sábado, 10 de agosto de 2019

El Gobierno progresista de Sánchez / Fernando G. Urbaneja *

La muletilla o, si se quiere, la bandera de enganche de Sánchez para presentarse ante los ciudadanos es la del “gobierno progresista”, lo suyo es el “progresismo” que es una de esas palabras que sirve para un roto y un descosido. 

Lo contrario de progresista sería conservador; pero probablemente ambos conceptos o definiciones, sobre los que hay abundante bibliografía y doctrina sirven según y cómo para lo que interese al autor. 

Atribuir a Sánchez (y por ende a los grupos que encabeza Iglesias) la condición de progresista y a Casado (y a Rivera) la matriz de conservador puede ser tan útil para entender como para confundir.

Hasta ocho ministros comparecieron ante los medios para reiterar, más bien machacar, la relevancia de que en breve España disponga de un “gobierno progresista”, es decir el de Sánchez. Sin muchos más detalles esa pretensión es más bien estéril, vacía de contenido. 

Sánchez pide la confianza, siquiera como abstención, para ese gobierno a cuantos tienen votos en la cámara, pero sin entrar en detalles, sin formular un programa y una estrategia, lo cual conduce a la desconfianza, suena demasiado a propaganda.

Sánchez ha dispuesto de la oportunidad de un año de gobierno para acreditar para qué quiere gobernar, por donde orienta su legado. En eso Zapatero fue mucho más claro; Sánchez se parece a Rajoy, aguantar (manual de resistencia) aunque con desempeño más pinturero y con un uso intenso del marketing electoral. 

De hecho el año de gobierno fue un año de campaña, muy centrada en desgastar a toda la oposición a la derecha y a la izquierda. Los primeros señalados como ultras, franquistas, reaccionarios y los segundos como aventureros peligrosos e incompetentes.

A Sánchez le llevaron en volandas al gobierno los adversarios de Rajoy, los que entendían que desalojar al PP de la Moncloa era una cuestión primordial. Sánchez fue la herramienta disponible para la sustitución con el compromiso de convocar elecciones de inmediato. 

Sánchez llegó sin compromisos formales con quienes le apoyaron y decidió tomarse un tiempo para acomodarse al poder y desplegar una campaña electoral efectiva a base de guiños al electorado. Y le fue bien ya que mejoró las expectativas electorales del PSOE en perjuicio de todos los demás grupos. 

Tanto hoy es el partido que encabeza todos los sondeos y las valoraciones pero de forma insuficiente. De hecho ha sumado más escaños pero le resulta imposible alcanzar la cota que le hizo presidente. Su estrategia sigue siendo desgastar a los demás, fundamentalmente a los que podían ser sus socios (de hecho lo han sido aunque sin resultados favorables), es decir a Podemos y a Ciudadanos. Su discurso le dedica sobre todo a reiterar su desconfianza respecto a Iglesias y a criticar la derechización de Ciudadanos. 

A Sánchez el fantasma de la ultraderecha franquista le ha servido de banderín de agitación y enganche junto con ese marco conceptual del “gobierno de progreso” sobre que no hay concreciones a pesar del rosario de buenas intenciones, sin orden ni concierto, que expuso en su fallida investidura.

¿”Gobierno de progreso”?… qué progreso, para quién, cómo, cuándo… desarrollos que no caben en un mensaje de Twiter ni mediante canutazos.


(*) Periodista y politólogo


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