WASHINGTON/NUEVA YORK.- El reciente escándalo del#BeagleGate logró
lo que no pudieron conseguir una pandemia mundial de COVID, un
escándalo de investigación de “ganancia de función”, mandatos de vacunas
en todo el mundo y una carrera de despilfarro de impuestos
estadounidenses: Consiguió que el mundo se detuviera y cuestionara la integridad del Dr. Anthony Fauci.
En las últimas semanas, los medios de comunicación convencionales y sociales han estallado con relatos sobre los crueles experimentos con animales financiados
por el Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas
(“National Institute of Allergy and Infectious Diseases”, NIAID por sus
siglas en inglés) con el dinero de los impuestos estadounidenses.
El NIAID, una división de los Institutos Nacionales de Salud, funciona bajo la dirección de Fauci.
Las publicaciones virales en las redes sociales describen
cómo, después de hacerles pasar hambre y de que se les extirparan las
cuerdas vocales para que no pudieran aullar o ladrar, los beagles tenían
la cabeza atrapada en jaulas en las que había hambrientas pulgas de
arena que se comían vivos a sus anfitriones.
A otros cachorros se les inyectaron variantes “mutantes” de bacterias
transmitidas por garrapatas fabricadas en laboratorio antes de
exponerlos a cientos de garrapatas que luego les chuparon la sangre
durante una semana. Se les extrajo sangre dos veces por semana durante
ocho semanas y luego se les sacrificó.
En otro experimento,
se inyectaron larvas de gusano del corazón a los beagles y
posteriormente se les practicó la eutanasia para poder utilizar las
larvas en otros experimentos.
La investigación de “The White Coat Waste Project” (WCW, siglas
en inglés de “Proyecto de los residuos de bata blanca”) que dio a
conocer estas historias desencadenó una protesta pública y un esfuerzo bipartidista para
que Fauci rinda cuentas por los experimentos innecesarios y abusivos
que autorizó con millones de dólares de los contribuyentes.
Los subsiguientes ataques de los medios de comunicación a WCW son una
prueba del impacto que el #BeagleGate tuvo en la percepción pública.
“La ironía es que son estos pequeños cachorros los que provocan indignación”, dijo Vera Sharav, activista de derechos humanos y fundadora de la Alianza para la Protección de la Investigación Humana (“Alliance for Human Research Protection”, AHRP por sus siglas en inglés).
No es que a Sharav no le importen los cachorros. Sin embargo, se
siente frustrada por no haber podido generar el mismo clamor público
cuando se trata de su misión de toda la vida de acabar con los crueles
experimentos médicos con niños.
“Los animales tienen poderosos defensores, como “People for the Ethical Treatment of Animals” (“Personas
por el tratamiento ético de los animales”) que luchan por protegerlos
de este tipo de abusos”, dijo Sharav. “Pero estos cachorros son desechables.
Es una parodia”.
Como niña superviviente del Holocausto, Sharav fue testigo de primera
mano de cómo un sistema corrupto puede borrar sistemáticamente las
normas morales y la empatía humana en nombre de la salud pública.
Ha trabajado durante décadas para poner fin a las prácticas médicas
poco éticas y abusivas, incluidas las que están subvencionadas y
facilitadas por los organismos gubernamentales y las grandes
farmacéuticas, Big Pharma.
Su batalla para romper el silencio conspirativo y llamar la atención
de los medios de comunicación y de las autoridades reguladoras ha sido
una batalla ardua, que lleva décadas peleando.
Pero en 2004 hubo un rayo de esperanza. La BBC se puso en contacto
con Sharav como parte de una investigación para un documental, “Guinea Pig Kids” (“Los niños conejillos de indias”).
Basado en los hallazgos del periodista de investigación Liam Scheff,
el desgarrador documental expuso los tortuosos experimentos médicos
clandestinos de Fauci con niños infectados por el VIH al cuidado del
“Centro Infantil de la Encarnación” (“Incarnation Children’s Center”, ICC por sus siglas en inglés).
Sharav se asoció con Scheff, la periodista de investigación Celia
Farber y el director de la película, Jamie Doran. Durante un breve
tiempo, los tres creyeron que la verdad podría salir finalmente a la
luz.
Pero, como todos descubrieron, arrojar luz no es para los débiles de corazón.
¿Quiénes eran los “niños conejillos de indias”?
El ICC (siglas en inglés de “Incarnation Children’s Center”), que se
promocionaba como “el único centro de enfermería especializada de la
ciudad de Nueva York que proporciona atención especializada a niños y
adolescentes con VIH/SIDA”, fue el escenario de estos crímenes contra la Humanidad.
