Fernando López Miras necesita un marco.
Es decir, una política. Una política propia. Una política que no
aparezca derivada de la política de los demás. Ya saben: no pienses en
un elefante. Es lo que aconsejaba el tal George Lakoff al Partido
Demócrata norteamericano, pues el elefante es el símbolo del adversario.
Si piensas en un elefante, el símbolo de los republicanos, en vez de en
un burro, que es el símbolo de los demócratas, éstos acabarían
replicando en vez de proponiendo. Gravísimo, sobre todo si estás en el
poder, del que se espera la propuesta mientras la réplica corresponde a
la oposición.
La cosa es que si gobiernas has de ir a lo tuyo, has de
crear tu propio esquema, tu propio marco, y hacer que los demás vayan a
remolque de tu iniciativa. Y no al revés, claro.
Era
un buen consejo el de Lakoff, a la vista de quien lo tomó finalmente en
consideración no fue el Partido Demócrata, al que iba dirigido, sino
Trump, que pasaba por allí. Trump creó un marco, y ganó.
Hay
que ser comprensivo con López Miras. Cuando accedió al poder casi por
sorteo, inesperadamente, se encontró con que la política a que debía
responder era La Herencia. No la que pudiera haberle dejado un partido
distinto al suyo, sino la de sus predecesores del mismo color, que ante
la adversidad que traían los nuevos tiempos, decidieron salir
escopeteados hacia los destinos que les procuraba el recuelo del poder:
el uno, a la jubilación europarlamentaria bienpagada; el otro, hacia la
cátedra sin mérito; el otro, a alguna función que le permitiera seguir
viviendo sin acudir a los cajeros...
De todo aquello había que deducir
una política continuista que debía soportar, además, que quienes se
habían escapado de la quema en pateras de lujo se convirtieran en
críticos solapados: «Estos chicos van a acabar con nuestra gran obra», y
tal. Habían dejado a la Región empantanada (infraestructuras inhábiles,
deuda desbordada, déficit disparado, mentiras sistemáticas compulsadas
como tales por la realidad de los hechos, lemas que acabaron siendo
paródicos...).
Hacerse cargo de un Gobierno del que sus gestores
salieron huyendo y tener la obligación de justificar a éstos mientras
los que dejaron el butrón aparecían como los más activos críticos de
quienes vinieron a sustituirlos constituye un inmanejable caso de
esquizofrenia política. Y más si los frentes se amplían: resulta que
había otros que aspiraban a sustituir a los prófugos, pero frustrados
por no haberlo conseguido disparan ahora contra quienes les ganaron por
la mano y no contra quienes los dejaron en la estacada, caso del
garretismo, por si no estaba claro. Salir de esa trampa es cosa de
MacGuiver, pero en política se valora hacer de MacGuiver. ¿Quién lo
hace?
López Miras carecía de
política propia cuando llegó al poder, pues debía atender en primer
lugar al desorden que había heredado del valcarcelismo. Su error fue
asumir la continuidad del desastre creyendo que en el periodo de dos
años hasta las elecciones que debían revalidarlo podría enderezar el
rumbo de la política regional. Esto lo condujo a seguir a ciegas el
mismo camino de sus predecesores, que no iba a ninguna parte, hasta que,
de pronto, el Gobierno nacional cambió de signo, y Rajoy dejó de ser
una referencia posible de apoyo.
El PSOE, que hasta ese momento parecía
un valor insignificante, se convirtió en el gestor principal de la
política regional, pues ésta aparecía encomendada a las decisiones
estatales. Y los socialistas, con cierto arte inicial, empezaron a poner
las cosas en su sitio, es decir, a componer lo que había de verdad en
la tradicional política de señuelos del PP.
A
partir de ese momento, López Miras se convirtió en el jefe de la
oposición, siendo, sin embargo, el responsable del Gobierno. Y en vez de
colaborar, concertar, negociar o presionar inteligentemente al
Ejecutivo central, se dedicó a actuar como si no estuviera al frente de
la máxima responsabilidad en la gobernación autonómica.
