Los medios de
comunicación, y de manera especial la prensa, por dedicar
tradicionalmente más espacio al análisis, son fundamentales en el
funcionamiento de las democracias. El rápido deterioro de los medios
impresos debido al auge de Internet está teniendo consecuencias
negativas para nuestras sociedades.
Los diarios sufren fuertes caídas en
sus ventas y ven reducida su publicidad. Los anuncios clasificados, que
en muchos periódicos llegaron a significar la mitad de los ingresos
publicitarios, simplemente han desaparecido. Los años de crisis
económica provocaron, además, unos descensos de las partidas
publicitarias de empresas y administraciones.
Como
consecuencia, los medios impresos han ido desapareciendo o reduciendo
sus costes de forma acelerada con el consiguiente deterioro de su
calidad. El despido o jubilación de periodistas con una alta formación
profesional y su sustitución por becarios y recién licenciados, con
sueldos muy inferiores; la práctica desaparición de los correctores de
pruebas que evitaban la publicación de gran parte de los habituales
errores; la jibarización del periodismo de investigación y la drástica
reducción del llamado “fact checking” -la supervisión de la veracidad de
la información- hacen que la prensa tenga una calidad muy inferior a la
de los tiempos pre Internet.
Esto a su vez produce una disminución de la confianza de
los lectores, lo sean o no de esos medios, y una mayor vulnerabilidad
frente a la desinformación, lo que en América llaman “Fake News”. El
exceso de información en Internet, información por la que muy pocos
quieren pagar, hace que la atención sea un recurso muy valioso y que
además pueda ser medido por tuits, clics, etc. Medios tradicionales y
digitales terminan compitiendo por cualquier cosa que llame la atención.
Y acaban publicando informaciones sobre acontecimientos que se están
desarrollando en ese momento sin esperar a que finalicen.
Cualquier novedad se cubre si es sensacional. Trump llevaba desde 2011
de escándalo en escándalo y al final logró mucha más cobertura que sus
competidores, al tiempo que no dejaba de insultar a los medios
tradicionales, que a su vez prestaron más atención a las teorías
conspiratorias contra Hillary Clinton, red de pedofilia, etc. que a las
agresiones sexuales de Trump.
Muchos de los grandes
periódicos de Europa y de Estados Unidos han cambiado de propietarios o
han dejado a los antiguos en minoría con ampliaciones de capital y con
la búsqueda de nuevas fórmulas para incrementar los ingresos, pero solo
unos pocos como el New York Times o Financial Times han conseguido altos
números de suscriptores digitales de pago. En España las cifras son
modestas.
Aquí, El País, es el caso más claro.
Nuestro único periódico global fue, durante años, un ejemplo de elegante
edición, con artículos e informaciones de magníficos periodistas, todos
ellos bajo la supervisión de unos equipos de dirección de primera
categoría. El resultado era un diario que competía con lo mejorcito de
Europa. Hoy, cuando España está creciendo al 3 %, aunque los salarios
sigan estancados, ni la publicidad ha vuelto ni se han abierto las
puertas para la contratación de nuevos profesionales con altas
cualificaciones y salarios acordes.
Un buen corrector
de pruebas gozaría con su trabajo, pues raro es el día en el que no
haya al menos un error, a veces importante, a veces simplemente
anecdótico. Y por supuesto hay días en los que ese corrector se lo
pasaría en grande.
Uno de esos fue el pasado 14 de noviembre. En una
crónica sobre la presencia de Monedero en la Comisión Parlamentaria que
estudia la financiación de los partidos, Iñigo Domínguez, que la cubría
para El País, escribía que el podemita había dicho que su partido se
financiaba colectivamente, “Crowfunding” escribía, pero que ninguno de
los intervinientes había sido capaz de pronunciar la palabra
correctamente.
No es de extrañar puesto que él tampoco es capaz de
escribirla las dos veces que lo hace. Lo escrito: financiación de
cuervos, pronunciado “crofanding” nada tiene que ver con la financiación
colectiva “Crowdfunding”, pronunciado “craudfanding”.
Un momento
marxiano que me convence de que hay que seguir leyendo periódicos al
menos para disfrutar con pequeñas maldades.
(*) Fundador de Turespaña
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