Si ahora que viene el Carnaval a Mario
Gómez se le ocurriera disfrazarse con visera y manguitos como perfecto
contable municipal, pasaría desapercibido en la fiesta, pues su imagen
no se acercaría siquiera a la parodia sino reproduciría la esencia misma
de su ser político. De hecho, nadie se explica que en vez de optar a
vicealcalde de Murcia a través de las elecciones municipales no eligiera
la vía más acorde a su vocación preparándose unas oposiciones para
interventor.
Desde que pisa alfombra, el socio de gobierno del PP en el
Ayuntamiento de Murcia en representación de Ciudadanos está empeñado en
mirar los números de las facturas antes que la letra de las políticas, y
así la política se le escapa y las facturas también, mientras busca y
no encuentra. Persigue la corrupción que supone en su socio, y mientras
se entretiene sumando albaranes, su socio hace política, que es lo que
los ciudadanos esperan que hagan los dirigentes políticos.
Tiene
gracia, no obstante, que sea precisamente Mario Gómez el auditor
estricto del Ayuntamiento capitalino. En su día, nada más tomar tierra
en la responsabilidad política institucional, pagó con el presupuesto
del Grupo Parlamentario de Ciudadanos en la Asamblea Regional unos
conciertos de zumba que habían servido para animar la campaña electoral
de su partido, más globos y confetis que venían a celebrar el
liberalismo subvencionado electoralmente con fondos públicos.
Es decir,
Mario Gómez se estrenó en la política regional presentando al cobro de
las instituciones unas facturas falsas. No lo digo yo; lo dijo entonces
su propio partido, pues a consecuencia de estos desvíos contables fue
descabalgado del staff de la dirigencia regional y sustituido en su
cargo por Valle Miguélez. Hay que deducir, en consecuencia, que no hubo
otro responsable de aquel tocomocho, pues él fue el único destituido de
su cargo en el partido por decisión de la propia organización.
Pues
bien, hoy Mario Gómez, quizá precisamente porque cree que hay otros más
hábiles que él en los artificios contables, anda afanado en el
recorrido de las pequeñas facturas municipales, tratando de pillar en
falta a los propios funcionarios o, en su defecto, tratar de
paralizarlos en su actividad.
La consecuencia es que nadie, desde el
principio del mandato, sabe si este señor está en el gobierno o en la
oposición; lo que va quedando claro es que está en la obstrucción. Es
decir, en la impotencia y la mediocridad política, esa actitud de quien
mira el dedo que señala la luna en vez de reparar en ella.
Pero
que nadie se engañe. Esa dinámica tiene un fin que ayer mismo se pudo
atisbar en la rueda de prensa que ofreció junto a los tres concejales de
su equipo. Estableció distancias con el partido con el que pactó al
principio del mandato y desgranó quejas sobre medios y recursos de las
concejalías a su mando, como si no las hubiera elegido y hubiera
decidido sus presupuestos antes incluso de tomar posesión de ellas
(recuérdese que Cs acordó los presupuestos municipales ya desde el
periodo anterior a las últimas elecciones).
La
hoja de ruta de Mario Gómez, con el pretexto de los próximos
presupuestos municipales, consiste en pactar con el PSOE su ascenso a la
alcaldía para sacar de ella a Ballesta: él sería el alcalde hasta el
final del mandato mientras los socialistas gestionarían todas las
competencias ahora en manos del PP, y el PSOE arreglaría discretamente
el apoyo a este modelo por parte de Podemos.
Gómez esgrimiría ante Cs
que no es él quien pacta con el PSOE sino el PSOE el que le ofrece la
alcaldía, y esta fórmula podría colar en el actual caos estratégico de
los naranjas, sobre todo si el portavoz municipal de Cs ofrece apoyos de
su estructura para los compromisarios al congreso nacional de la
facción interna que le deje hacer.
A los socialistas no les perturbaría
este pacto, pues se da por sentado que una alcaldía de Cs, si ellos
mantienen la mayoría de las competencias ahora en manos de Ballesta, no
sería un problema para las próximas elecciones, pues se asociarían con
un partido agónico, sin recorrido electoral futuro.
Mario quiere ser alcalde para dejar de ser contable. En favor de su ambición, aunque en contra de su naturaleza.
(*) Columnista
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