En 1992, el NIAID proporcionó financiación para reintroducir el ICC como “una clínica ambulatoria para niños seropositivos” y la clínica pasó a formar parte de la Unidad de Ensayos Clínicos de Sida Pediátrico de la Universidad de Columbia.
El departamento de bienestar infantil de Nueva York, la
Administración de Servicios para la Infancia, estaba facultado para
ofrecer a los niños vulnerables y desfavorecidos que tenía a su cargo como ratas de laboratorio para
probar medicamentos tóxicos contra el SIDA, como el AZT, la Nevirapina y
varios inhibidores de la proteasa, así como vacunas experimentales
contra el SIDA.
La mayoría de estos fármacos, aprobados para adultos con SIDA,
llevaban advertencias de recuadro negro y causaban efectos secundarios
potencialmente letales, como la muerte de la médula ósea, el fallo de órganos, las deformidades y el daño cerebral.
La mayoría de los niños eran negros, hispanos y pobres, a menudo nacidos de madres drogadictas.
El NIAID, aprovechando la ortodoxia imperante sobre el SIDA,
justificó los experimentos poco éticos realizados en estos niños como la
única oportunidad que tenían de sobrevivir.
Jacklyn Hoerger, cuyo trabajo consistía en administrar los medicamentos a los niños, contó:
“Nos decían que si vomitaban, si perdían la capacidad de caminar, si
tenían diarrea, si se estaban muriendo, todo ello era debido a su
infección por el VIH. Me limité a darles fielmente lo que me decían los
médicos”.
La obediencia, como principio unidireccional, ha sido un tema
recurrente a lo largo de la carrera de Fauci. Según la directora médica
del ICC, la Dra. Katherine Painter, el “mayor problema al que se
enfrentan las familias con niños seropositivos es la fidelidad”.
Hoerger aprendió esta lección por las malas, cuando inició el proceso
de adopción de dos medias hermanas del programa. Aplicando un método
científico mucho más compasivo en casa, Hoerger dedujo que eran los
medicamentos los que causaban las dolencias de las niñas. Así que
interrumpió los regímenes farmacológicos.
Elle describió las mejorías que ocurrieron como “casi instantáneas” y
señaló que las niñas empezaron a comer correctamente por primera vez en
su vida. Pero su desobedicencia hizo que se la considerase una madre
negligente y perdió la custodia de las niñas. No se le permitió volver a
verlas.
En el ICC, la cooperación de los sujetos experimentales tuvo siempre
prioridad frente a su bienestar. Se exigía a los niños que tomaran estos
medicamentos sin tener en cuenta sus impactos negativos, y los efectos
adversos se atribuían a su presunta enfermedad (AHRP (siglas en inglés
de la “Alianza para la Protección de la Investigación Humana”) descubrió
que el NIAID permitía a sus socios farmacéuticos experimentar con niños
incluso sin que sus infecciones por VIH estuviesen confirmadas en el
laboratorio).
Cuando algunos padres se negaron a dar su consentimiento a las
pruebas, los funcionarios de los servicios de infancia les retiraban la
custodia de los niños rápidamente y los colocaban con familias de
acogida, o en hogares infantiles donde se autorizaba entonces la
participación del niño.
Cuando los niños se resistían o rechazaban la medicación, eran
llevados al hospital Columbia Presbyterian, donde se les insertaban
quirúrgicamente tubos de plástico en el estómago para administrarles los
medicamentos.
Según Sharav, al menos 80 niños murieron en el transcurso de estos ensayos clínicos.
“Fauci se limitó a esconder bajo la alfombra a todos esos bebés
muertos”, dijo Sharav. “Eran daños colaterales en sus ambiciones
profesionales. Eran niños desechables”.
Una visita a la fosa común de la ICC en el cementerio de “Gate of
Heaven”, en Hawthorne (Nueva York), hizo que Celia Farber, reportera de
investigación que llevó a cabo la investigación para el documental, se
diera cuenta de ello.
“No podía creer lo que veían mis ojos”, dijo Farber. “Era una fosa
muy grande con césped artificial echado por encima, que realmente se
podía levantar. Debajo del césped, se podían ver docenas de sencillos
ataúdes de madera, apilados desordenadamente. Puede que hubiera 100 de
ellos. Me enteré de que había más de un cuerpo de niño en cada uno”.
La obediencia también era un tema cuando se trataba de adherirse al Código de Nuremberg o incluso de seguir la normativa federal relacionada con la participación en ensayos clínicos.
En lugar de atenerse a los requisitos establecidos para proteger a
los niños de acogida, Nueva York creó una junta de revisión
institucional, un comité de ética formado por representantes de los
mismos hospitales que realizaban la investigación para conceder las
aprobaciones.
En otras palabras, la aprobación se puso en manos de la parte interesada.
