En 1983, Albert Stubblebine III, general al mando de 16.000 hombres,
miraba la pared de su despacho. ¿No estaba hecha de átomos? ¿Y de qué
estaba hecho él? ¿Acaso no también de átomos? Así que se levantó y
corrió hacia la pared dispuesto a atravesarla. Ese día el General
terminó con la nariz rota. Pero siguió intentándolo. Y, de hecho, si lo
hubiese intentado las veces suficientes, lo habría conseguido. Se trata
de un número formado por decenas de miles de cuatrillones de ceros.
Difícil, sí. Pero posible. Esto demuestra que hasta la peor gilipollez
puede salir bien alguna vez.
Algo así deben pensar los estrategas del PSOE cuando diseñan la agenda pública de Pedro Sánchez. Por ahora siempre termina magullado, pero quién sabe, quizá algún día…
Cada año decenas de animalistas son increpados, apaleados, insultados
y detenidos en sus acciones contra el Toro de la Vega. Pedro Sánchez
también es contrario a esta barbarie que organiza un alcalde del PSOE y
dice que la prohibirá si llega a gobernar. ¿Se lo comunica a estos
activistas heroicos? ¿A alguna organización representativa contra el
maltrato animal? ¿Se lo dice siquiera al alcalde de su partido que
organiza esa salvajada? No. Llama al Sálvame y se lo dice a Jorge
Javier. Pedro Sánchez tiene dos problemas principales: parece un mindundi y además intelectualmente un poco limitado.
Se nos hace difícil comprender cómo cosas de este tipo mejoran su
imagen, pero en fin, quizá sea que yo no veo lo bueno. Al fin y al cabo
Pedro Sánchez ganó un votante (Jorge Javier) y Sálvame ganó unos cuantos
televidentes: los alcaldes del PSOE que ahora siguen el nuevo órgano de
comunicación de su partido.
En las semanas en que nos enteramos que altos cargos de Zapatero maniobraron para regalarle a las eléctricas 3.000 millones de dinero público,
a Pedro Sánchez solo se le ocurrió ir con Calleja a descolgarse
haciendo rápel desde un aerogenerador. Puede que él, sostenido por su
arnés, se viese a sí mismo como un aventurero pero, ¿qué vimos los
espectadores? A un pobre tipo al que Iberdrola tenía colgado por los
huevos.
Luego lo enviaron a debatir con una familia de antiguos militantes del PSC.
Esto ya fue lo más. Pobre. Hasta daba lástima. Ahí, aguantando el
vendaval de argumentos contrarios, incapaz de rebatir nada y teniendo
que pedir constantemente perdón. Los de la familia, como fieras. Unos
abusones. Qué gente, macho. Eso es saña. Aterrado, trató de escapar como
pudo: “No sabía esto de los canelones aquí en Cataluña”, dijo tratando
de llevar la conversación a terrenos más adecuados para su capacidad
discursiva. Pero ni así. Ni siquiera su curiosa risa de Papa Noel, “jou,
jou, jou”, despertó la piedad de sus antiguos conmilitantes que
continuaron inmisericordes dándole para el pelo. A mí hasta me despertó
un sentimiento de ternura, de protección. Yo qué sé.
Quise abrazarlo y reñir a los Moliner: “¡dejad de meteros con él!,
¡malos!” Era como ese dinosaurio herbívoro con cara de bobalicón al que
acechan los malvados raptores. Le gritas a la pantalla de la tele:
“¡Huye! ¡Huye, pequeño dinosaurio!” pero sabes que al final se lo
zamparán.
Así que no es de extrañar que Pedro Sánchez terminase quemado con su
equipo de estrategas y les dijese: “la próxima mamarrachada, se la
endiñáis a otro”. Grave error. Porque la siguiente era la buena. Quién
sabe por qué puro azar cósmico, el que ocurre una vez entre billones de
cuatrillones, a alguien del PSOE se le ocurrió una auténtica
genialidad. Atravesaron la pared de átomos y, en silencio, aguardaron su oportunidad.
Y esta llegó en el debate de La Sexta Noche. Las cosas se preveían
como siempre. Sea quien sea el que esté de Podemos, solo tiene que
hablar una vez más de los apaños entre PP y PSOE y de las puertas
giratorias y a Antonio Miguel Carmona, el elegido en esta ocasión y
futuro candidato del PSOE a la alcaldía de Madrid, ya no le queda más
que salir por peteneras, no saber muy bien cómo contraatacar y repetir
la monserga de que ellos trajeron la sanidad universal. Para los de
Podemos, dejar a los representantes del PSOE deambulando como boxeadores
sonados es tan sencillo como rutinario. Hay una cuestión de base que
atormenta al PSOE y que lleva mucho tiempo sin lograr resolver. Ya sea
cuando piensa en todos los españoles, ya sea cuando piensa en Podemos,
el PSOE siempre tiene que intentar responder a la misma pregunta: “¿Cómo
hago para clavársela a esta gente sin parecer el PP?” Y no es fácil,
no.
Pero esta vez las cosas iban a ser distintas. Y a la primera de cambio Carmona soltó su bomba atómica: Juan Carlos Monedero había militado en el PSOE. En el colmo de la maldad le llamó “compañero”.
En los despachos del PSOE se oyó un rugido de victoria. Pedro Sánchez
dijo: “bien me podíais haber dicho a mí esto en vez de las tonterías de
los canelones”. Todos pensaron: “¡Ahora sí que están jodidos estos de
Podemos! ¿Qué otra cosa puede desprestigiarles más que haber militado en
nuestro partido?”. Monedero estaba grogui. No se esperaba un ataque tan
brutal. Parecía Superman frente a la kriptonita. Carmona seguía: “como
tú sabes, como militante del PSOE”, “militando tú en el partido…”, “el
PSOE, el partido de Monedero” y así una y otra vez.
En otro país, cuando alguien dice: “tú eres de los nuestros”,
esto tiene una lectura positiva. Aquí es al revés: aquí es un insulto.
Y Carmona lo sabía. Era muy consciente de que relacionar a alguien con
el PSOE es destruir su reputación para siempre. Por eso seguía sin
soltar la presa. Y cuando Monedero farfulló tímidamente que dejó el
partido, avergonzado, en 1986, Carmona seguía: “compañero del PSOE, te
pido disculpas”, “compañero Monedero, yo te sigo considerando
compañero”, sabiendo que cada una de esas palabras era un torpedo en la
línea de flotación de la credibilidad de Monedero y, por extensión, de
Podemos. “¿Quién va a poder confiar en ellos ahora, sabiendo que fueron
del PSOE? Ahora sabréis lo que se siente” gritaban exaltados en Ferraz.
Monedero daba pena. Me recordaba a mí mismo en las cenas de Navidad
cuando un amigo cabroncete se empeña en rememorar alguno de los
episodios más patéticos y degradantes de mi antigua vida de
vivalavirgen. Solo queda callar porque todo lo que pueda decirse es
peor. A fin de cuentas, yo me lo merezco, pero, ¿qué culpa tiene el
pobre Monedero? Entonces tenía apenas veinte años. Un chavalillo
embaucado por unos mentirosos. ¿Podemos culparlo de esperanzarse en 1982, como tantos otros millones de españoles? En aquel tiempo Felipe González publicó su primer libro: Un discurso ético.
Sí, no os riáis, se llamaba así. No sabíamos que terminaría millonario,
sentado en un yate, fumando un enorme puro, mientras una mujer rubia le
da crema en la espalda, en la viva imagen de un gorila espalda plateada
comiendo bambú mientras lo despiojan.
Carmona seguía a lo suyo: “lo harás muy bien porque tienes
experiencia en el PSOE”. Asistíamos a un nuevo fenómeno. Politólogos de
todo el mundo lo estudiarán durante décadas: era la primera vez que, en la discusión política, un partido asume que la pertenencia al mismo es un oprobio. Normalmente
es el PP quien considera execrable ser del PSOE y viceversa. ¿Pero
pensarlo cada uno de uno de sí mismo? Esto es toda una innovación. Ahí
estriba la verdadera genialidad maquiavélica de los estrategas del PSOE.
¿Quién si no uno mismo tiene verdadera autoridad para vilipendiarse?
¿Quién si no sus militantes tienen tan profundamente interiorizado lo
vergonzoso que resulta haber creído a sus dirigentes?
“Además, estuviste en lo más importante”, seguía Carmona. Hombre,
hombre, Carmona, no seas modesto. ¿Acaso no fue importante lo que
hicisteis solo vosotros, ya sin el chavalín Monedero? ¿El terrorismo de estado?
¿La precariedad laboral? ¿Los contratos basura para jóvenes? ¿Las
privatizaciones de empresas públicas rentables? ¿El saqueo? ¿La censura?
¿La corrupción generalizada? ¿El enfrentamiento con los sindicatos?
¡También tuvo su importancia, hombre! ¡No te quites mérito!
Monedero no fue el único pardillo. De hecho, si se fue del PSOE con
veintipocos años a mediados de los 80 aún fue bastante más perspicaz que
la mayoría de nosotros. Algunos fuimos tan lerdos que, después de esa indecente era de felipismo, ¡aún confiamos en Zapatero!
Eso sí es para nota. Yo hasta grité un día: “Zapatero, no estás solo”
¿Acaso soy culpable de que resultase ser un traidor a su palabra y un
cobarde? Monedero, no te atormentes. Haz como yo con mis farras: a lo
hecho, pecho. Lo indecente no era ser un ingenuo militante entonces,
sino, como Carmona, haber continuando siendo dirigente, conociendo toda
esa carroña, tantos años después.
Pero, nos guste o no, el PSOE ha encontrado una herida donde hurgar. Y
no solo ellos. Al PP no se le escapó la brillantez de la nueva
estrategia. Y pocos días después, uno de sus dirigentes, hablando de las
promesas electorales, venía a decir de Podemos que son “mentirosos como
nosotros”. Donde lo verdaderamente insultante y peligroso no es el
llamarles “mentirosos” sino el decir “como nosotros”. Ahí está el quid.
En un sistema tan corrompido e indecente como en el que vivimos,
precisamente la estrategia de tratar de considerar a un partido “fuera
del sistema” es contraproducente. Al contrario, hay que tratar de introducirlos en el mismo lodo en el que todos hociquean.
Ser “como nosotros”. El PSOE había dado en el clavo.
A partir de ahora
es previsible que a Monedero se le recuerde, una y otra vez, su pasado
del PSOE, cual si fuera un estigma. Es previsible que asistamos a
alucinantes declaraciones del tipo: “son corruptos como nosotros”.
Imagino a Pedro Sánchez, con las ingles aún enrojecidas por las cuerdas
decir: “mierda, con lo fácil que era…”. Porque sí. Era fácil. ¿Cuál es
la manera más efectiva de enfangar a una persona y llenarla
completamente de mierda? Salir uno mismo del lodazal y darle un fuerte y
cariñoso abrazo.
(*) Analista