El ex primer ministro francés Manuel Valls, apartado
por Emmanuel Macron de la política del país vecino por ser un estorbo a
su movimiento regenerador, empieza a dar pistas del objetivo real de su
anunciada candidatura a la alcaldía de Barcelona y que, según dice, no es otro que liderar una plataforma unionista en
la que figuren todos los partidos que así se sientan para conquistar la
capital de Catalunya.
El movimiento inicial de Rivera, queriendo
captarlo para Ciudadanos, fue, a lo que parece, tan solo oportunista, ya
que Valls señala ahora que no ha abandonado el PS francés para recalar
en otro partido. ¡Ay las prisas!
Barcelona se pone interesante, muy interesante, como laboratorio de
fórmulas nuevas que reduzcan el número de candidaturas electorales y se
vaya a contiendas entre grandes bloques políticos. El movimiento de
Manuel Valls, seguramente, bien patrocinado política, mediática y
económicamente espera respuesta antes del verano de los tres partidos
unionistas, Ciudadanos, PSC y PP. La respuesta de la
formación de Rivera es de sobra conocida. La de los populares se puede
intuir que no será negativa.
Y ¿el PSC? El caramelo que le ofrece Manuel
Valls es amargo, más para Jaume Collboni que para Miquel Iceta. Pero,
también es cierto que el PSC del 2018 puede hacer una digestión como
esta de una manera mucho más tranquila que hace un tiempo. Alineado a
fondo con el 155, participante activo de todas las manifestaciones de
Societat Civil Catalana y alejado claramente de las formaciones
independentistas, no son más atractivas las posibilidades de jugar a ser
un pequeño partido bisagra en unos comicios tan difíciles.
El movimiento de Valls a quien más debería preocupar sería a Esquerra Republicana y al PDeCAT,
hasta la fecha poco interesados en presentar un frente común en las
municipales en Barcelona y defensores de acudir con las fórmulas
clásicas de partidos. Una mirada a los resultados obtenidos el pasado
21-D en Barcelona debería hacerlos meditar, ya que las tres formaciones
consiguieron un 43,5% de los votos. Muy lejos del 20,91% de Esquerra y
del 19,56% de Junts per Catalunya.
Incluso sumados los dos partidos solo
llegan al 40,47% de los sufragios, que ascenderían al 45,76% con los
votantes de la CUP. Lo que es evidente, además, es que las elecciones se
convertirían en una cosa de dos y que la formación de la alcaldesa Ada Colau,
Barcelona en Comú, tendría poco a hacer en una campaña tan
bipolarizada. Cierto que cada elección es diferente, pero los resultados
del pasado diciembre no se deben despreciar.
Aunque falta tiempo y las cartas de Manuel Valls no son definitivas,
el independentismo tiene que aspirar a amarrar la capital de Catalunya,
una pieza fundamental en un proyecto político como el que se pretende
llevar a cabo. Los inconvenientes de estos últimos cuatro años están a
la vista, sin entrar en otras cuestiones nada menores como la falta de
pulso de la ciudad de Barcelona.
Quizás el anuncio de Valls actúe de
catalizador y no sea tan negativo. Incluso habrá que darle las gracias
si rompe algunas de las resistencias que ha habido hasta la fecha para
un proyecto electoral mucho más amplio y estas se podrán superar más
fácilmente.
(*) Periodista y ex director de La Vanguardia
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