lunes, 10 de noviembre de 2008

Los ecologistas murcianos dicen que el Gobierno Zapatero 'coquetea' con los acueductos

MADRID.- También reclaman coherencia los ecologistas respecto al virtual trasvase desde Extremadura a Murcia, pero por distintas razones. Lo curioso, y quizá incoherente, es que las primeras objeciones a esta futura transferencia de agua, provengan precisamente de Ecologistas en Acción de la Región de Murcia, según "Abc".

Recuerdan al Gobierno de Zapatero que «subió al poder, entre otras cosas, por la oposición al Plan Hidrológico Nacional del PP, y fruto de esa presión tuvo que derogar el trasvase del Ebro».

Una apreciación un tanto pretenciosa que no impide a los ecologistas en acción murcianos criticar que en esta legislatura, la, política «desarrollista e insostenible del Gobierno central empieza a coquetear de nuevo con los trasvases entre cuencas».

Según los datos que maneja esta organización ecologista el proyecto «parece consistir» en derivar desde el embalse del Tajo de Valdecañas, en Cáceres, entre 500 y 600 hectómetros cúbicos anuales de agua hasta La Roda, en Albacete, donde se conectaría al acueducto Tajo-Segura, que abastece a Murcia, Alicante y Almería.

Advierten de los bajos nivele de agua que actualmente presenta este embalse y de los daños ecológicos y sociales que ocasionaría en la zona y a su paso por distintos parajes naturales que atravesaría en su recorrido.

Pero, sobre todo avisan del «riesgo» que correrían las poblaciones abastecidas por el Tajo-Segura, ya que el Agua de Valdecañas es de poca calidad debido a que recoge aguas residuales de Madrid.

Al margen de las consabidas consideraciones sobre el desarrollo sostenible, los ecologistas murcianos afirman que el Ministerio de Medio Ambiente, Rural y Marino «muestra su hipocresía al oponerse de forma electoralista a un trasvase, el del Ebro, y apoyar otros».

Las objeciones de los ecologistas murcianos a los trasvases no cuadran, sin embargo, demasiado con las que el pasado año advertía el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF) sobre la «frenética» construcción de plantas desalinizadoras en nuestro país y que identificaba su causa con la derogación en 2004 del trasvase del Ebro.

El informe de WWF alertaba que la desalación estaba llevando «a un desarrollo urbano y turístico insostenible» que además lleva a un mayor consumo de agua, con la incongruencia -dice el informe- de que mientras en otras naciones desarrolladas rechazan la desalación por su alto coste para usos urbanos, «España está dedicando una asombrosa proporción de ese agua a la agricultura, exactamente un 22 por ciento, el nivel más alto del mundo».

Uno de los viejos argumentos contra el trasvase del Ebro, que argumentó entonces el recién estrenado Gobierno de Zapatero para su derogación era el impacto ecológico de un canal de unos 450 kilómetros desde Tortosa, en Tarragona, hasta Ojós, en Murcia.

Un argumento que también sería aplicable al futuro trasvase desde Valdecañas, en Cáceres, hasta la Roda, en Albacete, que se aproximaría a los 400 kilómetros. Cuestión de voluntad, porque el debate trasvases-desaladoras va a estar siempre sobre el tapete, gobierne quien gobierne, si no se aborda de una vez por todas y sin egoísmos partidistas ni regionales un gran pacto nacional del agua que apueste por ambas opciones, porque, a decir de los expertos sin intereses políticos, ambas son complementarias.

Pero el ciclo se repite. A comienzos de 1993, en pleno debate sobre el Plan Hidrológico Nacional que preparaba José Borrell, en el Gobierno de Felipe González, la entonces diputada popular Loyola de Palacio pedía al Ejecutivo «más imaginación» y apuntaba como alternativa seria a los trasvases, aunque complementaria, la posibilidad de desalar y potabilizar agua del mar como una solución «posiblemente menos costosa y menos traumática que construir grandes trasvases desde el norte hasta el sur».

La respuesta, entonces, del ministerio que dirigía el socialista Borrell fue contundente: «En el Ebro hay 5.000 hectómetros cúbicos de agua anuales para trasvasar». Quince años después, distintos actores, distintas cincunstancias, distintos intereses y el mismo problema: el mareo de la perdiz.

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