José María Aznar volvió este martes al Congreso de los Diputados. No
como expresidente del Gobierno (1996-2004), ni como jefe de la oposición
(1989-1996) sino para explicar en una comisión parlamentaria creada al
efecto la financiación irregular del Partido Popular en
la etapa en la que el era presidente de la formación y que abarcó
catorce años (1990-2004).
Aznar no aclaró nada y si algo hizo
fue demostrar que su soberbia sigue siendo exactamente la misma de
aquellos cuatro años de mayoría absoluta en las Cortes que acabaron en
desastre para el PP el 2004 y con la llegada de José Luis Rodríguez
Zapatero al Palacio de la Moncloa.
Aznar rivalizó con dos pesos pesados
del Congreso, el líder de Podemos, Pablo Iglesias, y el diputado de Esquerra Republicana Gabriel Rufián.
Aznar venía con la lección aprendida de casa, recurrió a la
descalificación de ambos como táctica para parar las críticas que
recibía y se limitó a esperar el reconocimiento de los suyos. Muy poca
cosa para quien tenía una defensa difícil y que no despejó muchas de las
acusaciones que recibió pese a la agresividad que empleó y un aire de
suficiencia que no pasó desapercibido.
A diferencia, por ejemplo, de su duelo con Rafael Simancas,
del PSOE, al que echó en cara la corrupción socialista con los ERE de
Andalucía y consciente de que era muy pobre sacar a colación el caso del
exconseller de Governació Jordi Ausàs, condenado por contrabando, Aznar
subió un escalón en su cuerpo a cuerpo y acusó a Rufián de ser el
representante de un partido golpista -por los hechos
del referéndum del 1 de octubre- y de una organización política que
tiene a sus líderes condenados por rebelión, cosa que no es cierta ya
que están en prisión provisional, pero en aquel ambiente que había en el
Congreso de los Diputados daba lo mismo.
Aznar era el defensor de la
unidad de España en una comisión en la que se debía hablar de la
corrupción del PP, pero hoy el Madrid político de PP y Cs, el judicial y
una parte muy importante del mediático, no está para estas sutilezas.
Al independentismo, ni agua.
Por unos instantes, Aznar quiso demostrar que sigue siendo el líder indiscutible de la derecha española y
que quien tuvo retuvo. Nada más lejos de la realidad: su estado de
forma no le permite más que jugar partidos amistosos o los últimos
minutos -los denominados minutos basura- en un partido ya decidido.
Rufián, sabedor que jugaba en terreno contrario, penetró hasta la cocina
en las acusaciones de corrupción a Aznar, a sus gobiernos implicados en
múltiples casos de corrupción. Le recordó la guerra de Irak, la
presencia española, y mirándole fijamente le preguntó si tenía que decir
algo a los padres de José Couso, el cámara asesinado
por un disparo del ejército estadounidense en 2003 en Bagdad. Aznar, por
una vez calló y casi ni pestañeó aunque su silencio era toda una
declaración.
Y una explicación también de por qué Aznar salió por la puerta de atrás del Palacio de la Moncloa en 2004.
(*) Periodista y ex director de La Vanguardia
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