Empujado por la
dinámica de los cambios en la cúpula de su partido (Pablo Casado, el
nuevo líder, está en la oposición mientras López Miras es presidente de
un Gobierno, un detalle fundamental) se lanzó a un seguidismo inútil,
ajeno a sus competencias: críticas a la política sobre Cataluña,
promoción de la bandera rojigualda, elogios a la Hispanidad, elaboración
de teorías sobre el aborto...
Todo muy PP, pero impropio cuando se
establece como discurso principal de un presidente que ha de estar en lo
que debe estar, es decir, en la gestión de los asuntos propios.
Amontonado por los nuevos acontecimientos nacionales, López Miras habla
más de cuestiones generales que de las locales. En el fondo, reproduce
la imagen de esos concejales de izquierdas en algunos Ayuntamientos que
parecen más preocupados, a juzgar por sus iniciativas, de la cuestión
palestina o equivalentes que de las farolas de sus barrios.
Justo
cuando el PSOE parece virar obligadamenta a la izquierda por su pacto
con Podemos, López Miras se empeña en desplazarse hacia la derecha, tal
vez para competir con unos supuestos fantasmas que parecen clarear en
ese ámbito (Vox, Garre) y deja a Ciudadanos de manera gratuita un
hermoso espacio en el que habitan quienes esperan una reformulación
moderada del PP por desconfiar todavía de que el PSOE vuelva a su ser, a
pesar del mérito de Diego Conesa, que lanza guiños hacia el centro, si
bien interceptados por un Pedro Sánchez que parece una cosa los lunes,
miércoles y viernes, y otra los martes, jueves y sábados, con domingos
alternativos para una u otra impresión.
La encuesta del TeCISzanos de
esta semana es, probablemente, una broma, pero a pesar del minúculo
muestreo en la Región coincide con la última previsión del Cemop, que
daba hace unos meses a C's como partido más votado. Hay una tendencia,
pues, y no es hacia la derecha, sino hacia el centro. ¿Dónde va, pues,
López Miras? Nadie le debe haber dicho que la mejor manera de esquivar a
la ultraderecha es la indiferencia, pues en el debate sobre el aborto,
por ejemplo, siempre ganarán los fundamentalistas si lo que se pone
sobre la mesa es la cuestión básica del derecho.
López Miras es el
coronel que no tiene quien le escriba. Toda la fortaleza del PP regional
descansa sobre él mismo, y esto en unos tiempos en que el PP es un
partido cuestionado. Ni siquiera puede presumir del archivo del caso
Barreiro, porque a la vez Rato entraba en prisión. El presidente
regional está solo: acosado por la ¿vieja guardia?, que espera desde su
atalaya a que se estrelle, y engañosamente apoyado por los estamentos
empresariales de referencia, que apostaron en su día por Garre, por PAS,
por C's y por el que venga, o sea, que mejor no confiar demasiado en
ellos.
El presidente se equivocó gravemente en su remodelación del Gobierno, y esto le pesa, pues no puede contar con activos fundamentales en una fase electoral decisiva, y ya no puede hacer experimentos. Le sobran, por ejemplo, el consejero de Fomento y la consejera de Cultura y Turismo; si los mandara a casa sin sustituirlos, el Gobierno mejoraría, aunque él quizá no lo sepa, o sí.
Tiene a su lado a la mejor política que ha pisado nunca San
Esteban, Noelia Arroyo, pero destinada a la candidatura a la alcaldía de
Cartagena puede suponerse que su acción gubernamental no es plena, al
menos no lo podrá ser en el diseño de una estrategia necesaria, de un
marco, como digo.
Las encuestas, las buenas y las malas, coinciden en
que el voto está en otro lugar de donde lo busca el PP. Y que,
sorprendentemente o no, la izquierda no remonta en la Región, una
cuestión que debiera ser motivo de debate entre los partidos de esta
orientación. Por tanto, lo que correspondería decidir a López Miras, ya
que está en el Gobierno, sería romper con las convenciones, evitar
estigmatizarse a sí mismo y ocupar el espacio que deja libre la
confusión ajena. Un marco, lo que necesita es un marco.
(*) Columnista
https://www.laopiniondemurcia.es/opinion/2018/10/28/lopez-miras-necesita-marco/967100.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario