La entrada o no de
ministros de Podemos no es el principal obstáculo para la investidura de
Pedro Sánchez. Cabe suponer que sobre eso se llegaría a un acuerdo si
ambas partes cedieran en algo. El gran problema es que aun con los
escaños de Podemos, los del PNV y otros partidos menores, la abstención
de Esquerra sería imprescindible.
Y aceptar ese apoyo antes de que se
conozca la sentencia del procés le resulta muy difícil al líder
socialista. No sólo por lo que el partido de Oriol Junqueras pediría a
cambio, que puede que no sea mucho.
Sino porque a los ojos de la
derecha, de buena parte de los medios y también de la opinión pública el
nuevo gobierno se habría colocado del lado del independentismo.
Y
no en un momento cualquiera. Sino en vísperas de que se conozca la
sentencia del Tribunal Supremo sobre el procés. Cuya decisión de este
viernes de no poner en libertad a los presos hasta que se emita el
veredicto es una señal que admite dos interpretaciones: una apuntaría a
que Marchena y los suyos van a rebajar la petición fiscal, rechazando el
delito de rebelión, y quieren seguir haciéndose los duros para ir
preparando a los sectores de la judicatura, la política y la sociedad
que exigen la máxima firmeza.
La otra a que la sentencia va a ser
tremenda y no quieren soltar a los presos para evitarse luego líos. Algo
huele a que este segundo camino es más probable que el primero.
Los reiterados llamamientos de Pedro Sánchez a que el PP y
Ciudadanos se abstengan en la votación de investidura se entienden a la
luz de esa inquietante perspectiva. Aunque también es una manera de
advertir de que si es elegido presidente con la abstención de Esquerra
será por culpa de esos dos partidos. Su insistencia se está ganando toda
suerte de críticas.
Aunque en los últimos días varios exponentes de la
derecha han venido a apoyar más o menos expresamente la posición del
presidente. Mariano Rajoy lo ha hecho a su estilo: diciendo que debe ser
Ciudadanos, y no su partido -¿por qué?- el que debería de dar ese paso.
“Por la estabilidad”, ha dicho el expresidente. Porque no se ha
atrevido a decir “para que los independentistas de ERC no se suban al
machito”.
No cabe especular sobre lo que pedirían
Oriol Junqueras y los suyos a cambio de permitir la presidencia de
Sánchez y, más tarde, del gobierno de la izquierda española más o menos
unida. Pero es muy probable que en una primera instancia, la previa a la
investidura, no fuera mucho. Y que no plantearan directamente el
reconocimiento de sus principales reivindicaciones, del derecho a
decidir.
Les bastaría con algún gesto que transmitiera que Pedro Sánchez
está dispuesto de verdad al diálogo. Una actitud que parece bastante
posible en el futuro, aunque desde hace bastantes meses el presidente no
haya dicho una sola palabra al respecto.
Pero mucho
más importante que ese eventual guiño, que, además, podría perfectamente
no producirse, para Esquerra sería aparecer como el fautor último del
nuevo gobierno. Sin perder una pluma habría ocupado el espacio
tradicional de Jordi Pujol en la política española, el de socio
inevitable, desplazando a Carles Puigdemont y los suyos de cualquier
protagonismo y colocándose como interlocutor independentista único para
la dura etapa que empezará el día que se conozca la sentencia.
¿Qué
hará Pedro Sánchez si Manuel Marchena apoya las tesis de los fiscales?
Está claro que una decisión como esa colocaría a la política catalana al
borde de la implosión, al menos durante un tiempo. La gobernabilidad de
España podría ponerse en cuestión. Sobre todo si también las derechas
se ponen en pie de guerra y exigen el 155 y quien sabe cuantas cosas
más. Europa miraría con ojos muy preocupados un panorama de ese tipo.
Sánchez
no tendría más remedio que tomar iniciativas para evitar que la
situación se le fuera de las manos. Tratando de entenderse con el PP y
Ciudadanos, lo cual no sería fácil a la vista de que hoy por hoy y al
menos en público, otra cosa es lo que puedan decir en privado, los
dirigentes de esos dos partidos sólo hablan de mano dura con el
independentismo y cabe suponer que verían con satisfacción que el
gobierno socialista se viera metido en ese berenjenal.
O intentando
tender algún puente, obviamente a cambio de algo, con el
independentismo, es decir, con Esquerra. Lo cual provocaría el rechazo
de muchos, en Cataluña y en el resto de España, incluidos algunos
sectores del PSOE.
Sin la abstención de Esquerra,
Sánchez tendría más libertad para moverse en ese terreno. Pero tal y
como están las cosas y a menos que el PP y/o Ciudadanos cambien de
postura, esa abstención es insoslayable para lograr la investidura.
Ahí
está el nudo, la razón principal de que las cosas aparezcan hoy
bloqueadas. Las negociaciones con Unidas-Podemos deberían progresar,
aunque no sin idas y venidas. Si Sánchez acepta que haya ministros de
Podemos en el nuevo gobierno y Pablo Iglesias accede a no ser uno de
ellos, el escollo más aparente quedaría superado.
Y también podrían
ponerse de acuerdo sobre el programa, aunque por el momento las
diferencias no son pequeñas al respecto. Lo que todo parece indicar es
que, a menos que las cosas se salieran de madre, Unidas-Podemos no va a
arrostrar los riesgos que supondría provocar una repetición de
elecciones.
Andoni Ortúzar ha dicho muy claro que el
PNV está por hacer presidente a Sánchez. Compromis y el Partido
Regionalista de Cantabria también parecen estar por esa labor.
¿Aceptarán los socialistas ir a por todas y avenirse a la abstención de
Esquerra? ¿Provocarán que la investidura se decida en una segunda
sesión, que se celebraría en el mes de octubre, es decir, cuando ya se
conociera la sentencia? Las respuestas, en las próximas semanas.
(*) Periodista
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