lunes, 24 de diciembre de 2018

Arde Catalunya y vuelve ETA (según la prensa) / Aníbal Malvar *

La derecha española siempre ha sido poco propensa al diálogo, pues las guerras civiles requieren menor cultura, y eso, para ellos, es muy de agradecer. Para qué discutir si puedes pelear, que cantaba Loquillo. En los toros, su fiesta nacional y el summun de su cultura, se muere o se mata. Vaya fiesta, vaya cultura. Los ministros del gobierno del PP de hace nada cantaban Soy el novio de la Muerte con pasión, desafinación y orgullo. 

Coño, pues moríos. Tómese a broma, pues yo no quiero que se mueran ni ellos quieren morirse. Y fijaos que en esto último estamos de acuerdo por una vez. Ya es un punto de partida para una copa y un diálogo. Les propongo soy el viudo de la Muerte, a ver si así dejábamos de matarnos. Entre nosotros, a los toros y a los toreros.

Tan amantes de la violencia somos, que cuando la violencia no existe nos la inventamos. Es lo que le ha pasado a nuestros viejos periódicos cuando han florecido esta mañana tras la kermesse de Barcelona. Ayer se vieron imágenes violentas, dos o tres, como en cualquier manifestación multitudinaria. Pocas. Los pirados de siempre.

Compárense estas algaradas con las de los chalecos amarillos, y véase cómo Emmanuel Macron subió el salario mínimo en cien euros mensuales, eliminó impuestos y contribuciones sociales a las horas extra, firmó una prima fin de año libre de impuestos y redujo el impuesto de protección social a los jubilados con pensión inferior a 2.000 euros al mes. Y eso que al principio la asonada popular se encendió por una simple subida del precio de los carburantes.

Ni Pablo Casado ni Albert Rivera, émulos confesos del presidente francés, hablan de su “bajada de pantalones”. Y Macron ni siquiera tenía interlocutores con los que dialogar. No hubo diálogo. Macron, solamente, escuchó al pueblo incendiario y furibundo y cedió. Ni siquiera aplicó el estado de excepción, que hubiera sido su 155 à la Apollinaire. Lección de democracia de un banquero pelín racista metido a político.

No se sabe de ningún avance social que no haya requerido arrojar alguna piedra, paralizar alguna ciudad ni dejarse pegar por la pasma. El derecho a huelga consiste en eso, pues es imposible que el poderoso ceda sin pegarle un susto. Durante el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, nuestro añorado héroe de la sintaxis Mariano Rajoy convocó una quincena de manifestaciones contra el matrimonio homosexual, el aborto o el diálogo con ETA.

No lo digo yo. Lo confesó él mismo en la COPE: “Lo tengo muy pensado, lo que no he pensado es si es bueno o malo decirlo. Mi partido es el que moviliza todas las manifestaciones. Es el que respalda, moviliza y las llena”. En esas manifestaciones también pasaron cosas. Al entonces ministro José Bono, que se manifestaba con ellos contra el aborto, intentaron agredirlo.

Ayer no pasó nada, insisto. Unas pedradas a un coche policial, un puñetazo infame y despreciable contra un periodista de una cadena ultra, empujones, bengalas, botes de pintura. Ahora que todo se graba, ninguna cadena de televisión ha conseguido reunir ni dos minutos de imágenes con violencia de los manifestantes. No hay ningún herido grave. Y sin embargo…

“La democracia española vivió ayer uno de los días más aciagos de su historia. La decisión de Pedro Sánchez de celebrar el Consejo de Ministros en Barcelona degeneró en graves altercados […]. Una absoluta temeridad que, como se comprobó ayer con la violencia ejercida por los CDR y otros agentes radicales del separatismo, pone en riesgo la convivencia además de la cohesión territorial del Estado”. 

Muchas televisiones omitieron las acciones de los CDR enfrentándose a los que arrojaban piedras. No tenían demasiado interés informativo. No es bueno para la audiencia proyectar Heidi en medio de un telediario.

