El acto de ayer de la ERC en el Born fue impresionante. De organización,
coordinación y desarrollo, extraordinario. De asistencia, petado y
superpetado. Fresquita mañana de sábado, todos con abrigos, bufandas,
aguantando a pie firme, o silla de tijera, que no sé qué será peor. De
contenido, acierto total.
Había un plantel de líderes, todos con
competencia, claridad de ideas y voluntad de lucha; y cientos de
"liderados" que, como los soldados de Napoleón, llevan un líder en la
mochila. Y estaba el líder principal, representado por el lazo amarillo
en su asiento, su imagen en la pantalla y la lectura de sus textos.
Nunca un ausente estuvo más presente con el añadido moral de la
injusticia de la ausencia.
Ignoro de dónde ha sacado Sáenz de Santamaría la idea de que los indepes
están "descabezados" y sin líderes. Sospecho que ella también lo
ignora. Dice lo primero que se le ocurre que, sobre ser falso (pues en
el acto del Born estaban todos los líderes de ERC) es una metedura de
pata que parece de Albiol porque viene a decir que quien ha mandado a
Junqueras a la cárcel no son los jueces sino Rajoy.
Lo cual deja el
Estado de derecho a la altura de lo que realmente es, a qué vamos a
engañarnos: un gobierno arbitrario autodotado de una norma de plenos
poderes para hacer lo que le dé la gana. Enviar gente que le incomoda a
prisión, por ejemplo, y que su segunda se jacte de ello en público y lo
convierta en argumento de la campaña electoral. A ver, señorías de la
oposición, díganlo: Estado de derecho. Y díganlo, no vaya a aplicárseles
el 155.
¡Qué fuerza tienen los símbolos! Ese color amarillo identifica otra
etapa del proceso, algo asimilable a la de la iglesia purgante,
posterior a la militante y anterior a la triunfante. Amarillo en los
lazos, las cintas, las bufandas, los abrigos, los gorros. Amarillo
chillón, el color del escándalo. El escándalo que siempre provoca la
injusticia. Me recordaba en un post anterior el título de una película
de Ford (She Wore a Yellow Ribbon), entendiendo el amarillo como
símbolo de la separación de los amantes. Los presos, los exiliados y sus
familias, sin ir más lejos.
Y decía el gobierno que el encarcelamiento de los "responsables" no provocaría protestas duraderas. Hablaba Ojo de Lince.
Hay otra comparación que sugiere el amarillo: durante la II Guerra
Mundial, los nazis obligaban a los judíos a distinguirse portando un
cinta, un distintivo, una estrella de David amarillos. La finalidad se
evidenciaría poco después: exterminar un pueblo. Ahora, un pueblo que se
niega a ser exterminado, simboliza con el amarillo el reconocimiento a
sus líderes, esos que, según Sáenz de Santamaría ha "descabezado" Rajoy.
Mientras no lo haya hecho como don Quijote cercenaba pellejos de vino
creyendo descabezar gigantes, endriagos y malandrines, el asunto tendrá
un pasar. Lo malo como siempre será el vino derramado.
Y ¿qué me dicen de la resurrección de Pimpinela Escarlata convertido en Pimpinela Catalana? Según información de L'Indépendent, la policía española está aumentado el control de fronteras (supongo
que especialmente las del N, N/NE, N/E y E) para "pillar" a Puigdemont
si se le ocurre aparecer inopinadamente en algún acto de campaña o rueda
de prensa. Hay quien lo compara con el episodio de la peluca de
Carrillo cuando la transición, pero lo de Puigdemont pica más alto,
hasta la chispa de una aventura de Sir Percy Blakeney al rescate de
alguna víctima del Terror.
Terror el que sienten las autoridades de que
algo así pueda suceder, una aparición-relámpago del presidente de la
Generalitat, lo suficiente para una foto y su desvanecimiento acto
seguido. Nuevo y espantoso ridículo internacional del frente del 155.
Los líderes estarán descabezados pero, como fantasmas de Canterville, se
aparecen a los gobernantes con la cabeza bajo el brazo mientras les
hacen una jugarreta tras otra. Porque, desde el momento en que el
gobierno ordenó retirar la euroorden, Puigdemont puede viajar a donde le
plazca, a la Unión Sudafricana o a Cerdeña. Para impedirlo, el gobierno
tendría que solicitarlo a la Interpol y eso, supongo, llevará su
tiempo, no será de ejecución inmediata como sucede con el Tribunal
Constitucional.
La campaña está descaradamente sesgada a favor de los unionistas; sus
declaraciones son incendiarias; las calles, las estaciones de metro, las
ubicuas pantallas reverberan con sus rostros. Y, sin embargo, no se les
ve. A los que se ve es a los ausentes. No hay nada como prohibir algo
para hacerlo visible, nada como encarcelar a la gente en nombre de la
democracia para sacar a los demócratas a la calle.
Y una última consideración, sin ánimo de chinchorrear: en el caso
probable de un triunfo del bloque independentista, los partidos
unionistas tendrán que independizarse quieran o no. ¿O van a actuar como
correas de transmisión de decisiones adoptadas en otro país?
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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