No. No lo es. Aunque la mítica y eterna serie de dibujos predijera en
el episodio “Bart to the future” de la undécima temporada, emitido en
el año 2.000, que iba a ocurrir. Veremos cuando tarda en llegar Lisa
Simpson para arreglar el desaguisado, como ocurría en la televisión. Los
guionistas de Los Simpson lo predijeron hace 16 años y las encuestas,
una vez más, como en España, como en Gran Bretaña con el Brexit, se han
dado el batacazo y se ha consumado lo que se temía, que Donald Trump ha
ganado las elecciones y es el nuevo presidente de los Estados Unidos. O
sea, como decíamos ayer, que Dios nos coja confesados.
Hillary Clinton, que ahora debe regresar a casa con su marido y ambos
dedicarse a administrar y ampliar su fortuna a costa de los años de
presidencia de Bill y su episodio con Mónica Lewinsky, que es lo que se
les da bien, salió al fin a la palestra, felicitó a Trump y pidió que se
le dé una oportunidad. Bueno, brillante no es Hillary. La oportunidad
se la han dado los americanos votándole, para perplejidad de muchos
ciudadanos y medios de comunicación “serios” del mundo que no sé por qué
se quedan tan atónitos cuando el fenómeno del populismo no es de hoy, y
cunde por el planeta mientras buena parte de esos ciudadanos y sobre
todo esos medios son cómplices de la clase política que ha llevado el
crédito de la actividad del servicio público a los sótanos, generando
una sima de distancia sideral entre los gobernantes y los ciudadanos,
cuyas consecuencias son estas. Por eso digo que Dios nos coja
confesados.
A mí me parece una noticia peor que mala la victoria de Trump, pero
no me hubiera parecido una buena nueva que ganara la señora Clinton. Era
dos candidatos inconvenientes, de escaso nivel, por lo que la
preocupación era seria. Un demagogo racista, xenófobo, cutre, machista y
patético ha obtenido una victoria sin paliativos, espectacular,
rotunda, demoledora. Y ahora, la incertidumbre, con repercusiones que
imaginamos, pero no podemos calibrar aún en el fragor de la
estupefacción.
Todo apunta a que en el plano interno de los EEUU se abre un periodo
inestable, de tensión económica, social y política. En el plano
internacional, el discurso de Trump representa todo lo contrario de lo
que los EEUU han sido históricamente para los países aliados en la
defensa de la democracia y la libertad frente a los totalitarismos. La
Unión Europea tiembla, China y Rusia bailan, Rajoy sigue en su cinta sin
parar de correr en silencio y sin avanzar un milímetro y supongo que
Aznar mueve el bigote y prepara su primer viaje a Washington, previa
escala en Nueva York, más contento que triste.
La Constitución americana, que muchos no han leído jamás, prevé toda
una suerte de mecanismos de contrapeso y compensación que los redactores
de la carta magna americana elaboraron supongo que en previsión de que
pudiera llegar al poder alguien deseoso de cargarse el asunto. Más de
uno de los apartados de la Constitución habrá que poner en
funcionamiento, seguramente, para pararle los pies a Trump. Pero tiempo
al tiempo, no vaya a ser que el patético nuevo presidente, una vez en el
poder, anda muy atareado con sus cosas, y deje el día a día a personas
con más solvencia capaces de hacer creer al jefe que es el que manda
para poner orden, gobernar con un mínimo de sentido común, entender que
no se puede poner al mundo por montera, calibrar cada paso, y frenar en
la realidad el disparatado discurso que le ha llevado a la Casa Blanca.
Que llegan tiempos nuevos no es discutible. Que nadie sabe qué va a
pasar es evidente. Que hay que esperar un poco a ver cómo arranca es una
realidad. Y a partir de ahí, rezar o cruzar los dedos, a gusto del
consumidor, para que en el entorno de Trump haya gente con cabeza capaz
de embridarle y dejar que pase la tormenta con las menores consecuencias
posibles. Ah, y respecto al muro que dijo que iba a construir en la
frontera con Méjico, aconsejo a los lectores que se molesten en
comprobar con Google cuantos metros de ese muro existen ya. Igual se
llevan una sorpresa. Y esos kilómetros de muro no los construyó Trump.
Llevan años en pie. No todo es como parece. Esto no es una broma de los
Simpson, es real, pero a lo mejor se atempera el drama y sobrevivimos al
personaje.
(*) Periodista