La Razón, en su portada, rebaja hasta la aritmética de los tópicos: una imagen vale más que tres palabras. Publica una foto de manifestantes pacíficos ante un sosegado cordón policial bajo el lema: “¿Esto es normalidad?”. Pues sí, coño, Marhuenda, es normalidad que un pueblo se manifieste y que la policía vigile que no haya altercados. Y no solo en las manifestaciones. Yo lo he visto, en Madrid, cuando la visita del Papa.

Lo que no hace es adjetivar exponencialmente los pequeños y casi cursis actos de violencia. Nos viene a decir el razonante diario que los superhéroes que frenaron al Magneto independentista fueron los que no acudieron a la manifestación. Ojo al dato: “El espectáculo de las columnas convergiendo sobre la sede accidental del consejo de ministros no ha ido a más porque la inmensa mayoría de la sociedad catalana se ha mostrado al margen de los revoltosos y ha tratado de hacer su vida normal en medio de las violencias de todo tipo”.

El País nos dice que “falta todavía una condena expresa de la violencia de los grupos de encapuchados”. No sé esta gente de El País, pero yo llevo días escuchando a todos los líderes independentistas llamar a la movilización pacífica, insistir en su repudio a la violencia hasta el hartazgo. ¿Será que me lo imagino? La dulce balada titulada A por ellos, oé se escuchó en otras latitudes.

El director de ABC, Bieito Rubido, en un melancólico texto sobre “la otrora pujante Cataluña” se lamenta trovadorescamente al observar a “la mayoría de la población secuestrada por minorías violentas”. El galán que los cortaba no cesaba de llorar.

En su editorial, el torcuatiano diario osa incluso remitir el comunicado Gobierno/Govern a “la misma terminología que en su día utilizaba ETA”. No veo yo a Pedro Sánchez tapándose la cara con pasamontañas, con lo mono que es. A Torra, bueno… (No te enfades, president. Yo también pertenezco a la hermandad de los feos, y el pasamontañas me quedaría de lujo: salgamos algún día juntos a no ligar).

La alusión de ABC a ETA, a Euskadi, tiene gracia. Y da para alguna frívola meditación a los que vivimos aquella época y la informamos de cerca. No recuerdo cuántos atentados cubrí. Ni con cuántos hijos, padres y esposas hablé en el día, o al día siguiente, del asesinato. No recuerdo ni siquiera el odio que sentía entonces, aunque al escribir esto parece que las costillas se me vuelven de plomo y me enjaulan el pecho. 

Y yo solo era un periodista, un observador. Imaginaos ellos. Los cercanos, los amigos, los hijos, los amores. El daño que se le hizo a esta gente, que es mi gente, incluso provocó que algunos se convirtieran en fieras personas, vengativas, terribles. En apariencia. Ninguno de ellos aplicó jamás la ley del Talión en este país de toros y toreros.

Incluso han viajado a las cárceles a aceptar el perdón de sus asesinos para que salgan antes de prisión. Mi gente.

Ahora el periódico centenario que saludó con algarabía el golpe franquista se atreve a comparar lo que pasó estos días en Catalunya con “la terminología de ETA”, con los tiempos de ETA, con las manieras de ETA. Y muchos lectores van a beber de esa pócima. Ya os advertí de que me disponía a frivolizar. Que la libertad de prensa me coja confesado.

PS: Durante el aznarismo se fraguó el plan Ibarretxe, que pretendía convertir Euskadi en estado libre asociado. Cada vez que gobierna el PP, nace un sentimiento separatista. Después, se acusó a Zapatero de “vender España” y “entregar Navarra” por permitir la entrada de Ibarretxe en el Congreso. Por dialogar. 

La claudicación socialista supuso la fulminación de Ibarretxe y la renuncia del PNV al independentismo unilateral. Y todo volvió a la calma. Tras otro gobierno del PP, el de Mariano Rajoy, hemos visto como el independentismo catalán medraba del 18 o 20%  de 2012 al 47 que hoy nos muestran las calles y las urnas. 

Y el PNV ya está rumoreando su exigencia del derecho a decidir. ¿Quién rompe España?



 (*) Periodista



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