Desde el comienzo de la colonización arranca la
historia del nuevo país, con el exterminio de los aborígenes que, desde
luego, eran más de cuatro; pero arranca a partir de la que ya traían los
colonos que por eso llamaron a muchos lugares "Nuevo" o "Nueva", Nueva
York (antes Nueva Amsterdam), Nueva Inglaterra, Nueva Jersey, etc.
Es
más, quien visite Boston o cualquier ciudad de la costa Este verá
ciudades con corazones europeos, edificios europeos, calles europeas.
Decir que esta gente tenía "muy poca historia detrás" es no tener ni idea de nada.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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