En las anteriores elecciones generales,
Vox era el fantasma que espoleaba el voto hacia la izquierda. Había que
parar el virus, y solo parecía existir un antídoto: votar a la
izquierda, con ganas o sin ellas. El PSOE fue el principal cortafuegos
contra aquel tronante sonido de la calle, con activistas ultras en cada
esquina. Abascal entró en escena a caballo, sí, pero con estrépito
controlado.
Pues bien, hoy,
ante el 10N, Vox aparece de nuevo como pretexto, pero esta vez la
izquierda, antes que intentar neutralizarlo, haría mejor en animar a que
crezca. El PP está subiendo a costa de su socio Ciudadanos, se lo está
comiendo, de modo que para evitar que alcance al PSOE, que permanece
estático, solo queda zumbir a Vox.
Vox, refortalecido tras su mitin Plus
Ultra (impresionante) es la única frontera con la que choca el PP para
recomponer la serpiente multicolor de la derecha en un solo saco, como
en tiempos de Rajoy.
Veámoslo
desde la Región. El PSOE de Pedro Sánchez y de Diego Conesa ganó hace
poco las generales (y las autonómicas) a un PP encumbrado dos décadas y
media en el poder. En escaños, tanto nacionales como autonómicos. Bien,
pero el porcentaje de votos repartidos entre los bloques a derecha e
izquierda seguía siendo el de siempre: 60-40 a favor de la primera. Un
tanteo inamovible, que se supone que persiste ante el nuevo envite. La
fragmentación de la derecha, traducida en escaños, dio la victoria en
dos comicios sucesivos a los socialistas murcianos.
No hay que olvidar
aquellos 5.000 votos en las generales y 30.000 en la autonómicas que
extrajo el partido de Garre, que si salieron de algún lugar sería en
gran parte de la masa madre popular. Ciudadanos, aunque obtuvo menos
votos que en 2015, mantuvo sus escaños nacionales y aumentó, por el
cambio de la ley electoral regional, los autonómicos. Para el caso es lo
mismo. Entre Ciudadanos, Vox y Somos, más los errores propios de la
catastrófica campaña de López Miras, el PP mordió el polvo de la
derrota, aunque después viniera Ciudadanos a curarlo y revivirlo.
Pero
el PP es la mantis religiosa. En estas elecciones no va a perdonar a
quienes lo arrinconaron hasta el punto de sufrir la sensación de agonía
terminal. Y crecerá a costa de los que vinieron a salvarlo. Hacia el
centro hay campo y por ahí culebreará. El espacio no está ya cubierto
por Ciudadanos, perdida su identidad. Mejor el original que la copia.
Además, los populares han modificado ligeramente las listas electorales.
Se han quitado de encima a los toreros, a los padres telepredicadores
y, aquí, en la Región, a los ninis. En Murcia, la lista ha mejorado un
huevo. Puede que el detalle sea irrelevante, pues las avalanchas
electorales apenas reparan en esto, pero es un gesto de voluntad. Como
si dijeran: ahora vamos en serio.
El
problema es Vox. Vox es de piedra, está infiltrado socialmente (no
tanto el partido como sus votantes), se está reforzando ideológicamente y
apenas ha decepcionado con las concesiones pragmáticas que ha tenido
que hacer, pues vende que son el mal menor para que no gobierne la
izquierda. Vox está intacto, y más en Murcia, donde obtuvo el mejor
resultado en porcentaje en el conjunto de las autonomías. La resistencia
electoral de Vox, y quién sabe si un posible avance, constituyen el
principal escollo del PP y el único respiradero del PSOE.
El
PSOE lo tiene complicado. El avance del PP a costa de Ciudadanos es
grave para su escaso margen de diferencia con los populares y, por si
fuera poco, Óscar Urralburu viene a comerle por la izquierda, con el
efecto añadido de que Podemos ha ganado pundonor convertido éste en
activismo electoral a la desesperada. Si el PSOE no se revalida como
partido ganador de las elecciones, el efecto psicológico de ser el
primero aun estando en la oposición se desvanecerá. La mejor ayuda para
los socialistas en esta encrucijada es que Vox haga bien su trabajo.
(*) Columnista
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