La muletilla o, si se quiere, la bandera de enganche de Sánchez para
presentarse ante los ciudadanos es la del “gobierno progresista”, lo
suyo es el “progresismo” que es una de esas palabras que sirve para un
roto y un descosido.
Lo contrario de progresista sería conservador; pero
probablemente ambos conceptos o definiciones, sobre los que hay
abundante bibliografía y doctrina sirven según y cómo para lo que
interese al autor.
Atribuir a Sánchez (y por ende a los grupos que
encabeza Iglesias) la condición de progresista y a Casado (y a Rivera)
la matriz de conservador puede ser tan útil para entender como para
confundir.
Hasta ocho ministros comparecieron ante los medios para
reiterar, más bien machacar, la relevancia de que en breve España
disponga de un “gobierno progresista”, es decir el de Sánchez. Sin
muchos más detalles esa pretensión es más bien estéril, vacía de
contenido.
Sánchez pide la confianza, siquiera como abstención, para ese
gobierno a cuantos tienen votos en la cámara, pero sin entrar en
detalles, sin formular un programa y una estrategia, lo cual conduce a
la desconfianza, suena demasiado a propaganda.
Sánchez ha dispuesto de la oportunidad de un año de gobierno para
acreditar para qué quiere gobernar, por donde orienta su legado. En eso
Zapatero fue mucho más claro; Sánchez se parece a Rajoy, aguantar
(manual de resistencia) aunque con desempeño más pinturero y con un uso
intenso del marketing electoral.
De hecho el año de gobierno fue un año
de campaña, muy centrada en desgastar a toda la oposición a la derecha y
a la izquierda. Los primeros señalados como ultras, franquistas,
reaccionarios y los segundos como aventureros peligrosos e
incompetentes.
A Sánchez le llevaron en volandas al gobierno los adversarios de
Rajoy, los que entendían que desalojar al PP de la Moncloa era una
cuestión primordial. Sánchez fue la herramienta disponible para la
sustitución con el compromiso de convocar elecciones de inmediato.
Sánchez llegó sin compromisos formales con quienes le apoyaron y decidió
tomarse un tiempo para acomodarse al poder y desplegar una campaña
electoral efectiva a base de guiños al electorado. Y le fue bien ya que
mejoró las expectativas electorales del PSOE en perjuicio de todos los
demás grupos.
Tanto hoy es el partido que encabeza todos los sondeos y
las valoraciones pero de forma insuficiente. De hecho ha sumado más
escaños pero le resulta imposible alcanzar la cota que le hizo
presidente. Su estrategia sigue siendo desgastar a los demás,
fundamentalmente a los que podían ser sus socios (de hecho lo han sido
aunque sin resultados favorables), es decir a Podemos y a Ciudadanos. Su
discurso le dedica sobre todo a reiterar su desconfianza respecto a
Iglesias y a criticar la derechización de Ciudadanos.
A Sánchez el
fantasma de la ultraderecha franquista le ha servido de banderín de
agitación y enganche junto con ese marco conceptual del “gobierno de
progreso” sobre que no hay concreciones a pesar del rosario de buenas
intenciones, sin orden ni concierto, que expuso en su fallida
investidura.
¿”Gobierno de progreso”?… qué progreso, para quién, cómo, cuándo…
desarrollos que no caben en un mensaje de Twiter ni mediante canutazos.
(*) Periodista y politólogo
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