Pedro Sánchez le ha regalado a Pablo Iglesias el
primer asalto de una áspera y antipática campaña electoral que tendrá
como principal ingrediente la lucha fratricida entre las tres ramas de
la izquierda española: el PSOE , el Partido Progresista y Unidas
Podemos.
El presidente del Gobierno no dormiría tranquilo si Podemos
dirigiese ministerios de cierta importancia. Esta afirmación de
Sánchez, el pasado jueves, es un regalo del cielo para un partido que se
reivindicará en las urnas como la pesadilla de los poderosos. El
partidos de los excluidos. El partido de la protesta.
La organización
política a la que le acaban de procesar tres diputados por los
incidentes ocurridos en una manifestación de trabajadores en huelga.
Entre el insomnio de Sánchez y el auto del juez de Madrid que ignora el
aforamiento de Yolanda Díaz , Rafael Mayoral y Antón Gómez Reino , Iglesias ya tiene la campaña hecha. No es de extrañar que la coalición que lidera resista en los sondeos.
No. Las cosas no serán tan fáciles para Unidas Podemos en
las próximas semanas. Aunque se están haciendo muchas bromas sobre las
noches insomnes en la Moncloa, Sánchez envió el jueves un potente
torpedo a la línea de flotación del movimiento político que en diciembre
del 2015 sorprendió a todos al obtener más de setenta diputados en el
Congreso, empatando prácticamente con el PSOE.
“Mientras yo esté en la
Moncloa, estos no entran”, vino a decir Sánchez. Además de desplegar al
nuevo Partido Socialista Moderado ante las clases medias que algún día
votaron al PSOE y que últimamente se habían interesado por Ciudadanos,
el líder socialista volvió a colocar Unidas Podemos fuera de las
murallas, lugar del que Iglesias intentaba salir con su obstinada
propuesta de gobierno de coalición.
Extramuros se protesta bien, pero se decide poco. En julio,
Sánchez vetó personalmente Iglesias por “poner en duda la democracia en
España” [por sus opiniones sobre los presos catalanes], veto nunca
visto en España desde 1977. Ahora ese veto ya es absoluto.
En su entrevista con el periodista Antonio García Ferreras , Sánchez empujó a Iglesias extramuros y abrió la puerta de la muralla a Iñigo Errejón .
“Con Errejón se podría pactar”, dijo. Si no queréis votar al Partido
Socialista porque os parece poco de izquierdas, pero queréis desbloquear
la situación, votad al nuevo partido que prepara el disidente de
Podemos. Ese fue el mensaje sustantivo del jueves.
La nueva candidatura
se decidirá hoy en Madrid. Acudirá a las elecciones con amplios apoyos
mediáticos, en probable alianza con los valencianos de Compromís (como
informaba ayer La Vanguardia ), los baleares de Mes, lo que queda
de las Mareas gallegas, y otras plataformas territoriales. En pocas
palabras, el Partido Progresista Pactista.
Sánchez tiene un dulce sueño desde finales de mayo, cuando
Unidas Podemos pinchó en las elecciones locales y europeas, y la
candidatura auspiciada por Iglesias en la Comunidad de Madrid fue
derrotada ampliamente por la plataforma de Errejón, parapetado detrás de Manuela Carmena .
Sánchez vio a finales de mayo que era posible destripar a Podemos y
liquidar políticamente a Iglesias. Cuatro años después del susto de
diciembre del 2015, el PSOE cree estar en condiciones de neutralizar
definitivamente a quienes estuvieron a punto de convertirle en una
fuerza menor.
Sánchez tiene un dulce sueño: el PSOE sale del 10 de
noviembre con varios satélites de modesto tamaño (no más de treinta
diputados el más grande) orbitando a su alrededor. Un Ciudadanos
desangrado (véanse las encuestas) y finalmente abierto al pacto. El PNV,
siempre frío, siempre dispuesto a negociar. Los progresistas federales
que Errejón pueda colocar. Y lo que consiga conservar Unidas Podemos.
Si
Iglesias se pone farruco en noviembre, el sueño aún podría ser más
dulce: dislocar a UP con la palanca de Izquierda Unida y los diputados
andaluces, puesto que la coalición puede entrar definitivamente en
crisis. Sánchez podría gobernar en solitario con cuatro satélites
controlados. Este es el sueño que explica la repetición de elecciones en
España.
Llegados a este punto, muy probablemente el lector se
pregunte por qué Iglesias no ha rehuido la emboscada, por qué no ha
facilitado la investidura de Sánchez, aunque fuese sin pacto,
conservando intactos sus 42 diputados.
No es fácil responder. Iglesias equivocó en julio su diagnóstico
respecto a la personalidad de Sánchez. Creyó que podía torcerle el brazo
en una negociación extrema, sin observar que en ese brazo está tatuado
el orden europeo. Subjetivismo. Ha leído más a Toni Negri que a Palmiro Togliatti .
Las retiradas ordenadas no le gustan. No quiere agachar la cabeza.
Quiere explotar el veto y los desplantes de Sánchez en la medida que
movilizan y cohesionan a los suyos (véanse las encuestas recientes).
Prefiere más enfrentarse ahora a Errejón, que no dentro de un año o dos.
Intuye que el Partido Progresista, o cómo se llame la nueva oferta,
quitará votos al PSOE. Y arde en deseos de acudir al desafío que su
antiguo amigo le plantea. Ben-Hur contra Messala en el Circo Máximo.
(*) Periodista y director adjunto de La Vanguardia
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