En marzo de 2004, la organización de Sharav presentó una queja ante
la Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos y la
oficina federal de protección de la investigación en seres humanos.
La denuncia se centraba en la inscripción ilegal de niños de acogida
en estos experimentos y en el fracaso institucional de todo el sistema a
la hora de protegerlos de acuerdo con la normativa federal que exige un
defensor independiente para cada niño.
Estos niños, algunos de tan solo tres meses de edad, no tenían voz
independiente. La ACS, la misma organización que esencialmente los puso
en una cinta transportadora para que participasen en los ensayos
clínicos, era también su tutor legal.
“Es una abdicación total de la norma ‘primero no hacer daño’ y de la
dignidad de los seres humanos”, dijo Sharav. “Desde el punto de vista de
la investigación médica, los animales de laboratorio son caros y estos
niños son baratos. El gobierno los entregó como un rebaño de animales”.
La campaña contra los “negadores del sida”
“Guinea Pig Kids” (“Los niños conejillos de indias”) se estrenó en la
BBC el 30 de noviembre de 2004, pero fue retirado abruptamente de las ondas.
Una denuncia presentada
por poderosos activistas del SIDA llevó a la BBC a retirar el
documental y a eliminar la investigación. Y fue mucho peor lo que
ocurrió entre bastidores.
Celia Farber contó que ella y otros fueron “despiadadamente vejados a
todos los niveles” por ser los llamados “negadores del SIDA”.
“Vinieron a por nosotros profesionalmente, económicamente,
espiritualmente y socialmente”, recuerda Farber. “Nadie quería ser un
negador del SIDA. Despertaba un odio inmediato. Ese término hechizaba
profundamente y la gente no podía escuchar más allá de él. Era algo que
cerraba instantáneamente a la gente”.
Una reunión del subcomité de 2005 organizada por el Departamento de
Salud y Servicios Humanos (“Department of Health and Human Services”,
HHS por sus siglas en inglés) de EE.UU. concluyó que se habían violado
los derechos protegidos de los niños de acogida en algunos de los
ensayos de medicamentos contra el sida, pero nada cambió en el ICC y los
niños siguieron muriendo.
Al Instituto de Justicia VERA,
encargado de investigar la muerte de los niños utilizados en estos
experimentos, se le prohibió consultar los historiales médicos y se
negaron a aceptar los datos de la propia investigación de Scheff.
Los esfuerzos de Scheff, Sharav y Farber volvieron a sumirse en la oscuridad. Hasta ahora.
“Fauci lleva dirigiendo esta agencia (NIAID) desde 1984 y nunca ha
conseguido desarrollar un fármaco o una vacuna”, dijo Sharav. “No ha
habido curación. Sólo ha conseguido aterrorizar a la gente”.
Sharav está lista para que el reino del terror de Fauci termine.
Pero tal vez donde más podemos aprender sobre Fauci y sus compinches
no es mirando sus fracasos, sino dirigiendo nuestra atención a sus
éxitos. Él y sus colegas de los NIH y de los Centros para el Control y
la Prevención de Enfermedades han perfeccionado un paradigma de pandemia
utilizando paradigmas de diagnóstico cambiantes y definiciones clínicas
que incorporan métodos de prueba defectuosos.
Este método se utilizó para lanzar algunas de las campañas del miedo
más exitosas de la historia mundial. Ese miedo se utilizó para generar
un modelo de guerra médica que se ha utilizado para justificar miles de
experimentos crueles, innecesarios y costosos.
Y si bien esos experimentos no produjeron tratamientos o curas
eficaces, lograron insensibilizar a los investigadores y al personal
sanitario y los capacitaron para “limitarse a cumplir las órdenes”,
independientemente de los resultados sanitarios.
Todo esto se logró con un enorme gasto para los contribuyentes
estadounidenses, y la ortodoxia resultante ha costado la salud a
millones de personas.
Los tratamientos van y vienen, pero la obedicencia médica y la
creación de una cultura de “cómo te atreves” para avergonzar y silenciar
las voces de la disidencia ha seguido siendo probablemente el
experimento científico más exitoso y rentable de la historia mundial.
Pero hay dos variables que Fauci no valoró correctamente: la resistencia del espíritu humano y el poder del amor de los padres.
Para Farber, ser testigo del desenlace de la narración es surrealista.
“Sigo sintiendo rabia y asco de que esta matriz terrorista de
activistas del SIDA haya conseguido convencer al público de que mire
hacia otro lado, de que no debe preocuparse por estos niños”, dijo
Farber.
Pero a pesar de todo lo que ha pasado, hay una chispa de optimismo.
“La chispa de luz es que mucha gente está adoptando esta lucha ahora,
hay mentes preparadas para esto ahora, si uno puede ser considerado una
‘mente preparada’”, dijo Farber.