Mi artículo de ayer en elMón.cat, titulado Puigdemont, presidente de la República Catalana.
Según voluntad popular expresada en dos ocasiones en menos de un mes,
el presidente legítimo de la Generalitat es el M.H. Carles Puigdemont,
hoy en cautiverio y mañana, es de esperar, en libertad para asumir el
cargo. Que no es menudo.
En
los dos últimos meses se ha intentado todo tipo de soluciones
transaccionales, pactistas, para encontrar una fórmula de acomodo a la
que pudieran avenirse, al menos transitoriamente, el independentismo y
el B155. Ha sido imposible. Ninguna propuesta se ha aceptado y uno de
los propuestos, Turull, ha acabado también en la cárcel. Al otro,
Sánchez, no hacia falta encarcelarlo porque ya lo estaba y bastaba con
no dejarlo salir. Se demostraba que cuanto más se aceptan los términos
del adversario, más hay que aceptar. Solo quedaba volver a la casilla de
salida. El presidente propuesto será conforme a las elecciones del 21
de diciembre, Puigdemont.
En
el último meandro de estas revirivueltas judiciales, el juez aprovechó
para mandar a prisión a una nueva remesa de líderes independentistas,
Forcadell, Bassa, Romeva y Rull, además de Turull que, sin duda, andaban
por ahí convirtiendo la libertad en libertinaje, como decía el
Caudillísimo. En total hay hoy en prisión nueve políticos
independentistas. Como para seguir diciendo que no son presos políticos.
Y rehenes por añadidura. A ellos se suma como décimo el solitario de
Neumünster, lugar, por cierto, comparativamente cerca de Helsingør,la
Elsinore de Hamlet. En toda esta peripecia independentista catalana hay
una dimensión trágica y heroica que sus enemigos tratan de ridiculizar y
humillar hablando de "prófugos", "cobardía", "traición", etc.
Solo
una pregunta: ¿cuántos políticos españoles con mando en plaza estarían
dispuestas/as a defender sus ideas (no su dinero, bien o mal conseguido)
al precio de la cárcel, el exilio o la confiscación de sus bienes?
Puigdemont
es el presidente de la Generalitat; es de esperar que en libertad en
Alemania. Pero si los jueces alemanes extraditaran, sería el presidente
de la Generalitat preso en España, una figura que no es nueva en la
historia de la institución y a cuya altura está Puigdemont. Como lo
están las demás presos y presas. La Generalitat entre barrotes es una
foto familiar.
Aquí la versión castellana:
Puigdemont, presidente de la República Catalana
La
confusión de los últimos tiempos dificulta un juicio sereno sobre el
proceso independentista y la reacción española. El primero se mantiene
en condiciones muy difíciles de inseguridad jurídica, hostilidad
política, coacción económica y linchamiento mediático. Puede parecer un
milagro y mucha gente se sorprende de que aún no haya perdido fuerza, no
se haya desmoronado y sus dirigentes sigan unidos en la tarea de
implementar la República Catalana que fue votada un 1 de octubre y
solemnemente proclamada el 27 del mismo mes. Y de que sigan unidos a
pesar de la inicua e ilegal represión de que son objeto.
La
reacción española está dentro de la estricta tradición reaccionaria,
oligárquica y nacionalcatólica, que ya no se limita a los neofranquistas
del PP y C’s sino que acoge también al PSOE de todo corazón y medio
Podemos que será entero cuando se trate de Catalunya no en unas
elecciones catalanas sino en unas legislativas españolas. Todos a una
Fuenteovejuna frente a Catalunya. Catalunya ha hecho realidad el sueño
de la seudoizquierda claudicante española de cerrar la transición. El
PSOE suma sus votos a los del PP y C’s para impedir que se investiguen
los crímenes del franquismo, el más señalado de todos, el genocidio. Un
partido socialista protegiendo y amparando a quienes asesinaron a
decenas de miles de los suyos.
España
no tiene remedio ni su clase política el menor interés en encontrarlo.
Le va bien como está y, a cambio de ignorar a Catalunya y avalar la
dictadura del 155 de la banda de ladrones tolera y apoya que un gobierno
en minoría parlamentaria siga robando a su propio pueblo, los parados,
los jóvenes, los dependientes, las mujeres, los pensionistas. Se convive
así con un régimen de corrupción y delincuencia organizada y se hace
causa común con sus beneficiarios a cuenta de Catalunya. España es hoy
un oligopolio reaccionario y una teocracia tercermundista, apoyada por
tres cuartas partes de la clase política, como ha demostrado la
inundación de beaterío que ha sufrido el país en la semana de Pascua. Lo
de siempre.
Y,
como siempre, están dispuestos a todo. Pero hoy hay una importante
diferencia. Catalunya no está sola a merced del fascismo español
(variante pepera o socialista), del ejército español, del poder
económico español, del pueblo español del “a por ellos”. España está en
Europa y, con Europa, la oligarquía reaccionaria ha de tener cuidado. Ya
no se puede bombardear Barcelona cada 50 años. Hoy hay muchas quejas en
Catalunya sobre la pasividad europea ante el atropello español, pero
basta imaginar qué hubiera pasado si España no estuviera en la UE. Solo
con su presencia, la UE obliga a los franquistas del gobierno y la
oposición a disimular.
Pero
ni eso saben. Creían que, con la dictadura del 155, conseguirían lo que
no han logrado: la desunión, la claudicación del independentismo. El
gobierno y sus servidores en el PSOE, en los medios, en la empresa, en
la judicatura, etc. Están también asombrados de que el proceso catalán
no se haya roto. Creen que todo el mundo es como ellos, que hubieran
abandonado la empresa porque no creen en ninguna.
No
saben en dónde se han metido. Su desprecio por el pueblo español al que
tiranizan sin problemas los ciega al extremo de no dejarles ver las
diferencias abismales con el pueblo catalán. El proceso no puede
detenerse porque no depende de los políticos, ni de los partidos, ni de
las instituciones, ni siquiera de las organizaciones sociales. Depende
de la voluntad del pueblo catalán que, al ver a sus representantes
electos secuestrados por unos jueces prevaricadores al servicio de unos
políticos delincuentes, encabeza ahora el movimiento. Es el pueblo que
ha dado el paso definitivo adelante en la autoorganización espontánea de
los CDR y la coordinación de la resistencia pacífica a la dictadura del
155, el neofranquismo colonial de la oligarquía de siempre y sus
sirvientes socialistas.
De
ahí que el bloque del 155 esté intentando a toda costa criminalizar la
acción de los CDR a fin de atribuirles una violencia que no está en sus
actos (sino, en todo caso, en la acción de las fuerzas y cuerpos de
seguridad del Estado de uniforme o como agentes provocadores infiltrados
de paisano) ni en su proyecto ni en su misma constitución porque no son
otra cosa que formas de autoorganización pacífica de los barrios para
resistir a la invasión española.
Necesitan
que haya violencia en las calles de Cataluña para que así el juez
Llarena deje de inventársela y pueda condenar por rebelión a unos
inocentes y, de paso, llevarse por delante a la cárcel a decenas,
centenares, quizá miles de miembros de los CDR. No se dan cuenta de que
es un proyecto imposible.
La
violencia viene descaradamente del lado español. Legal, ilegal,
política, policial, mediática, económica, de todo tipo. Y todo inútil.
España
no puede sujetar a Cataluña sin excluirse (ya del todo) del seno de las
naciones civilizadas. La República Catalana, aunque en circunstancias
difíciles, es ya un hecho y Carles Puigdemont, también en circunstancias
muy difíciles, su legítimo presidente.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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